El triunfo del gran debate fue unánime y hasta la encuesta de FOX News reconoce la victoria a Kamala Harris. Ganó y dejó atrás la sombra de Joe Biden y el momento más crítico del Partido Demócrata. Harris se consagró como candidata a la presidencia por méritos propios y aseguró la carrera electoral. Llegó al plató de la ABC, marcó el terreno desde el saludo, dominó la escena, la agenda y logró desestabilizar a Trump en directo. Una venganza en frío y bien ejecutada. El republicano ya ha perdido otros debates, con todo, tiene mucho mérito moverle el tablero.
Desde su intento de asesinato, Trump no ha recuperado el momentum. Tampoco lo hizo en el debate pero insistió en una frase que sintetiza la debilidad y el reto de Harris. “Ella no tiene un plan”. Las líneas estratégicas de los demócratas son conocidas y previsibles. Si la realidad fuera sinónimo de normalidad, la continuidad de un segundo mandato no debería incluir muchas novedades. Pero Harris necesita desplegar un programa económico, social, geopolítico y de país. Y eso, todavía no lo ha conseguido. Lo espera desde la gran empresa, Wall Street y el sector financiero; a las familias con las cuentas asfixiadas.
El programa de Trump está lleno de trampas (ninguna sorpresa) pero es claro. O se percibe como tal. Proteccionismo, defensa de la industria interna y aranceles. Las alianzas con la corriente ultra internacional son ilegibles para el americano medio que vota republicano. La agenda oculta no condiciona su modo de vida, y tampoco su voto. Pero sí funciona vender inseguridad como activo electoral. Mentir con los datos de entradas de inmigrantes (no se está batiendo un récord) y vincularlo al crimen. O dibujar a una Kamala Harris marxista que provoca risa pero cala en cierto votante. El retrato de un mundo siniestro, lleno de amenazas, según Trump, y la bunkerización como respuesta ante unos demócratas que dejan la puerta abierta a la incertidumbre global. Lo de siempre, en versión 2024.
Pero Trump tampoco es ya el outsider de 2016. Ha conseguido una mayor identificación y encaje orgánico en el Partido Republicano y junto con JD Vance representan un modelo de país. El americano blanco empobrecido en comunión con una élite financiera de la américa interior cuidarán de las esencias frente a enemigos tangibles o inventados. Son las múltiples versiones del gran reemplazo. La ruptura en dos de la sociedad y una campaña que pretende aprovechar el miedo y movilizar el voto hacia ese abismo. La coyuntura económica paradójicamente ayuda a Trump. Salió del gobierno en 2020 con una gestión nefasta de la pandemia que movilizó a las clases bajas y al voto negro hacia el córner demócrata. Biden heredó la salida del valle y una inflación disparada. El recuerdo de muchos ciudadanos es que en los años de Trump vivió mejor. Es la polarización con raíces en la desigualdad.
Pero entonces… Si Harris ganó el debate ¿por qué no está claro que ganará las elecciones? Los indecisos, el grado de conocimiento y la capacidad de representar un modelo de país son las tres claves. Ser presidenta es responder a qué quiere hacer durante cuatro años y en qué dirección. Y ser una buena candidata no es suficiente. En 2020 los demócratas ganaron porque una mayoría quiso expulsar a Trump del poder. Hoy Harris sólo ganará si consigue decir qué hará y cómo solucionará los problemas que afectan a la vida de la gente. De ahí su réplica en el debate. “Soy la única que tiene un plan”.
Trump mencionó al autócrata proruso Victor Orban como un político fiable con el que podría llegar a acuerdos. Y aquí, Harris perdió la oportunidad de responder a ¿qué va a hacer EEUU en Ucrania? ¿Con Rusia? ¿En Israel-Gaza? ¿Cómo responderá a la escalada de tensión comercial con China? Como resume el analista David E. Sanger, faltó “una visión a largo plazo para gestionar una China cada vez más agresiva o una Rusia que puede actuar como un disruptor durante décadas” y no habló de “qué hará con las cerillas encendidas por todo el mundo”.
Sobre el grado de conocimiento y penetración en estados clave hay un dato revelador. Se estima que 51,27 millones de personas siguieron el debate la noche del martes, frente a 84 millones de espectadores del Hillary-Trump en 2016. Los americanos están más familiarizados con Trump (fueron cuatro años en la Casa Blanca) y Harris ha pasado desapercibida como vicepresidenta. El tiempo juega en su contra, en siete semanas tiene que llegar a todos los hogares. También necesita movilizar a los indecisos de los estados clave, ese votante medio que se identifica más con una candidata que tiene un arma en casa (como reveló en el debate) que con los derechos del aborto, su agenda imbatible.
Kamala Harris salió del debate con paso propio y metida en el traje de una candidata con serias opciones para ser la primera presidente de Estados Unidos. Si Trump no se ha dado cuenta, lo hará su equipo. Solo hay que ver el Timeline desquiciado de Elon Musk, multimillonario propietario de X, del día de después. Así que habrá revancha, más juego sucio. A Kamala Harris se le ha puesto gesto de presidenta. Pero con mucho por hacer y en un tiempo demasiado ajustado, casi récord.