Pedro se hizo ayer un Xavi en toda regla. Lo sé, no soy original, pero es la mejor forma de definir lo vivido en España desde el miércoles pasado. En este caso ha habido, eso sí, una diferencia: el entrenador del Barça no nos dejó carta alguna para mantenernos en vilo cinco días declarando que está “profundamente enamorado” de su mujer. Y que conste que yo empatizo con esa parte del sufrimiento que pueden provocar determinados ataques. Se han dicho barbaridades de Begoña Gómez. El problema es que quien clama por ese cambio en los modos del juego político, es uno de los que más ha embarrado el terreno en estos últimos años.
El anuncio de Sánchez provocó el entusiasmo de los suyos (“lo ha vuelto a hacer”, decían”, “ha vencido la democracia”); y el sonrojo de muchos españoles que no entendían a qué venía el sainete de quien The Economist llamó “el rey del drama”.
Pedro Sánchez se queda, pero no entonando el “decíamos ayer” de Fray Luis de León, sino dejando claro que las cosas, a partir de ahora, van a ser diferentes. Que esto no va a ser un punto y seguido, sino un punto y aparte para llevar a cabo lo que llama “la regeneración pendiente de nuestra democracia”. Hace unos meses, el presidente del Gobierno aseguró que España era “una democracia plena”, pero ahora ha llegado a la conclusión de que algo tiene que cambiar, para favorecerle a él, se entiende. “Mostremos al mundo, -ha dicho- cómo se defiende a la democracia”. Me da que tardaremos poco en averiguarlo.
Muchos han sido los “demócratas” que se han lanzado a dar ideas: reformar el Consejo General del Poder Judicial para quitarle todo poder, eliminar subvenciones a los medios que difundan bulos (no sabemos, eso sí, quién será el encargado de determinar qué es un bulo). Espero que no se inspiren en la ley contra el fascismo promovida por Nicolás Maduro, que prevé penas de hasta 12 años de cárcel a quienes promuevan actos asociados al fascismo. Fascismo se considera, por ejemplo, usar eslóganes como “hasta el final” que había utilizado la opositora María Corina Machado. Y espero que los que proponen esas reformas no sigan la máxima de Nixon que, una vez dimitido a causa del Watergate dijo: “si lo hace el presidente, entonces no es ilegal”.
El jefe del Ejecutivo lamentaba las manipulaciones, pero las de los otros, no las de ese CIS que nos cuesta más de 16 millones al año y que ayer daba a conocer la encuesta exprés hecha estos días que daba 9,4 puntos de ventaja al PSOE sobre el PP, y animaba a los votantes a responder a preguntas tan objetivas como: “cree usted que la apertura de una causa judicial por una denuncia particular contra la mujer de Pedro Sánchez, Begoña Gómez, está justificada, o cree que es solo una manera de meterse con Pedro Sánchez e intentar hacerle daño?”. Las prisas de Tezanos sobre este particular contrastan además con su negativa a preguntar en ninguno de sus sondeos sobre la Ley de Amnistía.
El presidente ha apelado a la mayoría social para llevar a cabo sus reformas, esa mayoría social que tampoco llenó las calles para pedir su permanencia en el poder, por mucho que a él le conmovieran las imágenes que vio este fin de semana. Si verdaderamente se quiere llevar a cabo una regeneración democrática sería necesario, además, el consenso con la principal fuerza del Parlamento: el Partido Popular. Lo demás será construir una nueva parte de ese muro al que aludía el jefe del Ejecutivo en su discurso de investidura.
Sánchez escribió ayer un nuevo capítulo de su Manual de Resistencia y, a este paso su epitafio acabará siendo como el del romano Sila: “ningún amigo me ha hecho favor, y ningún enemigo me ha inferido ofensa, que yo no haya devuelto con creces”.