Opinión

Feijóo, a la impotencia por la incoherencia

El líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo
Actualizado: h
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Hace unos meses, a propósito de la salida de Vox de los gobiernos autonómicos, debuté en este medio explicando por qué a María Guardiola el tiempo le estaba dando la razón. Hoy, a causa de la catástrofe de la DANA y sus derivadas, los que en aquellas horas decidieron usarla como coartada para tapar la incompetencia de otros y ejercieron una presión brutal sobre su cuello, a la que ella decidió ceder, se han visto obligados a reconocer que su diagnóstico no solo era válido, sino que era el acertado. ¡A buenas horas, mangas verdes! Tras la indefendible gestión de Mazón al frente de la catástrofe, multiplicada por el repulsivo tacticismo del Gobierno Central, hay quien se ha dedicado a deslizar que las relaciones de callegénovatrece con el aún presidente de la Comunidad Valenciana eran tirantes desde el 23 de julio de 2023, que Feijóo y su estrecho círculo siempre lo han culpado de haber arruinado la campaña de las generales, que con su precipitado pacto le dio a Sánchez el motor emocional perfecto para poder movilizar a una izquierda que no hubiese votado por el PSOE en esos comicios.

¡Qué sorpresa! Porque, corríjanme ustedes si me equivoco, creo recordar que fue a una mujer de pelo rubio a la que se señaló, insulto y vejó hasta llegar a límites insospechados por hacer algo tan simple y honrado como querer mantener su palabra. Algo, por otra parte, sumamente heroico en los tiempos que corren. Sí, me parece que fue a La Extremeña a la que se le invitó a tirarse por un balcón, a la que utilizaron como escudo humano los que hoy, más de un año después, se han visto obligados a reconocer que no solo no tenía la culpa de nada, sino que además portaba en su actitud y sus formas el antídoto para lo que ha venido después. Qué sería hoy María Guardiola si hubiera aguantado los envites de la cobardía nunca lo sabremos, aunque les propongo que se imaginen una especie de mirlo blanco en la ciénaga del servicio público que, además de demostrar una honradez en especie de extinción, pudiera ver cómo el tiempo le premió su valentía y, sobre todo, su coherencia. Porque no lo duden, el mayor error que está cometiendo el Partido Popular es precisamente ese: la incongruencia.

Un partido que aspira a gobernar tiene que mostrarse como alternativa y proyectar un rumbo fijo. No puede ser que, en vez de tener una hoja de ruta a largo plazo, esté entregado a los bandazos de lo inmediato, lo que no va más allá del siguiente tuit inútil, la jugarreta más infantil o la próxima metedura de pata en la trampa que Sánchez haya urdido. Nos duele la boca de decirlo, pero para armar un proyecto de Gobierno y transmitirles a los españoles que vas a devolver la serenidad y la sensatez a la política no se puede estar a merced de lo que digan o hagan Sánchez y Vox.

Con la gestión de la DANA se ha vuelto a demostrar que transitan por esa improvisación a la que nos referimos. Y no, que fuese una situación completamente extraordinaria y adversa no es excusa para andar arrastrando los pies de la manera que lo han hecho. Si seguimos la cronología de los acontecimientos vemos como primero se opta por la postura correcta, la institucional, la de un líder que sabe que toca que todo el mundo reme en la misma dirección. Pero no, no fueron capaces de quedarse en aquella acertada foto con Page y exigir por tierra, mar y aire, una reunión con Sánchez para mostrar ante una ciudadanía abandonada a su suerte que no ibas a consentir que la polarización y el frentismo que otros alimentan entorpeciese la necesaria ayuda humanitaria. De ahí, decidieron pasar al ataque frontal al Gobierno, que se frotó las manos con ese paso en falso sabiendo desde el principio que tenían a Mazón cogido con el carrito de los helados. Después de eso, decidieron retirarse para guardar un silencio sepulcral que se interrumpió a los días para hacer de nuevo una declaración ejemplar y acertada, de partido de Estado. Pero claro, ya era demasiado tarde, ya los del otro lado del muro estaban cabalgando la ola de la incontestable negligencia de tu líder autonómico, y tú, que habías abierto la veda señalándolos, ya no tenías recursos para reprochar nada.

Y mira que hay cosas que reprochar a quien por cálculo político ha decidido demostrar su bajeza moral practicando una dejación de funciones que también ha costado vidas, pero si conforme vamos conociendo la injustificable actuación de Mazón no hay una postura clara y firme, solo chismorreos y despejes absurdos de balón, los ataques no tendrán ni fuerza ni enteros. No se explica que sabiendo lo del almuerzo de marras cuando se estaba fraguando la catástrofe, la única medida que se tome sea despotricar en corrillos con periodistas y lanzar a los leones en privado a un tipo con el que anteayer, en Espejo Público, volvieron a cerrar filas.

En esta incoherente cronología está el principal problema, en no ser capaces de tomar decisiones difíciles que a la larga serán los motores que te legitimarán para señalar y juzgar las innumerables salvajadas de un Gobierno sin escrúpulos entregado al equilibrismo, la fanfarria y ese pasatiempo bochornoso de ir buscando fascismo donde solo hay descontento. Pero, y aquí está el quid de la cuestión, con qué legitimidad va el PP a exigirle nada a nadie si no es capaz de admitir sin eufemismos que Mazón tiene que marcharse. Con qué legitimidad va a señalar a Teresa Ribera, Marlaska o al propio Sánchez si está respaldando a un señor que cambió cuatro veces de versión antes de reconocer que no estaba donde dijo que estaba mientras el agua ya les llegaba a las rodillas a sus paisanos. Con qué legitimidad vas a aguantar la razonable crítica de que se debía decretar una emergencia nacional, si el barón de tu propio partido que la podía haber pedido, se negó. Con qué legitimidad vas a pedirle a Sánchez dimisiones que son un clamor si cuando florecen los incompetentes en tu bancada, miras para otro lado. Con qué legitimidad vas a exigir ceses si cuando lo de la rebaja de penas de los etarras no rodó ni siquiera la cabeza de las tres personas a las que se les coló por la escuadra aquella transposición.

Cuando tu cometido es combatir una gran mentira, debes ser capaz de mantener los estándares que tratas de imponer. Porque, aunque lo tuyo no sea comparable con lo de los otros, basta solo un traspié para que tu adversario justifique sus prácticas con tu parcial indulgencia. Y no, no vale que hoy Mazón, después de que ayer se dijera que lo que nos tiene que decir hoy será bálsamo para la desconfianza de la clase política, cese a una o dos consejeras. Él es el máximo responsable.

El único camino posible es el largo plazo, la coherencia y la sensatez. Eso es mucho más valiente y necesario en estos momentos que subirse a los rings de boxeo que Sánchez planta en el camino. De nada servirá dentro de un tiempo mirar atrás y echarle la culpa a nadie.