La historia tiene muchos matices, pero parece que a la presidenta de México, en su visión reduccionista, le gusta ignorarlos. Exigir al rey Felipe VI que España se disculpe públicamente por la conquista de América no solo es un ejercicio de manipulación histórica, sino que resulta una maniobra torpe y dañina en términos de diplomacia internacional. ¿De verdad es lógico pedirle a un país moderno que pida disculpas por hechos supuestamente ocurridos hace más de 500 años, cuando sus actuales ciudadanos ni siquiera existían? Es como si hoy pidiéramos a los italianos que se disculpen por las conquistas de los romanos, o a Egipto por la esclavitud durante la construcción de las pirámides.
Y, por cierto, antes de exigir fuera, tal vez la presidenta debería empezar por buscar el perdón en su propia nación. Porque si vamos a repartir culpas históricas, recordemos que los aztecas no eran precisamente un grupo de pacifistas. Su dominio se sostenía en gran parte gracias a la opresión brutal de otros pueblos, que incluía exigencias de tributos y sacrificios humanos. Sí, esos rituales donde les arrancaban el corazón a los prisioneros vivos para aplacar la ira de los dioses. Si la justicia histórica es tan importante, ¿por qué no empieza México por disculparse con los descendientes de los pueblos que los aztecas oprimieron?
Y sinceramente, aunque la Leyenda Negra era algo que quería dejar al margen de este artículo, exigencias absurdas como esta lo hacen imposible. Dicen que quienes no conocen la historia están condenados a repetirla, pero en este caso parece que algunos la ignoran por completo o prefieren manipularla. La realidad es que el mito de que unos cientos de españoles llegaron y masacraron a millones de indígenas no se sostiene ni en los números ni en los hechos. El éxito de la conquista española no se debió a la fuerza militar (no es que Hernán Cortés tuviera un ejército de “superespañoles” con poderes), sino a las alianzas estratégicas con los pueblos sometidos por los aztecas, que estaban más que hartos de su dominio brutal. Los tlaxcaltecas, los totonacas y otras tribus se unieron a los españoles para librarse del yugo opresor mexica, que les exigía tributos constantes y prisioneros para sus sacrificios humanos.
Además, a diferencia de otras potencias conquistadoras, como Inglaterra, que optaron por el exterminio masivo en sus colonias (claro, quizá por eso hoy no hay nadie que pueda “quejarse” en Norteamérica de la opresión colonizadora), España promovió el mestizaje. No solo se mezclaron biológicamente, sino también culturalmente, creando una nueva identidad hispanoamericana. Además, las leyes que España promulgó en la época para gestionar los territorios de ultramar fueron pioneras en proteger los derechos de los pueblos indígenas. Las Leyes de Burgos (1512) y las Leyes Nuevas (1542), por ejemplo, establecían la protección de los indígenas frente a los abusos y garantizaban su derecho a la libertad y al salario justo. Estas leyes, promovidas por personajes como Bartolomé de las Casas, se adelantaron siglos a la defensa de los derechos humanos.
España no solo llevó a América su lengua y religión, sino también sus avances en cultura, ciencia y educación. Se fundaron universidades, escuelas, y se introdujeron nuevas tecnologías. Si lo comparamos con el caso del dominio musulmán en la Península Ibérica, no verás a los españoles exigiendo disculpas a Marruecos o a otros países árabes por los siglos de ocupación; aprendimos a apreciar el legado cultural compartido y el mestizaje que hoy nos hace el pueblo que somos.
Finalmente, la narrativa de que los españoles saquearon América y se llevaron todos sus metales preciosos es una exageración que se cae por su propio peso. Sí, hubo extracción de plata, principalmente destinada a financiar guerras y otras empresas europeas, pero una parte significativa de esa riqueza se invirtió en la infraestructura local. Además, se estima que lo que España envió de vuelta a la península fue considerablemente menos de lo que las naciones latinoamericanas “perdieron” posteriormente en sus primeros siglos de independencia debido a deudas, saqueos internos, inestabilidad política y los malos manejos financieros.
Más allá de lo históricamente cuestionable que es esta exigencia, este tipo de gestos entorpecen el avance en las relaciones internacionales. Vivimos en un mundo plagado de crisis humanitarias, problemas medioambientales, inestabilidad económica y pandemias globales. Quedarse anclado en el pasado y exigir disculpas simbólicas por eventos supuestamente ocurridos hace 500 años no solo es inútil, sino que también nos desvía de lo que realmente importa: encontrar soluciones conjuntas para los desafíos de hoy y construir un futuro común.
Al final, lo que la presidenta de México está pidiendo no es solo una disculpa que ancla a sus ciudadanos en el rencor, sino una basada en una versión manipulada de la historia. Es curioso cómo algunos parecen empeñados en seguir dándole vida a la Leyenda Negra, ignorando que la historia es mucho más compleja que los cuentos simplistas de héroes y villanos. Reescribir el pasado no cambiará el presente, y mucho menos resolverá los problemas que enfrentamos. Tal vez podíamos preguntarnos si en vez de tanto pedir perdón desde España, México tiene algo que agradecernos, o a lo mejor estoy loca y habrían estado mejor bajo el dominio azteca, o en las reservas que los ingleses crearon para las tribus indígenas en Norte América.
Y sin que esto siente precedente, un aplauso para Pedro Sánchez, que por una vez ha hecho las cosas bien al no enviar a ningún representante del gobierno a la toma de posesión de la presidenta de México (aunque ya estaba por ahí Yolanda Díaz para “arreglarlo”). Un pequeño acto de sentido común que ya podría aplicar de puertas para dentro. Ya que estamos, Pedro, ¿qué te parece si dejas a Franco descansar en paz de una vez por todas?