Llego puntual a la cita. Mi amiga Antonia me recibe en su casa y me encamina hacia un amplio salón donde espera el grupo de mujeres que integran el Club de Lectura, todas ellas pertenecientes a un abanico de profesiones alejadas de mi mundo filológico y literario, pero sumamente interesadas en ampliar sus conocimientos en la materia mediante el uso y disfrute de novelas que hayan marcado un hito en la historia de la literatura universal.
Y ese es exactamente el caso de nuestra convocante: Madame Bovary, de Gustave Flaubert, novela elegida por Antonia. Es ella, por lo tanto, según las normas y costumbres del grupo de lectura, la encargada de organizar, con posterioridad, la sesión de comentarios y puesta en común a la que yo estoy invitada como moderadora.
El marco para la ocasión es realmente inigualable, pues nuestra anfitriona, guiada por su exquisitez y originalidad, ha ideado un aperitivo y cena a lo francés. En ese ambiente charmant et délicieux, del que sin duda hubiera disfrutado la Bovary, Elisa –con la discreción y elegancia personal que la caracterizan– hace las presentaciones. Y tras un brindis con champagne, comme il faut, entramos en materia y yo doy comienzo a mi disertación.
Confieso que mi pasión por la novela, su autor y el personaje de Emma Bovary me hizo perder la noción del tiempo. El caso es que todas me escuchaban con atención y eso alimentaba mi entusiasmo. Las deliciosas viandas que llenaban la mesa en torno a la que nos habíamos reunido permanecían impolutas, esperando a ser consumidas más tarde.
Por esos extraños secretos de la vida, se creó un ambiente mágico, apenas interrumpido de vez en cuando por algún sorbito del delicioso néctar francés que alguna de las asistentes llevaba a sus labios en las delicadas copas que volvían a posarse suavemente sobre la mesa central. Estaba claro que el análisis de las circunstancias de Emma Bovary y de los terribles personajes que rodearon su vida interesaban a este grupo de mujeres lectoras tanto como a mí.
La publicación de Madame Bovary, en 1857, en la Francia de Napoleón III, trajo consigo un proceso de censura por atentar contra la moral de la época. Proceso del que obra y autor salieron indemnes y obteniendo un plus de popularidad muy beneficioso para ambos. Pasamos revista al resto de creaciones de Flaubert, poniendo de manifiesto la minuciosidad con la que trabajaba y su necesidad de leer en voz alta los manuscritos antes de entregarlos a imprenta.
Y así entramos de lleno en la vida de Emma, en la de su marido Charles y en la de los personajes que incidieron en su existencia, como el farmacéutico, el vendedor de telas o el notario, entre otros, y –cómo no– en la de los dos amantes que arruinaron los sentimientos de la dama soñadora. También salieron a la palestra Berta, la hija no deseada, y la criada.
Y al final llega el desastre con el suicidio de Emma como única salida al caos al que la han llevado sus sueños y en el que tanto han tenido que ver los personajes citados. El nihilismo de Flaubert pone constantemente en tela de juicio la falsa moral y las costumbres de la burguesía provinciana de la región que le vio nacer y morir, Normandía.
Al terminar el recorrido por la novela, la sensación de sobrecogimiento que deja la lectura de la obra vuelve a manifestarse en el grupo que me escucha. Decidimos hacer un alto en el camino para alegrar nuestros estómagos con los manjares que seguían esperándonos y… surge la chispa… y comienza el debate.
Algunas de las integrantes del grupo consideran que Emma fue una víctima de sus sueños imposibles como lo fuera Don Quijote, otras juzgan que su desgracia era una fatal consecuencia de su constante insatisfacción, y otras opinan que la Bovary era una heroína, pues se atrevió, transgrediendo la moral y las costumbres de su época, a perseguir sus sueños, aunque ello la llevara al suicidio.
Todas coincidimos en que la simpleza de espíritu, el egoísmo, la mentira, la falsa moral o el interés desmedido encarnados por los personajes que acompañan a Madame Bovary siguen presentes en la sociedad actual. Pero también estuvimos de acuerdo en que la lección que Madame Bovary nos trae a las mujeres de hoy es una lección aprendida tras muchos años de lucha desde el siglo XIX.
Nuestra velada cultural se alargó hasta bien entrada la noche, con cena incluida, y todas acabamos brindando por la amistad y la lectura, agradeciendo los avances que las que nos precedieron habían conseguido para nosotras. Y repetimos el brindis por los logros que nosotras deberíamos conseguir para las siguientes generaciones de mujeres. ¡Que así sea!