Opinión

El liberalismo, la política, y el amor en Mario Vargas Llosa

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Además del inmenso escritor que es, del sabio y pensador que ilumina a la humanidad con sus palabras y sus obras, Mario Vargas Llosa también fue y seguirá siendo a través de sus historias un apasionado del amor. El escritor y el sabio que vibraban en él se debatían entre la razón y la vehemencia, afortunadamente ganó la primera en la mayoría de los momentos, de ahí que podamos disfrutar de una obra majestuosa, y coherente con los principios inalienables de la libertad, la justicia, el honor, donde el amor constituyó un elemento reconciliador en cada acto y vivencia.

Mario Vargas Llosa fue un liberal y seguirá siéndolo como innegable referencia; sin embargo, considero que también alcanzó la definición de libertario debido a su inmensa humanidad y sensibilidad combativa en lo social. Liberal en cuanto a ideología y cultura, libertario en cuanto a la política y su aspecto más comprometido sin ambages ni dualidades; ambos conceptos unidos por una madeja apenas visible se complementaban. Aunque desde luego él mismo se consideraba un liberal a secas. Más bien opino que es un liberal universalista. Universal por su obra literaria, universal también por sus acciones políticas.

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Kilo y Cuarto

A los escritores que se despiden del izquierdismo les cuesta mucho más asumir el compromiso político, eludirlo les situaría en un peldaño más cómodo hacia cualquier lanzamiento. Vargas Llosa jamás escogió la comodidad, eligió la honra, la verdad como deber y pacto, el camino espinoso. Pocos siguieron sus pasos, a muy pocos se les da bien semejante afrenta, él lo consiguió con elegancia y altura. De ahí mi admiración por el hombre, además de la que ya sentía por el escritor y su literatura.

Mucho se ha hablado en los últimos tiempos de la vida amorosa de Mario Vargas Llosa, la gran mayoría no entendió nada porque donde no hay cultura hay poco que asimilar. No existe per se una vida amorosa de Mario Vargas Llosa, sólo hay amor en su vida. Una vida compartida y también fragmentada con una mujer única, Patricia. A la que él, su marido, durante el discurso de recibimiento del Premio Nobel de Literatura elogió y reconoció con agradecimientos sinceros, como no creo ningún otro autor lo haya hecho. Ella, que según las palabras del Nobel, inclusive cuando lo regañaba le hacía el mayor de los cumplidos: “Mario, tú para lo único que sirves es para escribir”. Lo que otros advertirán como un reproche, viniendo de ella dedicada a él, significaba el sentimiento cumbre, sólo a la altura de la pasión por Emma Bovary, por Gustave Flaubert.

Mario Vargas Llosa (i) interviene al final de la manifestación convocada por Societat Civil Catalana en 2017.
EFE/Quique García

En una entrevista temprana en el célebre programa televisivo Apostrophes de otro grande, Bernard Pivot, un jovencísimo Mario Vargas Llosa, sonriente, respondía a la pregunta del crítico literario más importante de Francia en perfecto francés hablado acerca de su veneración hacia la novela Madame Bovary, también hacia su autor, y al final recalcaba: hacia la mujer que fue Emma Bovary. Quien ha leído y comprendido el sentido real de esa joya literaria podrá explicarse el ardor perpetuo como escritor y como hombre, impulsivo en contradicción consigo mismo, del autor de La Casa Verde, una de sus novelas claves.

De contra y a favor, hay algo definitorio en el idioma de Vargas Llosa: es un inmenso y fabuloso hispanista, un representante colosal de nuestra lengua, y al mismo tiempo un estudioso del idioma francés y de otros idiomas; mediante la literatura real y concreta y de sus autores de ahí que se haya convertido en el primer y único escritor hispano hasta ahora admitido en la Academia Francesa. Sus hallazgos lingüísticos se pueden contar por montones, pero hay uno del que vivo perdidamente enamorada, me refiero a esos diálogos cruzados que convierten los diálogos en situaciones inverosímiles, en descripciones desde el interior más hondo de los personajes, en el uso de la palabra “trastabillar”, a la que usa en devaneos increíbles y siempre con éxito. Mario Vargas Llosa es un libertario del idioma, un liberal de las palabras, el mago en el sentido inicial de la civilización que el mismo significado conlleva. Un espléndido ilusionista de la expresión, que con un sentido abierto y pleno nos conduce a un mundo infinito y vasto hacia las posibilidades más inagotables que un lector ni siquiera supone que posee.

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