Imagínense que abren una nueva cafetería en su barrio. Se han enterado porque todo el vecindario habla de ella. Está en las conversaciones del parque, en la panadería, en las colas de las sucursales bancarias y hasta en el gimnasio. Cuentan que su café es adictivo, las butacas cómodas, hay buen ambiente y está siempre a rebosar. Además de moderno resulta que ese espacio está siempre abierto. No cierra por la noche, ni los domingos. Tampoco los festivos. Y otra cosa más: el café lo dan completamente gratis y puedes pedir todo el que quieras. Ahora les formulo la siguiente pregunta: ¿frecuentarían esta cafetería?
Seguramente el primer impulso es ir a probar. Si va todo el mundo es que es buena y tampoco queremos quedarnos fuera de las conversaciones ni de las tendencias. Quizás después de un tiempo se empiecen a cuestionar cuál es su modelo de negocio, porque algo tendrán que ganar. También se percatan de que parte del personal se dedica a escuchar todas sus conversaciones y tomar apuntes. ¡Qué raros! Incluso han notado que necesitan ir cada vez más a este lugar y que después de tomar siete cafés diarios… parece que hay algo que les sienta mal.
En el mundo físico nos resulta inverosímil que una empresa nos ofrezca un producto gratis, de manera ilimitada y sin tener que pagar nada, pero en el mundo virtual nos lo tragamos. Quizás porque no tenemos muy claro qué es lo que nos piden a cambio, o porque lo que nos piden no es físico ni tiene un impacto en nuestra cuenta bancaria, o simplemente porque no lo consideramos valioso. La descripción esta cafetería inventada encaja con lo que nos ofrecen las plataformas de redes sociales y de comunicación como X, Tik Tok, Facebook, Youtube o Instagram. Lo que buscan es mantenernos enganchadas, que pasemos el mayor tiempo posible en sus espacios y vender a otras empresas todos nuestros datos.
Pero además de utilizarnos para ganar dinero, en esos espacios digitales donde nos relacionamos, también dejan entrar a todo tipo de perfiles siniestros. Justo a nuestro lado pueden sentarse libremente odiadores, agitadores, estafadores, extorsionadores, mentirosos, delincuentes, acosadores, abusadores y hasta pederastas. Puede que ahora mismo tengan a varios de esos perfiles sentados en su misma mesa y conversando con usted sobre cualquier tema. No se les puede identificar porque llevan una careta, lo cual nos hace todavía más vulnerables a sus ataques.
En dicha cafetería (o plataforma virtual), existen hojas de reclamaciones por si usted desea poner alguna queja formal. Este nimio formulario le transmite la sensación de que su voz va a ser escuchada y de tener cierta protección legal. Quizás hasta se dedique en alguna ocasión a rellenarla, pero lo más probable es que no tenga ningún efecto. Los insultos están permitidos en el local. El acoso continuado a los clientes también. Si le roban o le timan es su responsabilidad. Y si captan a niñas para abusar de ellas pidiéndoles que se desnuden en alguna de sus salas, la empresa asegurará que no sabía nada. Puede que el día que ponga una queja logre apartar de su mesa al delincuente, pero al día siguiente se sentará otro, y al día siguiente otro, y al siguiente otro más. La estrategia para continuar delinquiendo es muy sencilla: solo hay que volver a entrar cambiándose la máscara.
Algunas plataformas (o cafeterías imaginarias) están sacando carteles a la calle. “En este local avisamos a los menores para que se vayan pronto a la cama” Otras avisan amablemente a sus clientes de que es tarde y es mejor descansar. De todas las acciones que pueden y deben hacerse, esa es la que les sale más rentable porque proyectan la imagen de empresa comprometida sin cambiar absolutamente nada. Colgando el cartelito sus contenidos pueden seguir siendo igual de dañinos, sus redes igual de inseguras y la responsabilidad sigue recayendo únicamente en los usuarios.
Si pasamos tiempo en esos locales virtuales a cambio de proporcionar un montón de datos, lo mínimo es que estemos seguras en ese espacio. Especialmente los grupos humanos más vulnerables: menores, mujeres y colectivos discriminados. De la misma manera que pediríamos responsabilidad a cualquier local comercial por los daños a la clientela que se ocasionen dentro de él, también podemos exigir a los espacios virtuales que nos protejan. Queremos que las condiciones de uso estén mucho más claras y podamos entenderlas. Queremos saber con quiénes interactuamos o que, al menos, puedan ser rastreados: fuera caretas. Queremos que el insulto y el acoso a las personas no sea parte de la convivencia. Queremos que se verifique la edad de los usuarios para proteger a los menores. Queremos que no haya delincuencia. Queremos libertad real de información y no resultados orquestados por los algoritmos. También queremos contenidos de calidad con lenguajes que no fomenten el odio ni la crispación sino el entendimiento. Nos va la salud mental y física en ello.
Las empresas que se enriquecen con nuestras interacciones nos necesitan porque han levantado todo un imperio que deben alimentar. Ya hay muchos usuarios que están abandonan los espacios digitales y muchas estamos deseando que se construyan otros nuevos que nos proporcionen mayor seguridad. Mientras tanto, negociemos nuestras condiciones. Exijamos a las plataformas digitales más protección dentro de sus espacios. Es su responsabilidad.