Opinión

El renacer de Notre Dame

Cristina López Barrios
Actualizado: h
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La reapertura mañana, 8 de diciembre, de la catedral de Notre Dame marca un hito en la historia de este icónico monumento y las entradas se han agotado. Han transcurrido cinco años desde aquel incendio que sufrió en 2019 en parte de su techumbre y de su emblemática aguja que sobresalía en el skyline parisino y te guiaba hasta el templo. Las imágenes de su derrumbe nos mantuvieron en vilo sumiéndonos en una gran tristeza.

Notre Dame, París, nos pertenecen un poco a todos después de las novelas de Víctor Hugo, de la bohemia de Montmartre y otros tantos atractivos que nos han llegado a través de la literatura, del cine, de su propia historia – aquella frase de Hitler: ¿arde París?, incluso de la nuestra.

Yo supe de la existencia de la ciudad de la luz siendo muy niña, París es el recuerdo de la separación de mi madre por unos días, de quedarme con mi hermana al cuidado de mi abuela, de su regreso esperado y de aquella medallita de oro con cristales de colores que trajo mi madre colgada de una cadena, y que yo observaba cuando me cogía en brazos. París fue a mis dieciocho años una realidad de su mano y aquella medallita se convirtió en el bello rosetón que se alza en una de sus fachadas, la opuesta a la del altar, si no me falla la memoria. Crecí viéndolo en la garganta de mi madre, es una de esas imágenes que me vienen nítidas, que han permanecido incólumes. Cuando visité la catedral, acababa de leer Nuestra señora de París de Víctor Hugo, obra que desempeñó un papel fundamental en el rescate del monumento durante el siglo XIX.

No es la primera vez que Notre Dame se enfrenta a la destrucción y posterior renacimiento. La Revolución Francesa la dejó al borde del colapso. Sufrió saqueos, decapitaciones de los reyes bíblicos que se alzaban en su fachada occidental, pues era época de guillotina contra monarcas y no se hacía distingos, aunque fueran de piedra y de otros tiempos; fue secularizada, convertida en “Templo de la razón” para ceremonias laicas, en almacén de alimentos y bienes hasta el final de la Revolución. Solo recuperó algo de su esplendor con la coronación de Napoleón en 1804, pero tras el evento se fue deteriorando poco a poco.

En la época de Víctor Hugo debía de haber alcanzado un aspecto un tanto descuidado y lamentable porque el autor escribe en el prólogo de la novela que la inmortalizó: “el tiempo es ciego, pero el hombre es insensato. Uno no puede evitar sentir dolor al contemplar las cicatrices de este majestuoso edificio hechas más por los hombres que por el tiempo”. La novela no solo fue un éxito literario, Hugo convirtió Notre Dame en un personaje vivo, un espacio donde las pasiones humanas, las luchas de poder y la belleza de la arquitectura gótica se entrelazan. La obra de Víctor Hugo fue un grito de auxilio para salvarla y proteger el patrimonio histórico y artístico. Su publicación en 1831 hizo que se mirase a Notre Dame con nuevos ojos y en 1844 se aprobó un ambicioso proyecto de restauración que devolvió a la catedral a su esplendor e introdujo elementos nuevos como la emblemática aguja diseñada por Eugene Viollet- le-Duc que colapsó en el incendio de 2019.

Fue este un momento de unidad global para recuperar el templo, con multitud de donaciones y el trabajo de expertos y artesanos. Su apertura este domingo nos invita a reflexionar sobre la importancia y el significado de preservar nuestra herencia cultural, nuestro patrimonio que no es solo piedra y madera, si no fragmentos de nuestra memoria colectiva, símbolos, que como la propia catedral pueden renacer una y otra vez. Las tragedias ocurren, pero tenemos la capacidad de reconstruirnos.