Opinión

Funeral por la DANA: un siglo reducido a cenizas en un día de ira

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Requiem aeternam dona eis, Domine se escucha este lunes, 9 de diciembre, a las siete en punto de la tarde, en la Catedral de Valencia, a unos diez minutos en coche –quizá menos si se le pisa– de donde el Diluvio antropófago, de donde un armagedón de lodo se cobró la vida de 222 personas sin contar las nueve de Letur y a ese pobre septuagenario, macabramente olvidado, que murió en el Hospital Clínico de Málaga después de ser rescatado.

Et lux perpetua luceat eis, la que se ha liado con las exequias, chica, porque hay víctimas ciscándose, y con razón, porque las víctimas tienen razón casi siempre, y con respeto, porque, a diferencia de quienes se hallan al otro lado de la barrera, las víctimas tienen respeto casi siempre, porque hay víctimas ciscándose, decía, en el Arzobispado de Valencia, y es que algunas se han enterado del funeral por los medios, manda huevos, y el Arzobispado alegando no sé qué de la Ley de Protección de Datos, y conste que conviene no olvidar que las parroquias, Cáritas y derivados, o sea, la Iglesia, han llegado donde no ha llegado el Estado, sea el central y el autonómico, que lo sé de primera mano, que me lo han contado, que lo he visto, pero que aquí ha habido un patinazo solventado a la española, es decir, tarde y mal, aunque más vale tarde, y que, por fortuna, 400 víctimas han podido acudir para homenajear y rezar por sus familiares, y que algunas no han querido entrar, y se les entiende, y que algunas han entrado y se han salido, silentes, cabizbajas, trituradas y dignísimas, y se les entiende, cómo no.

Porque se les descomponía el cuerpo y se les avinagraba el alma por compartir espacio con Mazón, dies irae, dies illa / solvet saeclum in favilla, un Mazón como avergonzado, a saber qué pasaba por su cabeza ante el Kyrie eleison, Señor, ten piedad, Christie eleison, sobra la traducción, supongo, y con los ministros Diana Morant, que es de la terreta, Ángel Víctor Torres y María Jesús Montero, y sin Pedro Sánchez, Ausente sin sorpresas, con la agenda hasta arriba por un encuentro con el consejero delegado de un fabricante de baterías chino y por una reunión con el presidente del Comité Paralímpico Internacional, Andrew Parsons, cosas del presidente, bastante tuvo con aquella visita a Paiporta en la que fue agredido por un presunto neonazi que resultó ser un vecino que, el día del Diluvio, derrochó heroicidad y valentía, si es que los bulos, si es que la máquina del fango, a las víctimas que van a misa que las consuelen los curas, que el Estado es aconfesional, Sánchez, paralímpico emocional, no está, a diferencia de Feijóo, y de Ayuso, Moreno Bonilla o López Miras, etcétera, y de los Reyes, cómo no, de Felipe VI y de la reina Letizia, empeñados en estar donde hay que estar.

“Fortaleced las manos débiles”, escuchamos en la primera lectura, y el salmo elegido es el 95, aunque más de uno tiene en mente el 22 –“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”–, y en el Evangelio Jesús de Nazaret sana a un paralítico, y el arzobispo de Valencia, Enrique Benavent, saluda en la homilía a las instituciones primero y “a las familias de todos aquellos que han sufrido después”, los últimos serán los primeros, y la misa avanza y, en el momento de la bendición final, suena un móvil, “podéis ir en paz”, dice Benavent, “demos gracias al Señor”, responde la asamblea, y, acto seguido, canta el Himno de la Coronación de la Virgen de los Desamparados, Salve, Mare del bons valencians, y los Reyes dan un pésame largo, grave, adecuado, la Reina consuela sin dilación, no existen los relojes, y una viuda rompe a llorar agarrando un brazo a don Felipe, y otra le muestra un retrato enmarcado de su difunto marido, 222 víctimas sólo en Valencia, recuerden, que todo se olvida, que si Aldama, Lobato o Siria, que Siria es Valencia, que a ver cómo se vuelve y se vive en una casa o en un piso donde no hay luz, gas, calefacción y/o ascensores desde hace cuarenta días, y los políticos nacionales y autonómicos, que a los abnegados alcaldes no se les puede meter en el mismo saco, se dan el piro por la puerta más secreta, regateando el abucheo de los congregados extramuros, escondiéndose de la protesta más justificada del mundo, difuminando su cobardía, mientras el Jefe del Estado y su esposa siguen reconfortando, escuchando, tocando, siendo, simplemente, humanos, empáticos, que se dice tanto, y reciben un aplauso de las víctimas, y otro más, y un “viva el Rey”, de las víctimas, insisto, Dios bendiga a las víctimas, pues claro, y el Estado las proteja tanto como lo está haciendo la Nación –recordemos que no son lo mismo–.

Y un periodista de TVE, de la TVE del Ausente, va y suelta durante su narración que, “al final, te queda el cariño, los gestos de cercanía, la proximidad y el ver que mucha de la sociedad, y en este momento, los Reyes representan a la sociedad española, está con ellos, el que quiere acompañarles, el que quiere abrazarles, el que quiere escucharles, y decirles, en definitiva, que no están solos”. Cuánto habrá tardado Sánchez en pedir su cabeza.

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