Hay semanas en las que uno se levanta cada día, como en un verso de la poeta uruguaya Idea Vilariño: con un ramo de flores oscuras en el pecho. Que le pesan los pétalos, los tallos y conforme van pasando las horas tiene la sensación de que se le han metido dentro, enmarañados en los pulmones y respira una primavera siniestra
¿Qué me pasa? Mi perra duerme en su rosca de lana, un nido que llevo conmigo cuando viajamos para que siempre le huela a casa; hago la comida, una boloñesa cotidiana, recojo la cocina, tomo café, me duermo en el sofá, qué extraño en mí, bajo una manta. Qué es esta desazón, este silencio que brota a pesar de la música que escucho. Esa banda sonora que cae como una losa en mi ánimo. Este desorden en mi cabeza, esta necesidad de hablar y de estar callada, estás palabras que parecen pájaros, repiquetean en mi interior y antes de que las escriba se marchan.
¿Qué me pasa? Idea Vilariño, que tiene esos poemas de amor que le escribió a Juan Carlos Onetti, que tiene esos poemas sobre la existencia, sobre el pasmo, la belleza, el horror, según el día, de estar vivo, de estar expuesto a que te quieran y te hieran, otros, el mundo.
Vilariño, que escribe con la sangre y con la piel, con el deseo, la pasión y el hastío, según las horas, los años que transitan por sus versos. Creo que se la conoció durante un tiempo más por su relación con él que por las virtudes de su obra. Onetti que tiene esa novela de oscuras existencias, La vida breve, me viene a la memoria en este ir y venir de mi cabeza, en esta rebelión que desordena mis propósitos.
Algo parecido vivió Elena Garro por ser la mujer de Octavio Paz, pero el tiempo le ha dado su lugar reconociéndola como precursora del realismo mágico y admirando la calidad de su prosa. ¿Qué me pasa? No es esto lo que quería contarles hoy y, sin embargo, es lo que se abre paso esta semana donde solo la amistad, como siempre, fue consuelo, una comida italiana, un café en un barrio que me recuerda a mi madre de joven, tan guapa; la sonrisa de mi hija, su inquietud por el futuro, su calor, fue la delicia, sí, porque se me escurría del corazón una tristeza sorda, una rabia. Y así avanzo hacia un fin de semana en el que anuncian sol por donde vivo, uno de otoño que se lleve la grisura, ese cielo pastoso que parece agravarnos la melancolía. Es esta la estación de las hojas amarillas, de las hojas rojas que dejará los árboles desnudos, lo sabemos, lo hemos leído tantas veces.
Esos árboles que son testigos del presente y del renacer del mañana. Y mientras, como en el poema de Vilariño que inicia su antología publicada en Lumen: ya en desnudez total, extraña ausencia de procesos y fórmulas y métodos, flor a flor, ser a ser, aún conciencia, y un caer en silencio y sin objeto.