Opinión

¿Hay un tono adecuado para el feminismo?

Ministerio de Igualdad
Actualizado: h
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Últimamente se lleva mucho lo de hablar en plural. Los activismos. Las luchas. Las masculinidades. Los feminismos. Aunque no tengamos ni idea de qué significan tales términos ni qué conlleva su aglutinación, hablar en plural nos hace parecer más modernos. Nos da un aire jovial. Por el módico precio de añadir una consonante al final, nos aseguramos de no dejar fuera a nadie y que no nos puedan pillar. Lo curioso de esta fórmula es que es aplicable a todo… menos a la forma en la que las mujeres feministas deben expresarse. Ahí la idea de diversidad parece no calar. De hecho, algunos de los tonos comienzan a ser excluidos de lo que se considera una reivindicación aceptable. No se puede hablar desde el enfado. Expresarnos con ira nos desacredita. Y en vista del perfil mayoritario de las figuras feministas en los medios de comunicación, hablar con seriedad de un asunto de justicia no cautiva a la audiencia, así que hay que hacerlo con grandes dosis de humor. ¿Qué consecuencias puede tener eliminar del registro feminista los tonos amargos, las notas agrias o los matices sombríos? ¿Es o no la entonación un elemento clave en la comunicación?

Las campañas de igualdad ahora deben exhibir colores brillantes y saturados, tipografías curvilíneas y músicas de celebración. Ilustraciones de mujeres sonrientes y danzarinas. Tamborradas. Purpurina. Cualquier reclamo que se emita desde el movimiento feminista ha de ser positivo, divertido, didáctico, cómico, amable, gracioso, festivo y conciliador. Que te deje con una sensación de frescor en la boca. Está bien. Soy la primera en reconocer el hastío que produce que todo lo que nos rodea sea negativo y alarmante. Yo también apago canales y silencio a cuentas que se dedican a mantenernos en un estado de cabreo constante. No es bueno para nuestra salud ni tampoco para avanzar hacia la solución. Tenemos que hacer el esfuerzo de incluir consignas positivas que inviten a la acción, porque las negativas suelen ser paralizantes. También hay que reconocer todo lo que hacemos bien y felicitarnos de vez en cuando. Apelar a lo constructivo y no poner el foco solo en demoler. Pero equilibrar los mensajes no significa rechazar por norma cualquier tono que no resulte placentero o amable ya que, en ese caso, estaríamos perdiendo una parte fundamental de nuestra comunicación. La entonación es precisamente lo que conecta las palabras con las emociones de quien las emite. Esa modulación ayuda a interpretar correctamente el mensaje y supone más del 30% de la percepción.

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Cuando alguien se expresa desde la ira o la rabia lo más probable es que tenga razones para hacerlo y que sus formas estén movidas por el dolor. Como por ejemplo, el de una madre que grita y se revuelve por el asesinato de su hija de 19 años. Lo que hace que entendamos la gravedad del mensaje que nos transmite Yesenia Zamudio es precisamente la forma en la que lo hace. Gracias al volumen, al desgarro, el ritmo, lo amargo y tajante de su entonación, podemos empatizar y comprender de manera más profunda la situación. Maru García, actriz especialista en el uso de la voz como herramienta, asegura que la voz forma parte del cuerpo físico “la gente piensa que es algo intangible pero no es cierto. Cuando te expresas puedo agarrar tu pensamiento, emoción o sentimiento. Eso sí, la voz tiene que estar bien colocada. Lo que dices no solo se tiene que alinear con lo que sientes, también con el contexto en el que estás, con el tema que tratas, con lo que el público va a entender…” Ese es el concepto clave: la colocación. No podemos cuestionar la legitimidad de los distintos tonos, pero sí podemos analizar si están bien alineados con el contexto y lo que se quiere conseguir. Por ejemplo, una profesora en el aula puede utilizar un tono suave y animado para explicar y motivar. Una doctora que comunica un diagnóstico lo hace desde la seriedad porque denota control y profesionalidad. Una deportista que necesita alentar a su equipo a la hora de competir lo hace con ímpetu y agresividad. No es lo mismo hablar desde el atril del Congreso, que delante de una cámara, en una cena con amigos o en una manifestación. Cada lugar tiene sus propios códigos. Para que el tono, además de lícito sea efectivo, es conveniente alinearlo con el resto de elementos que intervienen en la comunicación.

A este reto de comunicar también se suma que las mujeres sufren mucha más presión en la exposición pública. Sus formas son examinadas con lupa, escudriñadas al más mínimo detalle y con muchos más prejuicios y exigencia que la que se aplica a los hombres. Cuando las mujeres utilizan un tono que no es el que se espera de ellas (suelen ser solo dos: el de la maternidad o el de la seducción) automáticamente son sentenciadas y enviadas a la hoguera. Mucho más si se dedican a la política u ocupan puestos de poder y liderazgo, en los que son percibidas como advenedizas. En estos ámbitos, los tonos de las mujeres también pueden ser el reflejo de la tensión constante a la que están sometidas, del miedo que sienten a ser rechazadas y de todo lo negativo que esa situación les puede acarrear. Esto puede provocar que añadan a su discurso emocionalidad de más. O que sigan hablando, aunque nadie las escuche porque ya les han cortado el micro, como le ha sucedido esta misma semana a la ministra de Igualdad. Incluso, que desajusten por completo forma y contenido tratando de mantener esa exigida sonrisa, aun cuando están transmitiendo una mala noticia. Todos esos tonos, en ocasiones alineados y en otras desatinados, nos están brindando una información muy valiosa que no podemos desechar.

Hagamos un esfuerzo para equilibrar los mensajes positivos con los negativos, busquemos alinear el tono con el contexto y el resto de elementos, pero no invalidemos, solo porque nos resulta molesto, los tonos de ira, rabia o enfado de las mujeres que reclaman la igualdad. Exigir al movimiento feminista que se exprese solo desde lo positivo o divertido es despojarle de una parte importante de su propia esencia: recordarnos que aún existe una injusticia que debemos solventar.