La Women´s Action Alliance Conference (Conferencia de la Alianza de Acción de las Mujeres) celebró en 1978 un panel titulado Mirror, Mirror on the Wall (Espejo, espejo en la pared) para hablar de un tema tan en boga en aquel momento como el frenazo que sufrían las mujeres en sus carreras profesionales. Ya no eran los hermosos años sesenta, ya no se esperaba que la juventud y las nuevas ideas fueran a cambiar el mundo, ya no había revolucionarios en Sierra Maestra, ni se lanzaban adoquines en las calles de París, la revolución de terciopelo había fracasado en Praga, ya Pinochet estaba en el Palacio de la Moneda. Pero todavía quedaba encendida la llama del cambio, seguían calientes los rescoldos de la ilusión humana.
Aquel día en Manhattan, las ponentes hablaban de las limitaciones individuales de las mujeres para conducir su carrera profesional, su falta de confianza, de carácter, su carencia de autoestima, su ausencia de coraje para enfrentarse al poder masculino. La última en hablar fue Marilyn Loden, una joven consultora de Recursos Humanos. Cambió radicalmente el discurso. Señaló que el problema nacía de un comportamiento sexista de los jefes, de los salarios inferiores y del muro invisible que les impedía llegar a los puestos directivos. Lo llamó el techo de cristal. “Argumenté que las barreras eran culturales y no personales, eso era lo que obstruía las aspiraciones y oportunidades profesionales de las mujeres”. Acuñó con ese axioma un concepto que definía una situación social y que se convirtió en una bandera en la lucha por la igualdad.
En 2017, la BBC consideró a Marilyn Loden entre las 100 mujeres más inspiradoras del siglo XX. En su testimonio, con enorme naturalidad, habló de esos sesgos culturales que favorecen al hombre y cercenan a las mujeres. “Me refiero -dijo- a los sesgos que suponen que los hombres son líderes innatos, que las madres trabajadoras no están comprometidas con sus carreras, que las mujeres son demasiado emocionales, que el acoso sexual no es un problema, y que no hay lugar en el comité ejecutivo para gente que habla suave, que tiene un alto grado de inteligencia emocional y que favorece un liderazgo participativo en vez de una gestión autocrática”.
Desde aquel 1978 la perseverancia del movimiento feminista y la convicción de las mujeres han logrado que la situación cambie y que la presencia femenina en posiciones elevadas en la política, en la empresa, en la sociedad y en actividades profesionales sea hoy en día una realidad. En estos últimos 20 o 30 años, ya no sorprende ver presidentas de Gobierno, ni ministras, ni consejeros delegados de empresa, ni directoras de periódicos, ni ingenieras, ni abogadas, ni médicos. La mujer está en todas partes y en todas partes se nota su toque diferencial.
Como ocurre en todos los procesos de cambio, la llegada de la mujer a los puestos de dirección ha sido producto de un cambio de mentalidad que acarreó un nuevo comportamiento social. Pero no ha sido suficiente con eso. Y no lo ha sido porque los sesgos culturales son tan profundos que se ha requerido la imposición de obligaciones legales.
En noviembre de 2022 el Parlamento Europeo aprobaba una directiva que obliga a las grandes empresas a contar con al menos un 40% de mujeres en los consejos de administración antes de julio de 2026. El año pasado, el Parlamento español ha aprobado la ley de paridad con similar contenido. En función del tamaño de la empresa, se empezará aplicar entre el 30 de junio del 2025 y el 30 de junio de 2026. Y habrá seguimiento y sanciones.
“A ritmo de caracol”
Deloitte es la entidad que ha dado seguimiento al caso. Su informe “Mujeres en el consejo de administración: una perspectiva global” lleva ocho ediciones. La de 2022 se tituló gráficamente “a ritmo de caracol”. En esta última octava edición, los autores estiman que la paridad podrá ser alcanzada en 2038. En el conjunto del mundo, 18.532 mujeres se sentaban en un consejo de administración, lo que significaba que ocupaban el 23,3% de las posiciones, pero sólo un 8,4% de los mismos estaba presidido por una señora. Francia, Noruega e Italia superan el 40%. España ostenta un digno 33%, a la altura de Reino Unido o Dinamarca. Estados Unidos presenta un modesto 28% y China un 15% que habla por sí sólo. Al igual que los países de América Latina, donde ninguno supera el 20%. En el plano ejecutivo, las mujeres ocupaban un escaso 6% de las posiciones de consejero delegado y un modesto 17,6% de las direcciones financieras.
En España, el informe de la CNMV arrojaba los siguientes datos sobre 2023. Los consejos contaban con 404 mujeres, un 34,5%, y 216 directivas, un 23 %. En el caso del selectivo Ibex 35, se registraban 168 consejeras, un 40 %, y 96 altas directivas, un 24,7%. Hoy en día, sólo siete mujeres dirigen empresas cotizadas en la bolsa española, frente a 111 hombres.
El informe Las mujeres en el multilateralismo, de Global Women Initiative, tras analizar los equipos directivos de 54 organismos internacionales concluye que la proporción media de mujeres alcanza un 42%, situándose en la mayoría de los casos entre un 25% y un 50%.
No se puede negar que la sociedad ha avanzado mucho en estos 50 años. Aunque ahora aparecen movimientos políticos y sociales en Europa que reivindican el papel tradicional, casi medieval de la mujer. Quieren devolverla a las tareas domésticas y al cuidado del marido y de los hijos. Esperemos que sólo sea una anécdota. Una lectura detenida de estos datos infiere que todavía queda mucho para que la mujer acceda a la máxima dirección ejecutiva de las empresas y a las direcciones financieras. ¿Dónde se estaría sino hubiera habido legislación? El techo de cristal sigue impidiendo que esos sesgos ancestrales, inconscientes, poderosos, que determinan las decisiones humanas permitan que las mujeres accedan a los puestos de mando.