Fuera del agua, se decía no hace tanto, se movía con dificultad el pez. En la actualidad, mantenerte libre de etiquetas parece un ejercicio casi tan complicado como el de sobrevivir fuera de la pecera. Desde la política, y también desde algunos sectores (sectarios) de la sociedad, nos están llevando a una catalogación que es totalmente limitante para el ciudadano, pero muy útil para los que gobiernan y mandan. Encajonarnos hace más sencillo dirigirnos.
¿Qué sucede si no te sirve ninguna de esas cajas? ¿O si no quieres estar en ninguna?
Cada día nos quieren clasificar de manera más maniquea, dualista, excluyente; eres una cosa o la otra, se presume imposible que no seas de ninguna. Recuerdo una intervención en el Congreso de Los Diputados en la que hablé sobre la precaria financiación de las ONGs españolas que desarrollan sus trabajos en el exterior. El resto de los intervinientes hablaban de manera categórica, pero de oídas y sin la más mínima experiencia con alguna organización. Llamé la atención sobre que, de todos los ponentes, yo era la única que había sido cooperante real en el terreno. Me parecía curioso. Poco después se me acercó un diputado de otro partido y me dijo: “¡No sabía que eras ecologista!”.
No porque creas o trabajes en algo, es necesario que te etiqueten con un ista. En la política de nuestro tiempo cada vez hay menos libertad. Se han radicalizado tanto las posiciones que, para los fanáticos, si no eres una cosa has de ser la contraria. No hay alternativas ni términos medios. Ya no puedes fluir y escoger lo que te gusta de cada movimiento, ni tampoco criticar algo de tu propia tribu, a riesgo de ser catalogado como hereje por las masas. Felipe González es considerado un “mal socialista” por algunos seguidores de Pedro Sánchez, después de simplemente dar su opinión públicamente. Si no entras en mi “cajita” y aceptas todo el catecismo, estás en la contraria y tu opinión no me vale.
Otro claro ejemplo de esta involución se aprecia en la forma cómo los adolescentes ignoran que son, quizás, la generación más vigilada de la historia. Creen que sus redes y teléfonos ofrecen una libertad ilimitada, cuando la realidad es que se han convertido en dispositivos de seguimiento, captación de datos y control.
Son precisamente los adolescentes los más vulnerables y susceptibles a ser “direccionados” por estas etiquetas que se nos imponen. Gordo o flaco. Rubio o moreno. Animalista o taurino. Carnívoro o vegano. De izquierdas o derechas. Falsamente se habla de libertad, para luego categorizarnos. Vetos, cancelaciones, odio, complejos por no llegar a cumplir los cánones de la sociedad, presión para no dejarnos reflexionar sobre nuestras diferencias, sobre lo que no conocemos.
Hemos llegado al punto del señalamiento sin consecuencias, y eso es también agresión. ¿Qué ejemplo se le da a la sociedad, y a las nuevas generaciones en particular, si normalizamos señalar al diferente? ¿Acaso no es eso bulling?
Con la extrema clasificación lo que se busca es crear un “efecto madriguera” global. Direccionar con un algoritmo a consumir determinada temática, controlar los mensajes, limitar tu capacidad de conocer visiones nuevas y enfocar tus contenidos a tus aparentes “preferencias”. Si no ves más allá de lo que supuestamente te gusta hoy, dejarás de plantearte dudas y cada vez serás menos crítico. Cada vez serás más susceptible de ser manipulado.
Para salir de la madriguera hay que salir de la caja. No podemos renunciar a nuestra capacidad crítica, hay que resistirse; eso es libertad. Es necesario reaprender a ser comprensivos, a no confrontar de manera agresiva con el que piensa diferente. Es precisamente en la división de la sociedad dónde gana el que quiere fracturarla, y eso, generalmente, provoca que perdamos todos.
Te invito a despojarte de las etiquetas que alguien te ha impuesto; a pensar de manera crítica, pero con respeto. A que sigas fomentando la curiosidad por conocer nuevas visiones, más allá de tus preferencias. A salir de la caja ¿Te animas?