Han pasado casi 7 años desde esa declaración de independencia que duró minutos, no llevó a ninguna parte y concluyó en la aplicación del artículo 155. La intervención del Estado produjo un sentimiento de rencor en muchos ciudadanos catalanes que siguen identificando a PP y al PSOE como los opresores de un pueblo reprimido. Los líderes independentistas que hoy forcejean con el Gobierno de Sánchez siguen siendo los mismos de entonces: Puigdemont y Junqueras.
El primero no puede vivir en Cataluña pero aspira con ser investido President. El segundo, inhabilitado y después de pasar cuatros en prisión, acaba de dejar de presidir ERC aunque asegura que su idea es volver a presentarse con más fuerza. También estaba y está Jordi Turull que era consejero de Presidencia y estuvo cuatro años en la cárcel y Marta Rovira, que también acaba de dimitir como secretaria general de ERC y que vive en Suiza para evitar ser detenida acusada de terrorismo.
Se habla mucho de normalizar y consolidar la vida política en Cataluña y creo que para llegar a esta condición tiene que producirse un relevo en la dirección de las dos formaciones políticas. El pasado domingo la ciudadanía catalana habló dando un primer paso con la victoria del socialista Salvador Illa. Por primera vez tras cuatro décadas de hegemonía nacionalista, los partidos soberanistas convertidos en independentistas no suman mayoría en el Parlament .
Hay cuatro factores que explican esta bajada histórica. Hay desencanto social y disputas en el bloque independentista como estamos viendo esta semana. Influye también el empuje socialista y la bala del victimismo que se ha desinflado como consecuencia de que Junts y ERC son socios del Ejecutivo. Hay un tercer elemento que es la sequia con restricciones de agua que inquietan a la población y por último el impacto económico que el proceso independentista ha tenido en Cataluña después de que grandes bancos y empresas hayan decidido abandonar la comunidad, lo que ha causado un grave daño a la imagen de la que historicamente ha sido la región más próspera e industrial de España.
Todo esto ha hecho que el procés tal y como lo conocemos haya acabado. El ciclo de esa élite política también ha acabado y si no hay renovación de dirigentes el bucle del rencor continuará en el ambiente. Digamos que el procés no da más de si y el ciclo de sus dirigentes tampoco.
El ejemplo del PNV
Lo que está pasando con Junts y ERC tiene mucho que ver con lo que pasó en el País Vasco con el lehendakari Juan José Ibarretxe. Representaba al sector peneuvista dispuesto a romper con España mediante una consulta que el gobierno de Madrid nunca aceptó ni siquiera en una mesa de negociación. Ibarretxe siempre mantuvo su apuesta por la independencia, un proyecto que decayó en el año 2009 con las elecciones autonómicas en las que ganó Patxi López. El PNV pasó a la oposición, estuvo tres años y reseteó. Ibarretxe se fue de la escena política y entró Iñigo Urkullu que representaba al sector más moderado y pragmático quien se impuso a los jeltzales más duros.
Estar en la oposición como estuvo en el PNV puede ser necesario para que Junts y ERC puedan pasar pantalla y asimilar que ha llegado un ciclo político nuevo. Eso y nuevos liderazgos que permitan seguir dando pasos y enterrar el odio y rencor que la aventura del procés y el 155 ha sembrado en parte de la sociedad catalana. Si por el camino de estos cambios apareciese un moderado Urkullu todo sería más fácil.