No es la primera vez que escribo en este diario ironizando sobre la “masculinidad tóxica” y el comportamiento real y cotidiano que vemos en los hombres. Pero esta semana trágica ha puesto negro sobre blanco una infinidad de cuestiones. Y no la menos importante la de la enorme solidaridad, empatía y altruismo de que somos capaces sin distinción de sexos cuando hace falta. Les doy un ejemplo gráfico. Al poco de la feroz devastación causada por las tormentas en nuestro país, sobre todo en Valencia, un tuitero publicaba en sus redes una imagen luminosa que no puedo dejar de comentarles. En la fotografía, una anciana era rescatada del amasijo de escombros y barro en que se había convertido su casa y era llevada en volandas a un lugar seguro por un grupo de por lo menos ocho hombres, entre voluntarios y policía local. Era curiosa la pirámide masculina y la señora arriba. La fotografía había sido muy atinadamente titulada “El patriarcado. Óleo sobre lienzo” .
De acuerdo. Cada uno hace lo que puede, y nadie tiene que pasar cuentas de que si ellos se han comportado con mayor arrojo y valentía que ellas y viceversa. Pero habrá muchos, muchos hombres realizando las más duras y arriesgadas labores estos días. Nadie tiene la menor duda de ello. Con generosidad, con sacrificio, en pura solidaridad. Como haría cualquiera, por cierto. También a pulso subieron las cuidadoras de una residencia geriátrica, que fue arrasada por las aguas, a los indefensos ancianos a la planta superior. A decenas de ellos y en pocos minutos, como contaron luego, exhaustas. En momentos de urgencia y desesperación, se sacan fuerzas de flaqueza. La labor de las mujeres quizá no garantizará la foto espectacular, pero esos pueblos no se levantarán sin las manos de unos y de otras. Nos necesitamos todos, desde tiempo inmemorial.
Y es que las desgracias vuelven crueles y risibles esas “guerras de sexos” de las que tan hartos estamos. Dicen que el hundimiento de la Unión Soviética llevó a una parte de la izquierda a buscar reposición a su ideología frustrada. El izquierdismo desembocó en una cosmovisión híbrida que aplicaba las teorías socialistas del conflicto a las categorías de la identidad. Seguíamos con que la sociedad se entiende como una lucha entre grupos opresores y grupos oprimidos, pero un freudismo muy asumido añadía la terapéutica de los sentimientos, incluso la del rencor.
El victimismo arrasó, y feministas como Susan Faludi y Marilyn French denunciaron sin pruebas que se libraba una guerra contra la mujer en todos los frentes. Los hombres se volvieron contra las mujeres, dijeron, sin preocuparse de su veracidad y lanzándose a una brutal generalización negativa sobre la mitad masculina de la población. «Masculinidad tóxica» se convirtió en un concepto de éxito arrollador a partir de ese último cuarto del siglo XX en que las relaciones entre los sexos se volvieron definitivamente angustiosas.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? En política, las demandas victimistas de individuos y colectivos son satisfechas por políticos oportunistas que compiten entre ellos por sus favores. El feminismo radical es una agencia de colocación, no nos engañemos. Mi admirado Thomas Sowell sostiene que «hay pocos talentos tan desmesuradamente recompensados —especialmente en la política y los medios— como la capacidad de retratar a los parásitos como víctimas y las demandas de trato preferencial como luchas por la igualdad de derechos». Estas nuevas e irracionales corrientes han dejado el cuerpo inmunológico de las sociedades casi desarmado. Si no, no hubiera sido posible que tantos indigentes intelectuales se hubieran convertido en autores reconocidos o en políticos de alto cargo. Hay que ponerle a eso un freno. La crisis que estamos viviendo no tiene nada de bueno. Pero quizá sí ofrezca una oportunidad para poner a cada uno en su sitio. Tomemos esta decisión.