Opinión

El precio de la libertad

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Estos días podemos ser testigos de las durísimas vivencias de dos mujeres admirables, Hanan Serroukh y Nadia Ghulam. La primera está presentando su reciente libro Coraje. El precio de la libertad, donde narra su experiencia, y la segunda toma los escenarios para protagonizarse a sí misma en el documental escénico que lleva su nombre, Nadia. Ambos proyectos son un poderoso recordatorio de la resiliencia y de las muchas formas en que las mujeres se ven forzadas a sobrevivir en contextos de extrema opresión.

Hanan Serroukh logró escapar de un matrimonio forzado, una realidad que, aunque cada vez es más denunciada, en algunos países sigue siendo aterradora para muchas mujeres, incluso en nuestro propio país. Hija de un matrimonio marroquí, Hanan creció en Cataluña, donde se enfrentó a la presión de su entorno. Tras enviudar, su madre se casó con un líder salafista, quien pactó el matrimonio de Hanan sin su consentimiento. Escapar de un ambiente donde las normas familiares, sociales y religiosas se entrelazan para controlar a las mujeres requiere una fuerza increíble y una valentía pocas veces visibilizada. Es un recordatorio de que el coraje a menudo se expresa en decisiones solitarias y silenciosas, que no siempre son evidentes para los demás.

Por otro lado, la historia de Nadia, quien de niña fue víctima civil de un bombardeo en Afganistán y se vio obligada a vivir como un niño para poder sobrevivir al régimen talibán, nos muestra otra cara de esa lucha por la supervivencia. Bajo el gobierno fundamentalista, como niña era prácticamente invisible para la sociedad. La despojaron, como ocurre con la totalidad de las mujeres afganas, de cualquier derecho básico: la educación, el trabajo o la libertad de movimiento. Para moverse en público sin ser acosada o castigada, Nadia tuvo que renunciar a su identidad femenina y asumir un rol masculino. No solo vivía en una sociedad que le negaba su humanidad por ser mujer, sino que además tuvo que interpretar un rol que jamás eligió.

Lo que más conmueve de ambas historias es cómo, a pesar de la devastación que vivieron, Hanan y Nadia representan un espíritu inquebrantable. Ambas tomaron decisiones valientes para luchar contra sistemas que querían oprimirlas. Aunque el coste fue altísimo, ya sea alejándose de sus familias o renunciando temporalmente a su identidad, su capacidad de resistencia es un faro de esperanza para muchas mujeres en circunstancias similares. Resistir ante la adversidad tiene un precio emocional y físico, pero su ejemplo demuestra que siempre hay espacio para la esperanza.

Muchas mujeres en todo el mundo siguen luchando día a día por lo que, en otros lugares, se da por sentado: el derecho a decidir sobre sus propios cuerpos, a vivir libremente y ser tratadas con dignidad. Los casos de Hanan y Nadia, llenos de humanidad, frustraciones y decisiones contradictorias, son dignos de ser reseñados. Contienen lecciones poderosas para todas: persevera, lucha, denuncia y comparte tu historia. A través de la visibilización es posible que otras mujeres se sientan acompañadas y encuentren en estas experiencias la fuerza para continuar.

Hanan y Nadia representan a miles de mujeres que aún hoy viven bajo regímenes opresivos y situaciones de violencia. Si algo nos enseñan sus historias es que la lucha por los derechos de las mujeres está lejos de haber terminado. Su determinación nos muestra que incluso en las circunstancias más oscuras, es posible encontrar la fuerza para resistir y seguir adelante. Sin embargo, su resistencia no debería ser necesaria. Como sociedad, tenemos la responsabilidad de trabajar para que futuras generaciones de niñas no tengan que enfrentarse a atrocidades como las que ellas vivieron.

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