Opinión

El PIB de la felicidad

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Los datos económicos nos persiguen. Da igual si uno los busca o no, que por todas partes uno se los encuentra. Por todas partes está el PIB, el IPC, el IAPC, la tasa de ahorro, la inflación, el consumo privado, etcétera.  Números y más números que a veces entendemos y a veces no, o simplemente no nos interesan. Datos de crecimiento económico en formato “macro” con los que nos quieren convencer de que nuestro bienestar es cada día mayor, aunque lo que nosotros vemos es nuestra realidad cotidiana a otra escala, la “microeconomía”. Y es que sólo cada uno en su casa sabe cómo van sus cuentas.

Independientemente de lo que nos dicen que es la tasa de ahorro de los españoles, uno sabe lo que es capaz de ahorrar en su día a día. Si tiene capacidad para irse de vacaciones o comprarse una casa nueva. Uno escucha los datos económicos, donde parece que todo es bonanza, pero al mismo tiempo ve lo que sienten muchas personas respecto a su vida y su economía y parece que son dos mundos divergentes.

Y es que la bonanza económica parece ir por un camino y lo que percibimos los ciudadanos de a pie va por otro, pero por esto último no se nos pregunta. Si los datos económicos son buenos, tu vida tiene que ser buena. El bienestar viene de serie con ellos.

Pero existe un país, del tamaño aproximado de Extremadura, donde desde los años setenta no sólo se mide el crecimiento económico, sino que mide el bienestar de sus ciudadanos a través de la Felicidad Nacional Bruta. Este pequeño país, cuya población no llega al millón de habitantes, es Bután.

Bután es un pequeño país situado en la cordillera del Himalaya que además de medir su economía a través de indicadores económicos, mide el bienestar de sus ciudadanos.  Bután, como otros países, mide el PIB (Producto Interior Bruto) pero además mide la FNB (Felicidad Nacional Bruta) a través de distintos indicadores por los que se pregunta a cada persona: el bienestar psicológico, la salud, la educación, la cultura, la distribución del tiempo, la calidad del gobierno, las relaciones sociales, la ecología y la vivienda.

Era finales de julio, apenas unos días antes de que los que estábamos en la reunión nos fuéramos de vacaciones. «¿Dónde te vas este año?» me preguntaron. «A Bután, que no hay cobertura de móvil» respondí de manera inmediata. «Guau, vaya viaje, ya nos contarás a la vuelta» me respondieron. El caso es que no sé por qué di esa respuesta, ya que no iba a Bután de vacaciones.  Quería dar la idea de que me alejaba lo suficiente del móvil que entonces no paraba su actividad ni un segundo y Bután me pareció un destino suficientemente lejano.

A mi vuelta de las vacaciones, me reuní de nuevo con estas personas.  «¿Cómo ha ido tu viaje a Bután?» fue lo primero que me preguntaron. «Pero si lo dije en plan de broma» respondí. «Ah, pues yo me lo había creído», contestó una de ellas.  «De hecho, venía a la reunión deseando que me contaras sobre este país».

No sé si los butaneses son más felices que los españoles, pero desde luego me llama la atención el hecho de que un gobierno se preocupe por el bienestar de sus ciudadanos más allá de lo que supone el crecimiento económico de un país medido en datos macroeconómicos.

Y es que damos por sentado (o dan por sentado) que crecer viene a ser lo mismo que progresar, desarrollarse o evolucionar y, sin embargo, son conceptos muy distintos.

No seré yo quien diga que el crecimiento económico no es beneficioso para quien lo vive, pero ¡ojo!, crecer no significa desarrollarse o progresar o evolucionar hacia algo mejor.

Así que oigo las cifras que nos rodean en nuestro día a día, estos datos “macro” de crecimiento, y me pregunto si sentimos que nuestras vidas evolucionan, que vamos, aunque sea poco a poco, hacia un estado mejor.  Y sobre todo me pregunto si a quienes nos gobiernan les interesa conocer lo que pensamos los ciudadanos sobre esta evolución. ¿Os imagináis que los que nos gobiernan nos preguntaran por nuestro bienestar?

Ignoro sí el dinero trae la felicidad o el bienestar, supongo que dependerá de cada persona.

Yo, al igual que Marx, Groucho Marx, por favor no confundir con el ideólogo del mismo apellido y distinto nombre, sigo pensando que existen muchas cosas mucho más importantes que el dinero, ¡pero cuestan tanto!