Opinión

Hasta que la muerte nos separe… o hasta que me canse de mirarme al espejo

María Morales
Actualizado: h
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Es impresionante la capacidad de nuestra sociedad para alcanzar nuevos picos de individualismo y autoindulgencia cada vez más absurdos. En esta era dorada del “me merezco lo mejor”, la última moda es la sologamia que, explicada en términos simples, consiste en casarse con uno mismo.

El fenómeno se popularizó en España en 2011, en Bilbao, cuando un grupo de mujeres decidió casarse consigo mismas como un acto de desafío y autoafirmación. En realidad, la idea de fondo está bastante bien, ya que no es más que una reivindicación del amor propio que busca construir una relación sólida y saludable con uno mismo. Además, tal y como afirman personas que se han acogido a esta tendencia, tampoco es incompatible con las relaciones en pareja, pues trabajar en uno mismo también permite establecer relaciones sanas con los demás. Hasta aquí estoy plenamente de acuerdo con todo. De hecho, mi madre siempre nos ha dicho que para poder hacer felices a los demás primero debes hacerte feliz a ti mismo.

Podemos estar de acuerdo en que el amor propio es esencial. Es la base de la autoestima y el bienestar emocional. Sin embargo, la idea de tener que formalizarlo mediante una ceremonia resulta verdaderamente absurda… ¿De verdad necesitamos una boda para confirmar que nos queremos a nosotros mismos? De hecho, la elección de una boda como hito simbólico me resulta paradójica. Después de décadas luchando por conseguir que se reconozcan y respeten infinidad de estilos y formas de vida distintos, ¿la conclusión es que hasta para quererte a ti mismo tienes que “casarte”? Me parece una forma muy cómica de conseguir que algo absurdamente progresista pueda sonar hasta retrogrado. Con un movimiento que parece decir “la boda es la cúspide del amor”, ¿dónde quedan las parejas que simplemente han decidido no casarse? Cuando por fin se ha conseguido demostrar que no necesitas ni un anillo ni votos matrimoniales para reconocer una relación, ha llegado un grupo de iluminadas a vendernos que los necesitamos hasta para validar la autoestima.

Lo único que no termino de tener claro de este gesto es si, aparte de ridículo, es un grito de atención en una sociedad obsesionada con la imagen, o simplemente otro símbolo de narcisismo exacerbado.

Dime de qué presumes y te diré de qué careces. Esta oda al amor propio llevada al extremo, no es más que un recordatorio de que vivimos en una sociedad obsesionada con la imagen y la validación social. Si tienes que montar una boda para demostrar (¿demostrarle a quién, por cierto?) que te quieres, ¿cuánto te quieres en realidad? Publicar tus votos matrimoniales en Instagram con hashtags como #SelfLoveQueen y esperar los likes como si fueran votos de aprobación divina es, en el mejor de los casos, un reflejo de nuestra inseguridad y adicción a la auto-exposición.

Por otro lado, la sologamia, en toda su gloria absurda, es el reflejo perfecto de una cultura obsesionada con el “yo”. “Queridos amigos, estáis todos invitados por mí, para verme a mí celebrar el amor que siento por mí”. Y aquí estamos, aplaudiendo esta nueva victoria del narcisismo mientras el mundo se tambalea entre la realidad y la ficción. Llamadme loca, pero yo creo que el verdadero acto de amor propio no necesita de ceremonias extravagantes, sino de un compromiso silencioso y genuino con nuestro bienestar, sin necesidad de testigos.

Menos mal que las implicaciones legales de estas “auto-bodas” son inexistentes (por ahora), porque sería un auténtico show. Imaginaos: me caso conmigo, todo va bien unos años, pero luego decido que hasta yo me tengo harta y quiero divorciarme. ¿Quién se queda con los hijos, yo o yo? Y estando en gananciales, menudo lío: ¿tendré que pagarme una pensión millonaria? ¿Me permitiré vivir en mi casa unos meses hasta que encuentre otro sitio? Encima, con lo mal que me he tratado últimamente, seguro que me denuncio por maltrato psicológico.

Al final del día, la sologamia destaca por el contraste entre sus intenciones y sus manifestaciones. Por un lado, aboga por un mensaje importante sobre la autoaceptación y el valor intrínseco. Por otro, se presenta de una manera que bordea lo paródico, convirtiéndose en un espectáculo más en la interminable búsqueda de atención.

Así que, viendo que vivimos en un mundo obsesionado con celebrar, celebremos la sologamia por lo que realmente es: una sátira mordaz de nuestra era, una manifestación de la soledad moderna y una declaración audaz en un mundo que ya ha visto demasiado. Lo único positivo que saco de todo esto es que, tras las bodas, no tardarán en aparecer los auto divorcios, y con un poco de suerte alguna persona conseguirá separarse de su enajenación mental para siempre.