Soy consciente del riesgo que representa hacer girar un artículo que versa sobre igualdad y, además, para ser difundido en un periódico que tiene por objetivo principal potenciar este valor superior de nuestro ordenamiento en su aplicación a las relaciones entre mujeres y hombres, alrededor de un juguete que, habiendo hecho fervor sobre todo en generaciones pretéritas, entronca, poco o nada, con lo que debe ser una mujer independiente, formada, desprovista de frivolidad y liberada de imposiciones, y que es el ideal a que debemos aspirar quienes de verdad nos creemos que esa paridad es posible. Juguete que no es otro que la muñeca “Barbie”…
Son las nueve de la noche de una calurosa jornada del mes de Agosto en un pueblo costero de la geografía andaluza, y mi hija, una pequeñaja de cinco años que apenas sabe de esa en concreto, pero a la que le encanta dejar volar su imaginación con muñecas (a pesar, justo es decirlo, de los esfuerzos de sus padres y de sus hermanos mayores por ofrecerle otras alternativas de juego), espera con impaciencia a que el bullicio del público acomodándose, dé paso al inicio de la película que ansía ver desde el día anterior en que, desde el coche, contempló ese cartel, nada subliminal, que anunciaba que aquella figura de goma había cobrado vida en la gran pantalla.
La película se vende como un canto a la libertad de la mujer, como la representación alegórica, parafraseando a Adous Huxley, del “mejor de los mundos posibles”; de un mundo en el que las cosas sí que funcionan bien y de verdad, porque el talento de la mujer no se esconde ni se desperdicia, porque su capacidad no se ningunea, porque sus palabras no son huecas y pasan desapercibidas, sino que calan, pues encierran mensajes profundos fruto de una reflexión sosegada, aguda y cabal. Y del canon estético…pues ahí sí que lo de “cada uno, cada cual”…
Con esa carta de presentación, nada podía fallar. De hecho, éramos unos privilegiados o, mejor, mi hija era una privilegiada, pues iba a ser testigo de una realidad por las que las de su sexo llevábamos y llevamos siglos luchando; y lo iba a ver a través de los ojos de un juguete que es el mejor reclamo con el que se puede atraer la atención de un ser humano en su más tierna infancia.
Empieza la película, y con ello la desazón. Veo a “Barbie” levantándose tarde, conduciendo lujosos deportivos, organizando fiestas desenfrenadas, utilizando expresiones groseras y soeces para dirigirse a los “Ken” del barrio y tratando con suficiencia y desprecio a sus subordinados en el banco del que es la más alta ejecutiva…veo este panorama y se me encoge el corazón…
“Barbie” lo ha conseguido. Ha hecho añicos el “techo de cristal”, ha despegado como un sputnik del “suelo pegajoso”, se ha desasido de un plumazo del yugo de la casa, del lastre de los hijos, del peso sus mayores, ya no es un objeto de deseo del hombre y su opinión no es ni la última que se escucha ni la que nunca se tiene en cuenta; definitivamente ha tomado las riendas de su vida y ya nada ni nadie la puede parar. Es el más puro, prístino y fiel exponente de una mujer “supervitaminada” y “mineralizada” de empoderamiento. Pero el precio que ha pagado, el precio que hemos pagado los que la seguimos a través de la pantalla, se antoja demasiado alto.
Ante mis ojos se recrea una realidad en la que, cierto, que las tornas han cambiado, en el que las cañas se han vuelto lanzas para el hombre, en el que la dominada ha pasado a ser dominadora, en el que la mujer más que cola, es cabeza de león; pero que no deja de ser una realidad desigual, una realidad discriminatoria y por tanto una realidad con la misma carga de injusticia que la que tratábamos de combatir.
Me tomo la película como un banco de pruebas y compruebo que el experimento ha resultado fallido. De una forma que le pueda resultar comprensible, le transmito a mi hija que la igualdad implica equilibrio entre los términos que se compara. Que la igualdad está reñida con la imposición y es contraria a la dominación. Que no se puede reivindicar la paridad de derechos para la mitad de la población, si ello se hace dirigiendo un ataque frontal, directo y descarnado contra el otro cincuenta por ciento. Que arrasar su terreno no es el objetivo; que el propósito ha de ser disfrutarlo y compartirlo de manera equitativa. Que una empresa en la que el otro sexo es el enemigo a batir, está destinada a presentar suspensión de pagos tras el primer balance.
¿Qué tal si el experimento consiste ahora en convencer a los hombres para que se impliquen en este proyecto tan humanamente ilusionante como ver a sus hijas alcanzando sus sueños sin límite alguno?