Opinión

España oculta

María Jesús Güemes
Actualizado: h
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Son 152 imágenes captadas por Cristina García Rodero. España oculta está ahora mismo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, aunque viajará durante dos años por distintas sedes. En la muestra aparecen fotografías de un buen número de fiestas, ceremonias y tradiciones de nuestro país.

Ahora que todo el mundo dispara la cámara del móvil y logra siete mil instantáneas en un segundo, estas escenas adquieren mayor valor. Allí estaba ella para inmortalizarlas en el momento preciso y sin filtros. Todas desprenden cierta energía animal. Hombres, mujeres y niños repletos de expresividad. Hay gestos robados, danzas y ataúdes enfatizados por el blanco y negro.

En el díptico que dan a la entrada se recogen unas palabras de la artista: “Intenté fotografiar el alma misteriosa, verdadera y mágica de la España popular, con su pasión, el amor, el humor, la ternura, la rabia, el dolor, con su verdad; y los momentos más intensos y plenos en la vida de los personajes, tan simples como irresistibles, con toda su fuerza interior, en un desafío personal, en el que puse todo mi corazón”.

En 1973, García Rodero recibió una beca de la Fundación Juan March. Así se lanzó a la aventura. Comenzó a recorrer pueblos y a inmortalizar nuestras costumbres. Al entrar en la sala donde están sus obras, es inevitable pensar que en España han cambiado mucho las cosas. Sin embargo, al ir avanzando por los pasillos, se ve que no tanto.

La colección abarca desde 1974 a 1989. Es cierto que, en la actualidad, podemos presumir de una sociedad moderna y preparada, repleta de avances… Pero, en realidad, somos los mismos. Los agricultores continúan teniendo la piel curtida por el sol, las cofradías de Semana Santa todavía me dan miedo y las flamencas posan igual en todas las épocas. Las plazas de toros, las celebraciones religiosas y los festivales folclóricos se mantienen. En esta exposición cobran movimiento y sonido, contrastando con la quietud y los susurros de los visitantes que observan sus detalles.

Es un hecho que seguimos siendo bastante peculiares. Es lo que me dicen aquellos que vienen de fuera cuando les cuento que tuvimos un presidente que se pasó buena parte de su moción de censura recluido en el reservado de un restaurante y que al de ahora le ha dado por mandar cartas a la ciudadanía para manifestar, entre otras muchas cosas, que necesita cinco días para reflexionar.

En el álbum de García Rodero se aprecia esa singularidad. Basta con contemplar sus retratos. Muchos podrían ser nuestros familiares, los de cualquiera. Ahí estaría mi madre arreglándole el vestido de la comunión a su ahijada, la vecina del cuarto con la mantilla o el abuelo sentado en la puerta, controlando el zoo humano que circula a su alrededor. Es un estudio antropológico que viene a demostrar lo poderosas que son nuestras raíces y justifica que las comunidades autónomas las preserven con orgullo.

Gracias a esta mujer, de ojos grandes y claros que sonríen, las tenemos registradas. Reconocida y premiada, García Rodero nos ofrece su visión personal. “En el mirar está el sentir, está el interrogar, el profundizar. Una cosa es ver y otra mirar”, comentó en una entrevista en Jot Down hace 10 años.

Cuesta imaginarla entre el sudor, el polvo, los empujones, los ritos y los gritos. Choca que sea capaz de captar sentimientos en medio de la vorágine y que, de pronto, nos inunde de una paz infinita. Eso es lo que transmite en El soñador, donde aparece un niño en la cima de una aldea. Abajo se distinguen los tejados de las casas y, a lo lejos, el campanario de la iglesia con el nido de la cigüeña. El fondo está teñido de bruma. El chico luce enfundado en un abrigo, con el cuello alzado, la boca medio abierta y los párpados cerrados. Qué estará soñando.

A estas alturas, apetece emularle y abandonarse. Tras cuatro convocatorias electorales, los ciudadanos no quieren más política. Atisban, allá en el horizonte, las vacaciones. Esperan descansar y visitar otros lugares. Eso siempre enriquece. García Rodero siempre fue consciente de que saborear el mundo era la mejor manera de adquirir cultura, quitarse prejuicios y ser tolerante.

Es importante emprender otros caminos y detenerse en las personas que te acompañan en el recorrido. Yo acabo de volver de una breve escapada con una amiga y también hemos plasmado el esplendor de estar juntas. En la galería del teléfono se conservarán durante mucho tiempo fotos de charlas infinitas, una buena mesa y un baile. Repasarlas ayuda a seguir adelante. Desde luego, es la mejor forma de resetearse.

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