Opinión

Girlfriend experience o el nuevo consumo machista de los cuidados

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Algunos hombres recurren al consumo de cuerpos de mujeres para satisfacer sus deseos sexuales. El hecho de que estas mujeres no les deseen no interfiere lo más mínimo en su placer. Que ellas finjan, les parece aceptable y suficiente. Incluso que no les deseen, aumenta en muchos casos su sensación de poder, es una muestra de que pueden someterlas y hacer con ellas lo que quieran. Este tipo de transacción, basada en la no reciprocidad, exime a los hombres de cualquier responsabilidad emocional. Los hombres que prostituyen a mujeres no se exponen a un posible rechazo por parte de estas, no tienen que construir ningún vínculo emocional, no se les exige ningún compromiso, ni tan siquiera un trato digno, ya que las consideran objetos con los que comerciar.

Detrás de esta práctica se esconde una desconexión de las emociones y los sentimientos de los demás, una falta de empatía que es un rasgo muy común en la idea de masculinidad. No es que los hombres no tengan la capacidad de ponerse en la piel de otras personas, todos los seres humanos la tenemos, pero, debido a su socialización de género, no la desarrollan ni la practican. Desde pequeños reciben una educación que reprime la manifestación de las emociones y les predispone al individualismo y la competición. Tampoco tienen referentes de hombres cuidadores (para cuidar es fundamental empatizar), ni reciben mensajes que les transmitan que la empatía es algo que se les vaya a valorar. Por el contrario, sus referentes masculinos les animan a ser destructivos, a arrasar con todo y con todos, que nunca miren atrás ni muestren vulnerabilidad.

En los últimos años, han proliferado foros en los que se clasifica y puntúa a las mujeres prostituidas como si fuesen hoteles o restaurantes. Los hombres que escriben en estos foros las describen con expresiones deshumanizantes, tratándolas como meros trozos de carne. En esos foros piden referencias a otros hombres porque quieren “darse un premio”, “celebrar su cumpleaños” o simplemente disponer de lo que creen que “se merecen”. Buscan mujeres menores de treinta años porque no quieren “viejas”, que no besen, que no usen ninguna protección, que hagan y se dejen hacer de todo y, sobre todo, que no se quejen. Causa pavor leer la frialdad de sus comentarios, y más saber que muchos de esos hombres pertenecen a nuestro entorno laboral, social o incluso familiar.

En los últimos años, entre estos hombres ha surgido una nueva moda: se llama GFE (girlfriend experience) y consiste en pagar a las mujeres para que, además de satisfacer sus deseos sexuales, también finjan cuidados emocionales. En estos foros de internet en los que se clasifica a las mujeres como objetos, puntúa extra que ellas sí se preocupen por saber cómo están ellos. Que les feliciten por sus cumpleaños, les escuchen y hagan de terapeutas. A estos hombres a los que la masculinidad ha anulado su capacidad de empatizar, tampoco les importa que este nuevo servicio emocional sea otro simulacro. Si pagan, tienen la coartada perfecta para que nadie les exija cuidar. Quieren sentir un vínculo sin tener que vincularse. Buscan esclavas sexuales y también emocionales.

El nivel de desconexión humana al que puede llegar la masculinidad debería, como mínimo, hacernos reflexionar. Que alguien sea completamente inmune a los sentimientos y emociones de las personas con las que se está relacionando, lo convierte en una persona capaz de maltratar. No poder entablar relaciones de profundas y de calidad, no ser capaz de dar ni de esforzarse, no construir redes de apoyo y confianza, aboca a un individuo a estar completamente vacío y solo. Urge integrar la empatía y los cuidados en la educación de los hombres y de los niños: quien no cuida a los demás tampoco puede cuidarse a sí mismo.

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