Opinión

El legado de Nevenka Fernández

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Ha pasado una semana desde estreno de la película Soy Nevenka de Icíar Bollaín y todavía muchas no hemos recuperado el aliento. Conocíamos la historia: los medios ya se habían encargado de contárnosla sin escatimar en adjetivos calificativos hacia la concejala que fue víctima de acoso sexual por parte del alcalde de su ayuntamiento. Pero han tenido que pasar más de veinte años para que una cineasta consiga ponernos literalmente en la piel de esta mujer y entendamos otros matices y perspectivas. Soy Nevenka no es una película documental cualquiera. Su objetivo no es entretener. Tampoco generar emociones, aunque sean de rechazo. Todas y cada una de sus escenas conducen sabiamente hacia un mismo lugar: entender que la violencia machista está tan integrada en el comportamiento cotidiano que no somos capaces de reconocerla. Solo a través de la visión de muchas personas, las reflexiones de muchos textos, la capacidad transformadora de muchas leyes y muchos pequeños movimientos podemos ir quitando esas capas que la encubren para dejarla en evidencia. Lo que antes era confuso, hoy se vuelve cristalino. Lo que antes suscitaba centenares de preguntas, hoy no deja lugar a dudas. Pero Soy Nevenka va más allá y además nos enfrenta con nuestra imagen actual. ¿Qué cosas no estaremos viendo hoy que serán indiscutibles dentro de un tiempo? Por lo pronto, este relato cinematográfico nos da claves para comprobar lo que hemos hecho bien y seguir avanzando en lo que queda por hacer.

La importancia de poner nombre a la violencia

Uno de los elementos claves de este caso de acoso sexual, que sucedió entre 1999 y 2001, es la confusión que sentía la víctima y todo el entorno. Nevenka Fernández percibía que algo no estaba bien, pero no sabía nombrarlo. En aquellos años no había ningún movimiento Me Too, no existían las redes sociales, no se hacían tantas campañas de concienciación ni se escribían artículos sobre los abusos de poder. Cuando preguntan a las mujeres que sufren violencia machista qué consejo darían a quienes están en su situación, suelen recomendar que hablen. Pero no pueden denunciar algo que ni siquiera saben qué es. Para poder combatir la violencia el primer paso es saber reconocerla. Un ejemplo actual es la violencia digital machista. Hoy los insultos, las amenazas, el hostigamiento, la extorsión y hasta los delitos de exhibicionismo hacia mujeres se llevan a cabo online y, sin embargo, muchas personas aseguran que forman parte de la libertad y son entretenimiento. También sugieren que no las mires o que cierres tus perfiles, lo mismo que le sugerían a Nevenka: abandonar su puesto de trabajo era, según ellos, la única forma de acabar con la agonía.

El múltiple juicio a las mujeres

Aunque Nevenka Fernández fue quien interpuso la querella, a quien juzgaban las personas del entorno, los medios de comunicación y hasta la fiscalía, era a ella y no al acosador. Cuando una mujer se ve envuelta en un conflicto, siempre se convierte en la principal sospechosa. “Algo habrá hecho ella”, “yo no me habría dejado”, “¿por qué no ha denunciado?”.  Al dolor que siente una mujer que está pasando por una situación de violencia se suma la desconfianza del entorno, la descalificación pública y los procesos judiciales que terminan siendo devastadores para ella. Esto hace que muchas tengan pánico a la hora de denunciar, no solo por la reacción de sus agresores, sino también por todas las sentencias a las que van a ser sometidas. Nevenka Fernández tuvo que abandonar nuestro país porque no conseguía que nadie le diera trabajo aun después de haber ganado. Mientras tanto, su acosador, Ismael Álvarez, ha seguido viviendo en el mismo lugar y trabajando incluso en política. Aunque los procesos judiciales concluyan, el juicio a las mujeres no termina nunca.

El apoyo entre las mujeres políticas

Estos días políticas de distintos partidos han hechos públicas algunas de las cartas que reciben a diario con insultos y amenazas. La ministra de Sanidad, Mónica García, ha encontrado su coche destrozado y lleno de carteles nazis. Frente a estos ataques las mujeres debemos hacer piña. Nuestra solidaridad tiene que estar por encima de las diferencias ideológicas porque los recortes de libertad y derechos que se ejercen contra una nos perjudican a todas. En la película, Bollaín también recoge la ayuda que Nevenka Fernández encontró en una política de la oposición, lo que nos muestra que, en cuestiones de desigualdad, todas estamos en el mismo bando. La película también reflexiona sobre la necesidad de un cambio en la forma de hacer política y transformar los espacios de poder. En primer lugar, para que acepten a las mujeres como iguales dentro de ese ámbito, en lugar de expulsarlas y ponerles obstáculos. En segundo, para virar hacia posiciones menos individualistas que favorezcan el trabajo en equipo y lograr consensos sin imponer.

Las mujeres como Nevenka Fernández no solo luchan por ellas mismas, lo hacen por todas aun arriesgándose a perder. Desde aquí: gracias Nevenka, gracias Icíar y gracias a todas las que abrís camino con vuestra valentía.

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