Los políticos suelen utilizar a veces los argumentos más peregrinos para criticar al adversario o para defender a su líder, pero lo cierto es que lo de Juanjo Marcano no lo vi venir. Marcano es un diputado socialista de la Asamblea de Madrid que hasta hace unos días era bastante desconocido para el común de los mortales. El pasado jueves, sin embargo, se hicieron virales sus palabras sobre el presidente del Gobierno: lo suyo, les decía a PP y Vox, “es envidia pura y dura. Y les entiendo, porque con lo bueno que está el presidente del Gobierno no me extraña que sientan esta envidia tan asquerosa, porque jamás van a ocupar el lugar ni la oposición que tiene el señor Pedro Sánchez”. Al escuchar tal declaración de amor, me imaginé al diputado regional tarareando en su casa el bolero de Machín: “y mira si es grande mi amor, que cuando digo tu nombre, siento envidia de mi voz”.
Según la Real Academia Española, la envidia es la tristeza o pesar del bien ajeno, o la emulación de algo que no se posee. Y eso, según Marcano, es lo que siente la oposición al ver lo guapo que es el jefe del Ejecutivo. De entrada, yo prefiero que sean otras las virtudes de un líder político, como tampoco a Miss Cataluña, pobrecita mía, le pido que siente catedra sobre el descenso de la natalidad (aunque quizá debería saber que se dice natalidad y no “notabilidad”). Y es que envidia hemos sentido todos alguna vez. Me ha pasado a mí estos días viendo las imágenes de Sofía Loren de joven y las de Tina Turner bailando con tacones de aguja como si fuera lo más natural del mundo.
El atractivo de un líder político siempre ha movido al electorado. Adolfo Suárez fue un gran ejemplo de ello, y, si no, que se lo digan a la cantidad de mujeres que votaron por él en 1977. Lo mismo podría decirse también de Felipe González. Y luego está el atractivo que la gente ve a los poderosos, por el mero hecho de serlo, lo que se llama la erótica del poder. Recuerdo que, en un mitin político en una localidad de Madrid, una señora le gritó a Rajoy en medio de su intervención: “¡Guapo!”. A lo que él respondió: “su generosidad es infinita”. Y, en otra ocasión, una mujer, al ver que Aznar se había dejado el pelo largo, le dijo a su marido: “¿ves? Te tienes que dejar el pelito así, como el presidente”.
Existe la erótica del poder, y existe también el ansia de poder, el mero placer de ejercerlo, de saberse poderoso, y eso lo sienten igual tanto los guapos como los feos. El ex secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, decía que el poder es el mayor afrodisíaco. Quizá por eso, a los líderes políticos les cuesta tanto retirarse, aun cuando a veces son conscientes de que, más que un catalizador para su país, son un lastre para él y para su propio partido.
En España, mientras, seguiremos teniendo envidia de todo, porque, como decía Borges, es un tema muy español, tanto que, hasta para decir que algo es bueno decimos que es “envidiable”.