Opinión

En la montaña rusa

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Gobiernos, empresas, inversores, banqueros, autónomos, agricultores, ciudadanos de toda condición y calaña viven en un ir y venir por los humores del hombre del pelo naranja, que gobierna a golpe de impulso, gónada y capricho. No es fácil escribir nada nuevo o distinto sobre las hazañas y dislates de nuestro héroe ni sobre las convulsiones que provoca en el resto de los mortales. Mi pluma tampoco es un dechado de originalidad ni de conocimiento. Pero imagino a presidentes de gobierno, consejeros delegados de empresas, chairmans de bancos, gestores de fondos, proveedores de cualquier servicio o bien, productores de aceitunas o ahorradores dando vueltas sobre qué hacer y cómo actuar ante la falta de decoro del nuevo amo del mundo.

Al fin y al cabo, todos somos seres humanos, dominados por dudas, soberbia, miedos, sentido de lo justo, instintos de rebelión o de resignación. Lo mismo da si te llames Xi Jinping, Jamie Dimon, Ana Botín o este servidor, que duda sobre qué hacer con los ahorros de su vida. Y la impresión, es que nadie sabe con certeza el camino a seguir, pues ninguna decisión garantiza ni mínimamente un resultado.

Donald Trump nos está condenando a vivir en una montaña rusa, un rollercoster lo llaman los americanos, con bajadas y subidas continuas, pasando del negro absoluto a una lucecita encendida, en función de la ducha diaria del inquilino de la Casa Blanca. Puede que, a él, con su bravucona psicología, le gusten esas emociones. Pero el resto de la humanidad prefiere la estabilidad y la tranquilidad.

En esta columna de hoy, me voy a atrever a especular con las opciones de unos y de otros. Y voy a empezar por el mismísimo Donald Trump. Apretó el botón y lanzó su órdago a países y mercados. Pero a los pocos días, reculó. Sólo mantiene el pulso con China. La apuesta está ahora en un arancel americano del 145% y una respuesta recíproca del 125% de la parte china. Es como esos jugadores de póker que siempre están dispuestos a llegar más lejos. Hoy por hoy, no parece que ninguno de los dos vaya a parar. Ambos son hombres fuertes con las dos mayores economías del mundo a sus espaldas. La diferencia, no obstante, es sustantiva. Xi Jinping no tiene ni opinión pública, ni oposición política, ni Parlamento, ni elecciones, ni empresarios. Sólo tiene un Partido Comunista que controla con mano de hierro. Trump, mal que le pese, tiene todo eso observándole y, más pronto o más tarde, tendrá que rendir cuentas. Con el resto de los países, ha abierto un paréntesis de 90 días para negociar o buscar un acercamiento. La Unión Europea ha respondido de la misma manera. Así que podremos respirar.

¿Qué le llevó a Trump a recular? Nadie lo sabe a ciencia cierta. En sus propias palabras, la gente se estaba poniendo “nerviosa”. Hasta en su círculo íntimo se han producido disensiones, empezando por Elon Musk, que ha criticado abiertamente la medida y ha llamado a Peter Navarro, gurú arancelario de la Casa Blanca, “idiota, más tonto que un saco de ladrillos”. Sabido es que el entorno de Trump no es precisamente Versalles. El temor por las consecuencias económicas, financieras y comerciales, con amenaza de aumento de precios, inflación y recesión, fue de tal calibre en Washington y Wall Street, que el presidente tuvo que echar marcha atrás, amparado en la apertura de unas supuestas negociaciones. Por tanto, parece que Trump mantendrá el pulso con su archirrival chino y buscará acuerdos con unos y con otros hasta poder presentar a la opinión pública que es el ganador de la apuesta.

Ya hemos hablado de China, el gran protagonista. La fábrica del mundo parece decidida a aguantar el pulso a los americanos. Dispone de capacidad económica y política, de fuerza militar y de recursos industriales para ello. No están dispuestos a ceder un ápice. Se han sentido ofendidos por la intimidación de Trump y le van a devolver la misma medicina. Por ahora, los puentes parecen rotos entre ambas potencias. Con el resto de los países, los chinos buscarán intensificar sus relaciones económicas y ensanchar rutas comerciales para sus imbatibles productos.

La Unión Europea bastante ha hecho con ponerse de acuerdo con ella misma. Son veintisiete y con Viktor Orbán sentado entre ellos. Inicialmente, aprobó gravar con un 25% a 1.500 productos “made in America”, pero aplazó su aplicación durante 90 días con la intención de negociar un acuerdo con los Estados Unidos. Mientras tanto, surgen iniciativas para ir dando la espalda al Atlántico y girar los ojos hacia China. El presidente Pedro Sánchez se ha ofrecido de avanzadilla en su espectacular viaje a China, precedido de un homenaje en Vietnam a Ho Chi Minh, el líder independentista que se enfrentó a los americanos.

La visita no ha pasado desapercibida en Washington, Scott Bessent, secretario del Tesoro americano, no se ha mordido la lengua: “acercarse a China es cortarse su propio cuello”. Haciendo amigos. Se trata de un debate de fondo en las cancillerías europeas. Ahondar las relaciones con China o mantenerse en la órbita americana. Dicotomía de difícil resolución. Europa forma parte de la esfera occidental y alberga la esperanza de que el Estados Unidos postTrump recuperará los hilos históricos trasatlánticos. Por tanto, la Unión Europea cocina un acuerdo con los americanos, al tiempo que esboza un hipotético endurecimiento arancelario, aplicando medidas como el Instrumento contra la Coerción Económica que limitaría el acceso a contratos públicos a sus empresas. Mientras tanto, tienen que intensificar sus planes de rearme defensivo y de capacidad tecnológica. El Tío Sam se está despidiendo.

Las empresas internacionalizadas o las que, simplemente, comercian con el extranjero vendiendo o adquiriendo productos se empiezan a preparar para un escenario inflacionario, con encarecimiento del crédito y bajada del consumo. Necesitan buscar nuevas relaciones y abrir otras salidas comerciales. Los consumidores corren al supermercado para acarrear de productos la cesta de la compra ante el temor de un encarecimiento de los productos

Los ahorradores tampoco lo tienen claro. La renta fija rinde poco y la renta variable es una especie de caballo loco. La última semana ha sido un buen ejemplo con subidas y bajadas diarias, en función de los cambios políticos. Muchos gestores rotan las carteras refugiándose en derivados, pero sin perder posiciones para no quedar fuera del ansiado rebote. Los expertos recomiendan mantener la calma, pero ya sabemos la nerviosidad del dinero.

Nos ha tocado vivir en esta montaña rusa, aunque no nos guste la experiencia. Como tantas otras veces, el futuro de la humanidad está en manos de los políticos. Y, los de ahora, no tienen las mejores manos ni las más brillantes cabezas. Confiemos en que les dé para algo más que para apretar el botón de la montaña rusa.