Cuando en marzo de 2013 fue elegido papa, el cardenal brasileño, Claudio Hummes, abrazó a Francisco, le besó y le dijo “no te olvides de los pobres”. Y esa ha sido la máxima que ha guiado su pontificado que ha terminado este lunes con su fallecimiento. Hablar por los que no tienen voz: por los oprimidos, por las víctimas de las guerras, por los que nada poseen. Para él, el fin del mundo era “el odio, la injusticia y la indiferencia”.
El Papa llegado casi “del fin del mundo”, como él mismo dijo cuando salió por primera vez al balcón de la plaza de San Pedro tomaba así el testigo de Benedicto XVI, quien había renunciado admitiendo que era “un pastor rodeado por lobos”. El Santo Padre prefirió dejar el timón de la barca de Pedro a un cardenal que tuviera más fuerza para afrontar los desafíos de la Iglesia y no le importó ser el primer pontífice en renunciar en casi seis siglos, como tampoco le importó retirarse a un monasterio en pleno Vaticano sin “molestar” a su sucesor.
“Este Papa es comunista”
Desde el primer momento Francisco dejó claro que tenía su propio estilo de ejercer su pontificado, estilo que no ha dejado indiferente a nadie. El sector más conservador de la Iglesia le ha reprochado, sobre todo, que permitiera bendecir las uniones de homosexuales (siempre que no se le considerara matrimonio), o la posibilidad de que los divorciados vueltos a casar pudieran comulgar. Y tampoco gustaba su cercanía con ciertos líderes políticos considerados de izquierdas: “este Papa es comunista”, decían algunos. Desde fuera de la Iglesia, se le reprochaba, sin embargo, que siguiera considerando la homosexualidad como un pecado (pero no como un delito), y que no hubiera ido más lejos en lo referido a la participación de la mujer en la Iglesia y en el celibato de los sacerdotes. Francisco ha luchado también por dar transparencia a las finanzas de la Iglesia; por recordar el papel de los curas, de los obispos y cardenales como pastores del rebaño, y no como príncipes de la Iglesia, y por reforzar los protocolos y las condenas contra los abusos sexuales (a pesar de los obstáculos que siguen poniendo algunas diócesis).

El pasado 24 de diciembre el papa inauguró el Año Jubilar dedicado a la esperanza con un mensaje que resumió en su homilía: “En esta noche, la puerta de la esperanza se ha abierto de par en par al mundo; en esta noche, Dios dice a cada uno: ¡también hay esperanza para ti! Hay esperanza para cada uno de nosotros. Pero no se olviden, hermanas y hermanos, que Dios perdona todo, Dios perdona siempre. No se olviden de esto, que es un modo de entender la esperanza en el Señor”.
A finales de marzo, Francisco recibió el alta médica después de permanecer más de un mes ingresado en el hospital, tiempo en el que estuvo a punto de morir dos veces, según confirmó el doctor que lo atendió. Pero él no quiso morir en un centro médico. Los doctores le recomendaron reposo, pero el papa siguió haciendo apariciones esporádicas a pesar de que su debilidad era patente: apenas podía pronunciar unas pocas palabras, y casi no podía levantar los brazos. El Jueves Santo, eso sí, el pontífice no quiso faltar a su cita para lavar los pies a los presos, como siempre hacía. Ayer, se asomó al balcón de San Pedro para felicitar la Pascua a los fieles y quiso incluso saludarles a bordo del Papamóvil. Fue su última aparición pública. Francisco quiso dar hasta el final testimonio de su fe. Dios le ha llamado el lunes de Pascua, el mismo día en el que Jesús se apareció por primera vez a los apóstoles después de su resurrección y les dijo. “No tengan miedo”. Y él nunca lo tuvo.
En alguna ocasión, el pontífice dejó claro que el también abdicaría si le fallaban las fuerzas, pero su intención era estar al frente de las celebraciones del Jubileo en este 2025, aunque no ha podido ser. Francisco decía que la muerte es un encuentro, y que todos aquellos que vivan con fe y sigan el camino de Cristo, disfrutarán de la vida eterna, una promesa “de alegría y luz sin fin”. Él habrá alcanzado ya esa luz.