Hace poco más de un año la figura excéntrica, de leonada cabellera, gritona y descalificadora hacia los “zurdos” de Javier Milei asumía la presidencia de la maltratada República Argentina. En las calles, los argentinos, tan certeros en sus extendidos apodos, le llaman el Loco Milei. En lunfardo un loco no es un loco, el apelativo encierra un cierto afecto y cariño para denominar a gente que posee una personalidad extravertida, apasionada, impredecible, rebelde o atrevida. Alguien que vive en los márgenes de la normalidad. Los aficionados al fútbol reconocemos claramente al Loco Bielsa o al Loco Gatti. Por eso, Milei es el Loco Milei. Nacido en el populoso barrio de Palermo un 22 de octubre de 1970 y de origen italiano, a Javier Gerardo Milei, de personalidad desinhibida, extravagante, irreverente y desacomplejada, no le importa declararse partidario del amor libre, reivindicar las conversaciones profundas e íntimas con sus perros, reconocer que ha sido víctima de violencia familiar, predicar con el insulto personal o estar dispuesto a acabar con los maltrechos restos del Estado argentino enarbolando su sonora motosierra. Es un personaje de estos tiempos de ruido y alboroto, poco escrupuloso con las instituciones, poco inclinado hacia el entendimiento y la concordia, poco respetuoso con las formas y las tradiciones.
Catedrático de Economía, economista senior del banco HSBC y analista de inversiones de Corporación América, pronto dio un salto mediático en prensa y televisión, exhibiendo posiciones ultraliberales de la escuela austriaca, declarando su animadversión visceral hacia los impuestos y el gasto público. Alcanzó pronta popularidad por sus ideas y por sus formas entre una población argentina hastiada de los políticos tradicionales que han ido conduciendo al país a una situación cercana a la demolición de un régimen fallido. Se le califica como populista de derechas, derecha libertaria o anarcocapitalista, llegando incluso algunos a situarle en las filas de un neofascismo. Está contra el aborto, niega el calentamiento global, no le gustan las vacunas y cree en las teorías conspiranoicas de un dominador marxismo cultural. El, por su parte, defiende la vida, la libertad y la propiedad privada por encima de todas las cosas. En la nutrida historia de la política argentina, lamina a militares, radicales y justicialistas y salva las figuras señeras de Sarmiento, Mitre y Avellaneda, padres de las gran Argentina de finales del XIX y principios del XX. En el mundo de hoy, encuentra sus afines en Trump, Bolsonaro, Abascal, Orban y Kast, en lo que podríamos considerar una nueva internacional de la política mundial, que se mueve entre el iliberalismo y la anti-institucionalidad.
Y con ese bagaje, tras ser elegido diputado nacional en 2021 y concurrir a otras elecciones, se presentó a las presidenciales de 2023 con su partido La Libertad Avanza, imponiéndose en una segunda vuelta al peronista Sergio Massa, con un 55,6% sobre un 44,4% del voto popular. Prometió un cambio drástico en la política, la sociedad y la economía argentina y, hasta la fecha, en este año de mandato, lo está llevando a cabo.
Según datos del Banco Mundial, Argentina es la tercera mayor economía de América Latina, con un Producto Interior Bruto (PIB) de 640 mil millones de dólares, algo así como la mitad del español. El Fondo Monetario Internacional estimó el déficit fiscal en el 3,2% del PIB en el 23 y con una deuda pública situada en el 90% del PIB. La inflación ha superado el 120% el pasado año. El desempleo se sitúa en un 7,4%, con una informalidad laboral estimada en un 40% de la población activa. La pobreza alcanza a un 40% de la población. La renta per cápita es de 13.500 dólares.
Tiene un potente sector agrícola, que representa el 6,5% de la economía, con gran peso de la ganadería, los cereales, los cítricos, el tabaco y la vid. Asimismo, es un gran productor de gas natural, gas de esquisto y litio. La industria supone el 24% de la economía, con una presencia de la fabricación de automóviles, procesamiento de alimentos, petroquímica y electrónica. También ha desarrollado las energías renovables. El sector de los servicios aporta el 53% a la economía a través de las finanzas, el turismo, las telecomunicaciones, la sanidad, el comercio y la educación.
El Loco Milei no ha dejado descansar su motosierra desde el primer día, con fuertes recortes del gasto público, logrando impensables superávit fiscales, y la introducción de medidas liberalizadoras, provocando una cierta contención de los precios y una contracción de la economía. Por supuesto, devaluó el peso nada más llegar a la Casa Rosada. El resultado es la lucha contra la hiperinflación, al restringir el crédito y frenar el consumo. El mismo efecto lo ha producido los tijeretazos al gasto público. El índice de precios al consumo (IPC) se está controlando alrededor de un 2,5% mensual, frente a la habitual superior al 25%. Algo impensable para los sufridos bolsillos argentinos.
La motosierra está dando resultados
Al cumplir su primer año de mandato, la motosierra está dando resultados. La inflación parece bajo control y el peso se ha fortalecido frente al dólar. Ahora, se avecina una etapa de extremas bajadas de impuestos. Milei estima que la recesión se acabó y que se adentra en una fase de recuperación y crecimiento. Y, sorprendente, la popularidad le acompaña, al situarse en un 50%, pese a la dureza de sus medidas. No obstante, la economía se contraerá un 3,5% este año, con un pronóstico de crecimiento del 5,2% para el próximo, lo que la devolverá a los niveles de 2021.
Nadie puede objetar la bondad de esos datos, pero la amenaza sobre el poder adquisitivo, el empleo, los salarios y la pobreza sigue presente. Argentina lleva casi un siglo viviendo en la montaña rusa de la crisis económica y recuperaciones artificiales y efímeras. Necesita de unos políticos que le den estabilidad y crecimiento. Me cuesta pensar, aunque lo deseo, que sea Javier Milei, el loco de la motosierra.