Miro las dos fotos que me han llegado, una detrás de otra, sin avisar. La reconozco nada más verla. En una de las fotos parece una niña, calculo que tendría como mucho 18 años. Es domingo por la mañana y las fotos me las ha enviado una de mis tías que tiene 85 años y se llama Marcelina.
Las fotos son en blanco y negro, calculo que serán del primer cuarto del pasado siglo. En ambas veo a mi abuela Julia. En una, vestida de negro, posa junto a su marido el día de su boda. Ella está sentada y va vestida entera de negro excepto por un pequeño lazo claro que lleva en el vestido y un ramillete de flores que está prendido junto al lazo. Lleva el pelo recogido, una tiara y un velo negro. Se acaba de casar y posa para el fotógrafo con el ramo de flores sujeto en la mano derecha y cara seria. Mi abuelo, al que nunca conocí, también posa con gesto serio. Él está de pie, a la derecha de mi abuela, y apoya su mano izquierda en el respaldo de la silla, aunque la mano no se ve porque la tapa el cuerpo de mi abuela. Ambos son jóvenes, veinteañeros, pero parecen muy mayores.
En la otra fotografía, mi abuela tiene menos años que en su foto de boda y mira fijamente a un punto por encima del objetivo, supongo que entonces no se llevaba mirar directamente a cámara. Aquí también tiene el pelo recogido, pero se adorna con unos pendientes largos y un collar y se intuye un vestido de domingo. También se intuye una especie de media sonrisa, aunque la sonrisa no está en sus labios sino en su mirada.
Pregunto por las fechas de ambas fotos. En la foto en la que ella está sola aún no tiene 18 años. En la foto de la boda tiene 21. Al año de casarse ya tenía su primera hija.
Huérfana
Conocí a mi abuela cuando ella ya era muy mayor y pude vivir con ella hasta mis 28 años. Entonces ella ya pasaba los 90. Recuerdo que desde que era una adolescente me sentaba siempre que podía junto a ella a preguntarle detalles sobre su vida y le pedía que me contara su historia. Y ella me contaba historias, su historia. Una historia que no fue fácil, como la de tantas niñas de aquella época, aunque incluso peor, ya que se quedó huérfana con una edad muy corta. Me contaba historias, aunque a menudo su mirada se perdía en el espacio y entonces su voz dejaba de contar.
Miro ahora las dos fotos y pienso que me encantaría volver a sentarme junto a mi abuela y volver a hablar con ella. Pero no con esa señora mayor que yo conocí. Me gustaría sentarme junto a esa chica que veo en la foto y preguntarle qué le gustaría hacer, si es que tenía algún deseo o alguna expectativa, que quizás no tenía ni deseos ni expectativas. Conozco la historia de mi abuela y si algo la caracteriza es que estuvo vacía de oportunidades, tal vez su único deseo cuando era esa joven que miro en la foto es que las cosas no fueran a peor.
No es la historia de mi abuela una historia del pasado. Decía Einstein que el tiempo es relativo y yo pienso que el tiempo es geografía y convierte historias presentes en historias que parecen del pasado, historias como la de mi abuela, como la de tantas mujeres, tan solo con movernos unos miles de kilómetros, unos cientos, incluso menos. Historias de falta de oportunidades.