Llevo un tiempo en el que me ronda por la cabeza la idea, o más bien la reflexión, de cómo cada vez más en nuestra cultura parece haber una tendencia a reconocer a las personas y sus logros únicamente después de su muerte. Lo vemos en el arte y en la política, pasando por la ciencia y el deporte, por no decir en todos los sectores de nuestra sociedad. Los homenajes póstumos, si bien son una forma respetuosa de honrar el legado de una persona, al final pareciera como si, más aún en los tiempos actuales, acabasen por carecer del impacto emocional y motivacional que podrían haber tenido si se hubiesen hecho en vida. Solo en vida, que es lo justo, es cuando estas personas pueden disfrutar de la gratitud de la sociedad y, al mismo tiempo, ser incentivadas a continuar contribuyendo de manera positiva.
Por hablar ahora de un ejemplo notable, entre muchos otros a los que podríamos referirnos, recuerdo la muerte de Almudena Grandes allá por finales de 2021. Si bien no cabe duda que a lo largo de su carrera fue apreciada y reconocida por su contribución a la literatura, parece que no fue hasta su fallecimiento cuando verdaderamente se produjo un aumento significativo de homenajes, relecturas de su obra y reconocimientos de su impacto cultural, como si la sociedad hubiera esperado a su partida para finalmente valorar plenamente su legado. Recordemos que hasta la propia ciudad de Madrid rebautizó la estación de Atocha, por Madrid Puerta de Atocha-Almudena Grandes tras su fallecimiento. Iniciativa impulsada por MásMadrid a cambio de aceptar unos presupuestos del Partido Popular. Una bonita iniciativa que sin duda creo que le hubiese gustado ver en vida, no solo por el reconocimiento en sí, merecido y digno de ser vivido, sino por el buen comportamiento y acuerdos que eso produjo en la política que ella tanto defendía, poniendo por delante el sentido común y la política de acuerdos. ¿Por qué esperar hasta que sea demasiado tarde?
Existen por suerte casos que demuestran la importancia de los homenajes en vida y de cómo estos son efectivos. Un ejemplo positivo y patrio bien podría ser Rosalía, quien antes de cumplir 30 años ya ha sido galardonada y reconocida al máximo nivel en diversas ocasiones, lo cual parece haberle permitido expandir con fuerza sus horizontes artísticos y experimentar sin el miedo a la falta de validación. Reconocer los logros de una persona en vida no solo es un acto de justicia, sino que además incentiva a los homenajeados a disfrutarlo, experimentarlo y continuar innovando así como compartiendo su talento, el cual se acabará convirtiendo en legado, con el resto del mundo. Otro ejemplo positivo bien podría ser el reciente reconocimiento con la Medalla de Oro que el Gobierno Balear, presidido por Marga Prohens, otorgó por su contribución a SM La Reina Sofía, cuyo estado de salud parece cada vez más delicado.
Reconocer el valor y las contribuciones de una persona en vida no solo otorga la satisfacción de saber que su trabajo está siendo apreciado y contribuyendo al bienestar común y social, sino que también permite que ese reconocimiento se convierta en una fuente de inspiración constante para otros, expandiendo su legado y llegando aún más lejos. Si empezamos a cambiar la tendencia de los homenajes póstumos hacia un mayor énfasis en los homenajes en vida, no solo estaremos siendo más justos, sino que también cultivaremos una sociedad que celebra la excelencia en el presente, motivando a las personas a seguir creciendo y contribuyendo. Permitamos que nuestros artistas, científicos, activistas y figuras públicas sientan el calor de la gratitud mientras puedan apreciarlo. Almudena Grandes y su legado literario, aquel que permitía a una niña empoderarse y convertirse en cualquier momento en quien quisiera ser, es solo un recordatorio de que debemos reconocer con énfasis y de manera justa a quienes nos inspiran mientras están aquí, para que puedan seguir construyendo camino para todos. Llegó el momento de cambiar de mentalidad.