Opinión

¿Elon Musk tiene razón?

Elon Musk en X - Sociedad
Teresa Giménez Barbat
Actualizado: h
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Leemos en la prensa de izquierdas: “Los diputados británicos quieren llevar a Elon Musk ante el Parlamento por los disturbios. Musk lleva días enfrentándose a los políticos por los disturbios de extrema derecha que arrasan el Reino Unido”.  Están hablando, como saben, de las indignadas reacciones que ha habido por el horrendo acuchillamiento de unas niñas pequeñas en una clase de baile infantil en Southport el 29 de julio. El dueño de Tesla y Starlink ha criticado la forma en que primer ministro Keir Starmer manejó el asunto tratándolo básicamente como la expresión racista de unos ciudadanos que, en su opinión, no se deberían englobar sin más en una recurrente “ultraderecha”. El asunto ha tenido suficiente gravedad para desatar la ira de una sociedad sobrepasada por el deterioro de las relaciones en la comunidad, el aumento del delito en general y el temor que algunos británicos sienten por la aparente poca disposición de ciertos colectivos (esencialmente, el musulmán) en adaptarse a los valores propios de una democracia liberal. También es evidente en el espíritu de esos disturbios un resentimiento por la generalización de un pensamiento de izquierdas que califica al que manifiesta sus objeciones como racista o supremacista. Y no es para menos, pues son múltiples los incidentes que llevan a pensar que esa ideología ha afectado incluso la forma en que los cuerpos de seguridad actúan. No es Musk el único que cree que la policía se ha comportado en estos disturbios, en sus palabras, de forma “unilateral”.

Llovía sobre mojado, pues la inquietud, el desasosiego y el rencor en ciertos barrios no elitistas lleva años creciendo ante el desinterés de los políticos. Y esta vez la virulencia de las manifestaciones lo ha puesto de relieve en toda su crudeza. ¿Para tanto como que Musk escribiera el domingo que “la guerra civil es inevitable” en el Reino Unido? Como era de esperar, solo desde medios de derecha como Unherd consideran que esa idea loca de la guerra civil no puede descartarse. El periodista Brad Evans nos recuerda que la gente asistía a la ópera o paseaba tranquilamente por la ribera del río en Sarajevo cuando se desencadenó la última guerra europea antes de la de Ucrania. Un asesinato en una boda la tarde del 5 de abril de 1992 desató una brutal confrontación entre los ciudadanos de Yugoeslavia que duraría años, cambiaría los mapas de la región y dejaría un poso de inestabilidad que aún puede palparse en sus calles. También había un caldo de cultivo: a la mañana siguiente, la ciudad se despertó con cadáveres en las calles, pero la tensión había ido aumentando durante más de un mes. El  grave incidente en la boda, como sucede siempre, fue politizado para sembrar el odio y la división. Pero nadie esperaba que llegase tan lejos. ¿Cómo podía una ciudad europea tan rica en cultura y en vías de desarrollo verse destrozada por una violencia tan brutal? “De la noche a la mañana, dice el periodista, Sarajevo se había convertido en sinónimo de los peligros de la división étnica, el fervor ultranacionalista, el tribalismo y el extremismo desenfrenado.”

El mundo occidental vive esta tensión. Esa nueva edición del “choque de civilizaciones” se generalizó a partir del 11 de septiembre del 2001 cuando se puso de manifiesto el nihilismo absoluto de ciertas doctrinas étnicas representada en modelos del mundo. La diseminación del wokeismo no ha ayudado, más bien ha reforzado las complejas líneas de identidad basadas en victimismos relativos a la raza, el sexo o el género enfrentados a los tópicos del blanco occidental supremacista. Es cierto que la plataforma X de Musk erróneamente describió al atacante como un solicitante de asilo que acababa de llegar al Reino Unido. Y al final resultó ser un joven de familia cristiana del que no se conocen hasta el momento afinidades religiosas sobrevenidas. Las críticas a quienes atribuyeron automáticamente una religión concreta al dueño de la mano que levantó el cuchillo no se hicieron esperar. Sin embargo, ¿era esa suposición precipitada una locura? A finales del año pasado un ciudadano argelino fue el autor de otro horrible apuñalamiento en una escuela de Irlanda en el que resultaron heridos tres niños y un cuidador. Un caso incómodamente parecido al de Southport y demasiado reciente para ignorarlo. La locura quizá sería pasar por alto que esos tipos de crímenes con armas blancas son desproporcionadamente realizados por inmigrantes de primera, segunda e incluso tercera generación de determinados orígenes. ¿Es racista señalar esto? Ciertamente puede serlo, y gran parte de los comentarios de los últimos días han estado impregnados de prejuicios. Pero, si somos realistas, no tiene por qué serlo. Por ejemplo, propalar que los africanos o los musulmanes son intrínsecamente agresivos o tendentes al terrorismo es, sin duda, groseramente racista. Lo que no es racista es preguntarse con inteligencia y sensibilidad por las circunstancias económicas, sociales y culturales por las que atraviesan los individuos y los grupos, y a partir de ahí entender cómo esas circunstancias pueden favorecer el crimen y así combatirlo más eficazmente.

La retórica de Keir Starmer puede ser aprovechada por determinados individuos al promover la narrativa de que los musulmanes son perseguidos en los países occidentales. Y los islamistas trabajan para radicalizar a la población e incitar a los jóvenes a la violencia. Es en este sentido que Elon Musk lleva razón.