Si algo se puede afirmar es la historia reciente de nuestra democracia, es que la corrupción es un capítulo repetido en las aventuras protagonizadas por nuestra clase política. Parece que todos están en una permanente carrera para no dar la más mínima ventaja al adversario, y perpetuar ese balance casi perfecto entre los dos partidos dominantes. La corrupción no conoce de trincheras ideológicas, ha sido y es transversal a los partidos y se turna en la historia al mismo ritmo que cambian los gobiernos.
Estamos ante una nueva ola de titulares, con demasiados “presuntos” que se multiplican cada día en periódicos, medios digitales, televisiones, radios y redes sociales.
Comenzamos la semana con la noticia de unas conversaciones de Whatsapp registradas ante notario. Un suceso casi inexplicable, que desencadenó una tormenta interna y pública en el seno del Partido Socialista de Madrid y acabó -al menos, por ahora- con la dimisión de su secretario general, Juan Lobato.
Una salida que deja en el aire numerosas hipótesis sobre presiones internas, enfrentamientos con Ferraz, traiciones o, simplemente, los temores de verse involucrado como cómplice en un presunto delito investigado por el Tribunal Supremo. Lo que ya casi nadie recuerda es que todo esto comenzó con unos pantallazos del teléfono móvil del portavoz socialista en la Asamblea de Madrid.
Filtraciones intolerables
Esta obsesión por mantener ese equilibrio, el “empate” en suciedad, los ha llevado a cruzar límites que hasta hace unos pocos años habrían sido impensables. El uso de todas las municiones del Estado para destrozar al adversario ya es considerado una práctica habitual, casi rutinaria.
Es precisamente eso lo que -presuntamente- demostrarían los mensajes de Lobato, al revelar cómo una fuente directa del Palacio de La Moncloa habría manejado un documento confidencial, con datos tributarios de un particular. Si la pareja de la presidenta Isabel Díaz Ayuso es un defraudador, entonces, como cualquier ciudadano, ha de responder antes las autoridades y pagar lo que le corresponda. Y es su derecho constitucional hacerlo sin que su nombre y sus datos se ventilen por todos los medios de comunicación.
Pero parece que alguien ha decidido derogar en España las garantías para la protección de datos personales, ya que se advierte más importante el barro político y la aniquilación del rival que el respeto al Estado de Derecho. Por eso, las presuntas filtraciones de información privada por parte de la Fiscalía –cuya investigación avanza a buen ritmo en el Tribunal Supremo– son absolutamente intolerables.
Demasiada aberración
El caso contra el Fiscal General, los mensajes de Lobato, la investigación contra el hermano del presidente de Gobierno, el escándalo de los negocios de Begoña Gómez, las declaraciones de Aldama, las revelaciones sobre las conductas de Koldo y Ábalos en sus tiempos de gloria; es demasiada aberración para digerirla en tan poco tiempo. La sospecha como norma, la falta de transparencia como bandera y una sociedad durmiente que nos sabemos muy bien a qué espera.
Las estructuras de los partidos políticos son complejas, las presiones continuas y las pugnas fratricidas. Tanto que, en ocasiones, renuncias a escuchar tu consciencia para seguir la línea que te imponen para lograr sobrevivir. Si pones tus propios límites, acabas purgado o dimitiendo. Ǫue se lo pregunten al señor Lobato.
Y es cierto que ahora nos ocupan los escándalos del PSOE. Pero sabemos que en ese afán de siempre “empatar” en corrupción, podríamos hacer una lista tanto o más larga que involucre a viejos dirigentes del Partido Popular. No hay casos mejores que otros, todos son igual de reprochables.
Ojalá un día recordemos estos días como un episodio lamentable de la historia de nuestra democracia. Ǫue consigamos, más temprano que tarde, encontrar la fórmula para acabar con estos comportamientos en la política. Para que los ciudadanos y la sociedad pueda respirar y mirar al futuro sin este hedor a porquería que hoy ahoga a nuestra dirigencia.
Si se rompe el silencio de los presuntos, todos podremos avanzar.