El concepto de superhombre procede de la filosofía de Friedrich Nietzsche, que lo define como aquel individuo capaz de crear un sistema de valores individual, dominado por una enorme fuerza de voluntad y de superación, mayor que la inclinación de su propia naturaleza. Es un ser con el talento y la fuerza moral para romper con los modelos impuestos por la cultura y la religión, dotado de los atributos para alcanzar la esencia de la libertad. Es el hombre libre que establece sus propios e intrínsecos valores, que determina por sí solo lo bueno y lo malo, que rompe influencias y recorre su propio proyecto de vida.
El filósofo fijaba estas características del superhombre: cuestionamiento del dogma y la moral social, libertad de pensamiento, construcción de sus propios valores, autonomía e independencia de criterio, individualidad extrema, superación constante y valentía personal.
En otra esfera, encontramos a Superman, el superhéroe creado en 1938 por Jerry Siegel y Joe Shuster para Action Comics. Dotado de superpoderes, el Superman original era rudo y agresivo y no dudaba de ser brutal para enfrentarse a ladrones, carteristas o maltratadores. Sus presentaciones originales lo definían como “más rápido que una bala, más poderoso que una locomotora, capaz de superar edificios de un solo salto”.
Elon Musk reúne alguna de estas cualidades que lo convierten en un hombre muy singular, un hombre llamado a tener un gran impacto en la vida de la humanidad. Nacido en Pretoria en 1971, miembro de una muy adinerada familia, es muchas cosas. Su versatilidad no es fácil encuadrarla bajo una sola definición. Es empresario, visionario, creador, inversor, ingeniero, constructor, iluminado, filántropo. Un magnate. Pero también es un activista político, un líder conservador, un moralista, un filósofo del tweet, un ideólogo. Y tiene algo de ídolo de rock, de hombre espectáculo, al que no le importa bailar histriónicamente en la presentación de sus innovaciones tecnológicas o dar ridículos saltos sobre las tarimas de los mítines republicanos. Elon Musk es el hombre más rico del mundo y también el más influyente. Puede que estemos ante el más poderoso del planeta Tierra. Y un hombre dispuesto a ejercer ese poder sin complejos.
Su lista de cargos es larga y lineal. Y en casi todos ellos, ha ido cambiado nuestras vidas y nuestra concepción de las cosas. Ahí aparecen Zip2, X.com, PayPal, SpaceX, Tesla, SolarCity, Hyperloop, X (Twitter), The Boring Company o xAI. Está en la movilidad, en los viajes espaciales, en la conquista de Marte, en la concepción de las nuevas ciudades, en los coches eléctricos y autónomos, en la inteligencia artificial y en la comunicación.
Afirma que trabaja de 80 a 100 horas semanales. Y, para todo lo que le cunde, pocas parecen. Estamos ante un voraz lector con ideas propias que, paulatinamente, ha ido girando hacia posiciones ultraconservadoras, enemigas declaradas de la ideología woke. Habla sin tapujos ni remilgos. Visita sonriente a Milei, a Netanyahu, a Meloni, a Bukele y apoya a Alternativa por Alemania. En 2015 declaró: “estoy en algún lugar del medio, progresista en lo social y conservador en lo fiscal”. Mola, parece un votante naranja guay de Ciudadanos. Y, en 2020 dijo que “el socialismo busca el mayor bien para todos”. Claro que entonces también renegaba de Trump: “creo que no es el tipo adecuado”. Hoy pierde los papeles por el hombre del pelo naranja.
No cabe duda de que estamos ante un hombre complejo, iconoclasta y atrevido. Su ideología mezcla un afán por la tecnología e inquietud por el futuro de la humanidad, con un pensamiento conservador y un interés desmedido por el poder. Se declara un enamorado de la libertad, que fomenta el individualismo y huye de la regulación y de la burocracia. Cree que el sector privado ha demostrado mayor capacidad para resolver problemas que los gobiernos. Se opone al gasto público improductivo y los beneficios sociales excesivos. Le preocupa que el Estado acabe convirtiéndose en una creación obsoleta que entorpezca el desarrollo de la humanidad
Hace unos días, Bloomberg publicaba la lista de los 20 hombres más ricos del mundo. Por supuesto, la encabezaba Elon Musk, con 468.000 millones de dólares, doblando al segundo, Jeff Bezos. Para hacernos una idea, es la tercera parte del PIB español, el doble de Portugal o Grecia y estaría en la magnitud de países como Argentina, Bélgica o EAU. Bloomberg afirma que la fortuna inmensa de Musk se ha duplicado este año por la marcha de la Bolsa y la bajada de los tipos de interés. También ha coincidido con su irrupción en la corte del presidente Trump.
Es la persona que susurra al oído de Donald Trump. Y lo hace sin haber ganado una elección. De igual forma, ostenta un mandato en el futuro gobierno de los Estados Unidos sin ocupar un cargo oficial. Su puesto, al frente del dudoso Departamento de Eficiencia Gubernamental, junto con otro milmillonario, Vivek Ramaswamy, es todo un reto y una incógnita. Su encargo es ahorrar gasto público, encoger la Administración y aligerar la burocracia. Bien es sabido como las gasta Musk cuando entra en una nueva empresa. Despide al grueso de la plantilla, analiza cómo funciona y, a partir de ahí, empieza a contratar a los elementos que considera necesarios.
La nueva Administración Trump reúne un aspecto que despierta inquietud. Musk es la cabeza visible de un grupo de empresarios tecnológicos de Silicon Valley, entre los que destaca Peter Thiel, el dueño de Palantir, que dominan las nuevas infraestructuras, ambiciosos y persuadidos de que con la tecnología pueden transformar la vida humana. No creen en el Estado ni en la representación política, piensan que las leyes son para otros, reniegan del establishment y de la libertad de prensa. Bajo el mandato de Trump parecen dispuestos, se sienten fuertes y capaces, para dominar el mundo y conducir a la humanidad a un nuevo estadio.