Parece que fue hace mucho tiempo porque cada día tiene sus cosas −en este caso las noticias que se generan a diario que hacen que nos olvidemos de lo que acaba de ocurrir apenas ha sucedido−, pero no hace ni un mes que se ha celebrado una nueva cumbre del clima, la COP29, la conferencia de la ONU sobre Cambio Climático.
Son ya muchos años −veintinueve para ser exactos, de ahí el nombre de la última cumbre− viendo desde la distancia estos encuentros, donde jefes de Estado y de gobierno, funcionarios gubernamentales, representantes de organismos internacionales, líderes empresariales, académicos y representantes de la sociedad civil (algunas veces incluso estrellas o artistas famosos), acuden para intentar resolver los problemas que afectan al clima de nuestro planeta.
Y es que las cifras que se nos muestran son escandalosas. Por ejemplo, la cantidad de emisiones de CO2 de los países industrializados. Aunque hay números que siendo menores me parecen igual de escandalosos o quizá más, porque se ve todo más cercano.
Por ejemplo, el otro día leía (disculpas si las cifras no son exactas, pero hay un poco de baile según las fuentes) que cada hora que un avión privado pasa en el aire puede llegar emitir hasta dos toneladas de CO2. Se estima, por otra parte, que cada uno de nosotros, personas normales, emitimos al año entre 5 y 8 toneladas. De acuerdo con estas cifras, en ochenta años de vida tú, yo, emitiríamos el mismo CO2 que unos cientos de vuelos privados o unos cientos de horas de un solo avión privado. O lo que es lo mismo, Madrid Nueva York en avión privado emite la misma cantidad de CO2 que tú o yo en dos años, más o menos (disculpas también por las cuentas gruesas).
Y mientras vemos las cumbres pasar (todavía recuerdo la cumbre de Kioto, allá por el año 1997, la COP3), la sensación que tengo es que, desgraciadamente, nunca pasa nada. Si tienes dinero te puedes comprar emisiones de CO2, como hacen tantos países, y estoy convencida de que comprarían muchas personas particulares si pudieran. Emito CO2 por aquí, pago emisiones por allá. Al final, como tantas otras cosas en la vida, como tantas otras cosas en la historia de nuestra humanidad, el problema se reduce a lo mismo. Todo tiene un precio.
He pasado por alto hasta ahora que la presidencia de esta última conferencia estuvo a cargo del ministro de Ecología y Recursos Naturales del país donde se ha celebrado, Azerbayan, que es un antiguo ejecutivo de una empresa petrolera. Algo muy similar a lo que ocurrió en la cumbre celebrada el pasado año en Emiratos Árabes Unidos, que tuvo como presidente a un magnate del petróleo. Nada más que comentar al respecto.
Yo, por mi parte, llevo muchos años viviendo −supongo que como tantas personas, quizá tú también−, de acuerdo al lema Think Globally, Act Locally (Piensa Globalmente y Actúa Localmente). Intento aportar mi granito de arena en todo lo relativo a la contaminación, intento contaminar lo menos posible. Y estoy cansada. Estoy cansada de ver lo que veo.
Me cuesta creer que, igual que tú o yo somos capaces de realizar muchas pequeñas acciones, todos aquellos que no paran de aleccionarnos sobre lo que tenemos y no tenemos que hacer, y no paran de decirnos lo malos que somos cuando tiramos un papel en la calle, no reciclamos o seguimos conduciendo un coche que no es eléctrico, son los que se montan en un avión privado que en un solo vuelo contamina lo que yo voy a contaminar en un año. Y lo mismo para todas estas estrellas o artistas que lanzan mensajes salvadores y nos dicen lo qué debemos hacer los demás, pero sólo viajan en avión privado.
Aunque lo pienso y quizá no me gustaría estar en la piel de todas esas personas que tienen que volar en esos aviones privados a esas cumbres del clima (a veces a lugares tan cercanos que se puede ir en coche en unas horas) y tienen que aguantar que el resto del mundo les tilde de hipócritas. Seguro que sí piensan en las consecuencias de sus actos y también es seguro que, si pudieran elegir, irían en bici a todas partes. Todos sabemos que no es lo mismo viajar en avión privado que en avión comercial (aunque no lo hayamos podido comprobar) y que una reunión por Zoom, Teams, o Google Meet no es lo mismo que una reunión presencial (esto si lo hemos comprobado), pero a ellos nos les queda otra.
Me reitero, estoy muy cansada. Seguiré con mis pequeños gestos, los que están al alcance de mi mano. Pero ahora quiero pedir algo, a quien corresponda. Pido que dejen de darme lecciones y comiencen a dar ejemplo.
Que, como dijo Einstein, dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás, es la única.