Opinión

Ganarse el puesto de reina

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Todo debe de cambiar para que todo siga igual. Así se consolida un reinado.

En mi cuenta de Instagram hago, frecuentemente, elucubraciones sobre la vida de Letizia Ortiz, su intimidad, su trato con sus hijas, su día a día. No tengo ningún dato al respecto más allá de lo que pueda leer en el Hola o lo que diga Jaime Peñafiel. Me gusta fabular; me tranquiliza. A veces, en un arrebato paranoide, pienso que Letizia Ortiz me lee desde una cuenta cuenta falsa y que un día se acerca a mi y me echa en cara todo mi pitorreo. Se me pasa a los pocos minutos. Y esta semana he visto que, quizás, no soy la única que se hace composiciones de lugar. Creo que Annie Leibowitz ha hecho lo mismo que yo en su fotografía. Ha imaginado cómo es esa vida de matrimonio y de política, y la ha convertido en fotografía. No entraré a valorar el trabajo de la célebre fotógrafa porque no soy quien. A mi la foto me espantó en un primer momento, y ahora, una semana después, me encanta. Está llena de información.

Desde que a Felipe VI le apodaron El preparado tuve claro que no era ni un gran lector (en su casa, por lo visto, no había un libro, cosa que comentaron los periodistas que fueron a cubrir su independencia), ni tampoco un gran amante del arte. Los borbones, si de algo son, es de deportes náuticos, esa élite que participa en regatas y en retos transoceánicos. Los borbones, perdónenme, también son amantes de otras cosas, pero a Felipe VI le veo más griego que francés, así que le concederé el beneficio de la duda. Imagino que la prensa más lacaya acabará apodando a Leonor La Súpermujer, o La Uber Persona, o quizás La Sobrehumana. No sé. Algo buscarán. Entre la prensa vasalla no hay demasiado amor a Letizia. Para un monárquico eso de que el emperador se case con la panadera solo está bien si la panadera es Romy Schneider y la historia no deja de ser un colorido romance. Recuerden la cera que le dieron a la pobre Eva Sannum. Letizia, con sus luces y sombras, se ha tenido que ganar un hueco en un mundo tan, tan clasista, que cree en las diferencias de sangre. ¿Qué es eso de que una persona, solo por su nacimiento, sea la heredera de un trono? Piénsenlo, es de locos.

Y, con todo, Letizia Ortiz es más reina que Felipe, por más consorte que sea. Ella es la que da los titulares, la que se salta el protocolo cuando conviene, la que destaca. Ella, cual Aurora Rodríguez, prepara a su Hildegart para la Historia. Ella le enseña los gestos, la educación, la pose. Y, por el qué dirán, la viste de funcionaria del Instituto de la Mujer el día de la jubilación. No sé cómo vivirán Leonor y Sofía su adolescencia, pero cómo tiene que fastidiar que te obliguen a vestir así a los quince. Esa ropa sólo tiene sentido cuando el cuerpo ya tiene sus achaques y quieres tapar alguna cosa que no te gusta. Imagino a Letizia Ortiz abriendo el Lecturas y negando con la cabeza ante las fotos de su sobrina Vic, maquillada con ganchitos y albero de camino a alguna gala de pedorros y falsos ricos. Cuenta Pilar Eyre (les recomiendo su videoblog, que no solo es de actualidad sino también de historia) que, para la foto de Leibovitz, Felipe posó y se fue, mientras que Letizia estuvo todo el tiempo allí, viendo cómo Annie trabajaba. No sé si tiene que ver o no con la visión que nos ofrece de los monarcas. Se habrán fijado ya: la oscuridad y la decadencia están presentes en el lado izquierdo del Salón Gasparini, y la luz que entra por la ventana (derecha) sólo envuelve a Letizia, que lleva el dedo índice estirado, señalando el suelo. Felipe, de gala, parece envuelvo por moho y liquen (en realidad, adornos del propio salón) mientras que ella flota con su Balenciaga. Todo es simbología en los retratos reales. El retrato, pagado por el Banco de España, nos dice quién es la protagonista. Leibovitz, por lo visto, fue quien pidió retratarles cuando vino a España para recoger el Príncipe de Asturias. Letizia sabe quién es Leibovitz, y seguro que conocía sus fotos de esa época juvenil en el que una descubre a Patti Smith, Robert Mapplethorpe, Bukowski, o escucha en bucle el Blonde on Blonde. Sin embargo, cuando se hablaba de la modernidad de los jóvenes borbones, se mencionaba algún concierto de U2 o quién sabe si de Bertín Osborne. Esta semana pasada se han entregado también las medallas al mérito de las Bellas Artes y hemos visto a Felipe VI encantado con Estopa. Yo no puedo evitar escuchar otra vez el Radio Ethiopia. Todos venimos de donde venimos, pero al final, Bob Dylan cantó para Juan Pablo II, y Annie Leibovitz ha retratado a los reyes de España. Todo ha cambiado, pero todo sigue igual. Así es, así fue, y así será.

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