Sería en 2008 cuando en el programa de sobremesa Aquí hay tomate empezaron a hablar de ese secreto a voces que vinculaba al entonces jefe de estado con una conocida vedette de la Transición. Sobre una imagen de un conocido chalet de Boadilla del Monte, aparecía el nombre de Bárbara Rey. Debajo, un tomate. Entraba el texto “A la vuelta de publicidad”. El nombre Bárbara se evaporaba, resolviendo el acertijo por si había algún despistado. A la vuelta de publicidad, por supuesto, no se revelaba absolutamente nada. De esto van los programas del corazón. Ves un programa entero, y nunca sucede nada de lo que te dicen que va a suceder. Es al día siguiente cuando aparece el titular, y ellos lo comentan a gritos. En 2008 el formato del guirigay no estaba tan perfeccionado como ahora, aunque los ganchos sí eran eficientes. En 2008 todavía no se podía hablar de ciertos temas. Paolo Vasile retiró Aquí hay tomate de la parrilla de programación, aduciendo una bajada del share, y desvinculándose así de los rumores que apuntaban a la Casa Real. Al año matizó que “El Rey no acabó con ‘El Tomate’ pero sí llamó a Berlusconi para quejarse”. Así son los poderosos, que levantan el teléfono y hacen y deshacen a su antojo. Pero lo suyo con Bárbara Rey era, desde hacía décadas, un rumor tan insistente como el del motorista bondadoso o el del cantante de pop que llegó a Urgencias con un desgarro anal. Al contrario que aquellos dos últimos rumores, este, el de la vedette, era verdad.
En 2012 el rey tuvo un accidente cazando elefantes que rompió, o facilitó que se rompiera, el pacto de silencio de los medios en torno a su reinado. Hay quien ha escrito mucho y muy bien acerca de ello. El podcast X Rey, el libro King Corp, o la mitad de la producción literaria de Pilar Eyre son los ejemplos perfectos.
El pasado 25 de septiembre se publicaron en la revista holandesa Privé las fotos tantos años escondidas. Igual que lo del elefante fue la gota que colmó el vaso, los vacíos bolsillos del hijo de Bárbara han sido el detonante de la publicación de las fotos del romance.
Que la perentoria necesidad de parné del primogénito de Ángel Cristo haya sacado a la luz lo que tanto dinero costó ocultar no es sino otra prueba de que, los escándalos, como los torrentes, encuentran siempre el camino. Ahora mismo habrá reuniones en el CNI tratando de ver qué salió mal, cómo pudo ser que finalmente se publicaran esas fotos que, según se dice, estuvieron circulando por varios medios españoles sin que nadie quisiera (o se atreviera) a publicarlas.
No es asunto nuestro lo que suceda en el matrimonio entre Juan Carlos I y Sofía de Grecia. Si nos importa es porque nos han costado mucho dinero por ser el jefe de Estado, máxime cuando prefirió tributar fuera del país cuya moneda llevaba su cara antes que darnos un duro a los pobres diablos a los que se nos decía, en aquellos aciagos años de crisis, que nos teníamos que apretar el cinturón. ¿Ha recuperado usted la capacidad adquisitiva que tenía antes de 2008? Porque yo no. Cada día soy más vieja y más pobre. Tan tiesa como Ángel Cristo Junior, que ha derribado, él solito, todos los tabúes que teníamos en torno a ese secreto a voces. ¿Y saben lo que ha pasado? Que se ha puesto a circular, imparable, el retoque fotográfico de Bárbara Rey abrazando la efigie del emérito, la que salía en las monedas de cinco duros. Hace unos días pasé en taxi por la puerta del chalet donde se tomaron esas fotos. El taxista, impertérrito ante el escándalo, estaba mucho más ilusionado al contar que había llevado en taxi (no una, sino varias veces) a Rafa, Rafa el de La Unión. Atrás quedaba la terraza del delito. La confirmación de ese secreto a voces me parece la confirmación, también, de que tenemos la cutrez pegada al alma, quién sabe desde hace cuánto, y hasta cuándo.