Opinión

Forza Dépor

Los jugadores del Deportivo celebran el ascenso a Segunda División tras vencer al Barça Atlètic este domingo en el estadio de Riazor de A Coruña.
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El 12 de mayo, A Coruña, como el París de Hemingway, fue una fiesta. Otra maravillosa noite de San Juan. Una fiesta multitudinaria por el ascenso del Dépor a Segunda, al que se unió el ascenso del Deportivo femenino a Primera y el del Leyma de baloncesto a la Liga ACB.

Han sido cuatro años en el infierno, cuatro años de durísima travesía por el desierto, cuatro años de rendición o redención. Podíamos haber dicho como Ofelia en Hamlet: “¡Oh desdichada de mí! ¡Haber visto lo que vi y ver ahora lo que veo!” O podíamos escuchar a Napoleón Bonaparte: “mi grandeza no reside en no haber caído nunca, sino en haberme levantado siempre”. Y el deportivismo eligió luchar, eligió sufrir, eligió la épica y demostró que el inmenso corso tenía razón.

En nuestra centenaria historia hemos conocido el tormento y el éxtasis y es en el tormento donde hemos demostrado toda nuestra grandeza. Más de 28.000 socios en Tercera, el estadio de Riazor abarrotado domingo tras domingo y decenas de deportivistas acompañando al Dépor por todos los campos de Aragón, de Cataluña, del País Vasco; por todos los campos de Castilla, que no son precisamente los de don Antonio Machado; por todos los campos de España. ¿Quién iguala esto?

¨You´ll never walk alone¨. Nunca caminarás solo, dice el himno del Liverpool, el himno más hermoso, la novena sinfonía del fútbol. Pero la afición de los reds (como la del Celtic, el Borussia o el Feyenoord) solo lo canta en Anfield Road y demás estadios. El deportivismo, en cambio, no lo ha cantado, sino que lo ha vivido durante cincuenta interminables meses, cincuenta meses durante los cuales el Deportivo nunca ha caminado solo.

Tras una primera vuelta decepcionante, hemos hecho una segunda vuelta imperial, apoteósica, inigualable. Imanol Idiakez dio con la tecla en el banquillo. Otro entrenador vasco, otro guipuzcoano que entra en los altares del Dépor siguiendo la estela del gran Javier Irureta, el otro Arsenio. La cantera de Abegondo volvió a dar sus mejores frutos y Mella y Yeremay se convirtieron en los nuevos nenos de Riazor.

Y las meigas quisieron que el gol del ascenso lo marcara Lucas Pérez, pura justicia poética. El hijo pródigo que retornó al Dépor pagando de su bolsillo medio millón de euros y descendiendo de Primera a Tercera para ayudar a su equipo. Eso es amor por los colores, eso es romanticismo. Al lado de Lucas Pérez el joven Werther es un desalmado tiburón de Wall Street.

El golazo de Lucas Pérez, como el penalti de Djukic, el cabezazo de Donato o la asombrosa gestión de Lendoiro, (lástima que no supiese un poco menos de fútbol y un poquito más de economía) forma parte ya de nuestra historia. La historia de una camiseta sagrada que han defendido los mejores futbolistas gallegos: Luis Suárez, Amancio y Fran. La historia de un escudo que han lucido campeones del mundo: Mauro Silva, Bebeto y Scaloni. La historia de un equipo donde jugó Djalminha. Jorge Valdano dijo que Romario era un jugador de dibujos animados, los deportivistas sabemos que el genio brasileño era un jugador cubista, picassiano. Y el Real Madrid también lo sabe, la lambretta que les “dedicó” en Riazor es digna de Las Señoritas de Avignon.

El Deportivo (uno de los únicos nueve clubs españoles que ha ganado la liga de fútbol) es el equipo de toda La Coruña, de media Galicia y de cientos de miles de gallegos desperdigados por los cinco continentes, por todo el mundo. El Deportivo es junto a la Torre de Hércules y la Plaza de María Pita el símbolo eterno de A Coruña. Esa es la trilogía de Marineda: una ciudad de Primera, un equipo de Champions y una afición de leyenda.

En esta España crispada, enfadada y enfrentada, solo el fútbol derriba muros y tiende puentes. Lo visto en las calles y plazas, en las rúas de A Coruña, es fraternidad y hermandad en estado puro. El deportivismo es una emoción, una pasión, un sentimiento, y las emociones no son de nadie, son de todos. El maravilloso tifo de los Riazor Blues (Bebeto abrazando a Arsenio) expresa mejor que nada lo que es el deportivismo: una enfermedad incurable del alma.

Una emoción, un sentimiento que tiene asegurado el futuro. En La Coruña se produce un fenómeno que tiene sorprendidos y perplejos a los hematólogos de todo el mundo. Aquí los bebés no nacen con la sangre roja, nacen con la sangre blanquiazul.

Volveremos muy pronto a Primera. En los cielos del fútbol, en esa mesa redonda donde se sientan los más grandes, el Dépor tiene asiento. Al lado de Sant Johan Cruyff, de San Juan Gómez “Juanito” y de San Luis Aragonés se sienta San Arsenio Iglesias.

El 12 de mayo, en la ventosa Coruña soplaba la poesía de José Ángel Valente: aquí / latía un solo corazón unánime.

Un corazón unánime que celebraba un ascenso a Segunda que es mucho más que una Liga o una Champions, un ascenso que sabe a gloria. Es volver a nacer, volver a caminar; volver a nacer donde ruge el Atlántico, donde habita el orgullo, donde los corazones estallan. Es volver a vivir …¡¡¡FORZA DÉPOR!!!

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