Vivimos en un mundo donde proteger los derechos parece implicar que no puedes cuestionar absolutamente nada. Preguntar si es justo que mujeres biológicas compitan contra mujeres trans en deporte de élite no es transfobia; es sentido común. Y, aunque ahora Pedro Sánchez haya decidido vetar a las deportistas trans, Irene Montero insiste en que esta medida es pura discriminación. Mi pregunta es: ¿qué protege verdaderamente a las mujeres?
Porque, por mucho que nos esforcemos en ignorarlo, las diferencias existen. Y no lo digo yo, es una cuestión biológica. Cuando alguien ha pasado por la pubertad masculina, su densidad ósea, masa muscular y capacidad cardiovascular se desarrollan de manera distinta. Puedes reducir los niveles de testosterona, pero no puedes retroceder en el tiempo y borrar los efectos de esa adolescencia. ¿Es justo, entonces, que alguien con estas ventajas innatas compita contra mujeres que no las tienen?
El sacrificio de mujeres biológicas
No se trata de la identidad de género, ni de negar derechos. Se trata de justicia. Las categorías en el deporte no existen por capricho: son un intento de nivelar el terreno de juego. Si permitimos que características físicas tan evidentes pasen desapercibidas, ¿qué mensaje estamos enviando a las niñas que sueñan con competir algún día? ¿Que el esfuerzo no importa porque la igualdad biológica ya no es un requisito? El feminismo no debería consistir en sacrificar a las mujeres biológicas para incluir a otras mujeres. Es más, ¿no es paradójico que una ley que supuestamente protege a las mujeres termine dejando a una parte significativa de las mismas en clara desventaja en algo tan básico como el deporte?
Reconocer los derechos de las mujeres trans no significa ignorar las evidentes diferencias físicas. Todas las personas tienen derechos y merecen respeto, pero, si queremos ser coherentes, no podemos pretender que la identidad de género niegue factores biológicos que son determinantes en el rendimiento físico. Al final, no estamos hablando de prohibir que las mujeres trans participen en el deporte, sino de mantener una competencia justa, creando las categorías necesarias. Porque, si no lo hacemos, corremos el riesgo de convertir el deporte femenino en una categoría vacía.
Existen o no existen diferencias
Lo paradójico de todo esto es la incoherencia que mantiene el colectivo “progre” en cuanto a estas diferencias biológicas: en algunos aspectos, como el deporte, pretenden negarlas y permitir que mujeres trans compitan, pero luego esas mismas diferencias son reconocidas en otros contextos. Por ejemplo, exigir que se rebajen los estándares físicos en pruebas como las de bomberos para permitir que más mujeres puedan acceder a estos puestos. Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Las diferencias biológicas existen o no? Porque parece que nos las tomamos en serio solo cuando encajan con una narrativa específica, pero las ignoramos cuando resultan políticamente incómodas.
Por una vez, parece que Pedro Sánchez ha dado un paso en la dirección correcta, aunque probablemente no sea un tema de convicción, sino de rédito político. En cualquier caso, una cosa está clara: el veto a las deportistas trans no es transfobia; es proteger la justicia en el deporte femenino. Y si a alguien le parece discriminatorio reconocer las diferencias biológicas, quizá el problema no esté en las reglas del juego, sino en la arbitrariedad con la que queremos reescribirlas. Porque la arbitrariedad no nos protege; al revés, nos deja completamente vulnerables. Y esa, amigas, es la mayor discrimación de todas.