A eso de las dos y media de la madrugada –ocho y media de la mañana en la España peninsular–, Donald J. Trump celebró su apabullante triunfo electoral en el centro de convenciones de West Palm Beach, Florida, al ritmo del God Bless the USA de Lee Greenwood. Junto a su familia, su candidato a la vicepresidencia, JD Vance, y el resto de su equipo. Arropado por una legión de fervientes admiradores que se dejaron las manos aplaudiendo y las cuerdas vocales coreando “¡USA, USA, USA!”. En su intervención, la palabra que más repitió el cuadragésimo quinto presidente estadounidense, que también será el cuadragésimo séptimo, fue “increíble”. “Un movimiento increíble”, “hemos conseguido lo más increíble”, “tenemos un sentimiento de amor increíble, con gente increíble”, “esta gente ha sido increíble”, “a mis hijos, que son unos chavales increíbles”, “vamos a hacer que esto sea increíble”, y así.
A Trump le sobran los motivos para estar eufórico. Un tipo al que un jurado popular le ha declarado culpable de 34 delitos, condenado a pagar 5 millones de dólares a la columnista E. Jean Carroll por abuso sexual y difamación, ha triturado en las urnas a una fiscal, a una vicepresidenta, a una mujer mestiza, india y caribeña, que estiró el renegrido chicle woke y que, si bien se incorporó tarde a la carrera electoral –después de que Biden abandonara por gagá–, armó la campaña en tiempo récord y dispuso de más pasta que el magnate. El triunfo de Donald J., en efecto, ha sido “increíble”; la derrota de Kamala, también. Como le dijera la exalcaldesa de Valencia, Rita Barberá, en paz descanse, al delegado del Gobierno, Serafín Castellano, tras la debacle pepera en las municipales y autonómicas de 2015: “¡Qué hostia, qué hostia!”.
Cosechando no sólo el voto electoral, sino también el popular, Trump no se ha limitado a preparar su mudanza a la Casa Blanca: los republicanos han recuperado el control del Senado y rozan el de la Cámara de Representantes. Cabe recordar que el Supremo, donde hay una mayoría conservadora, le concedió al marido de Melania amplia inmunidad por sus actos como presidente. Pocos, intramuros, han ostentado tanto poder; extramuros, comienza a escribirse un capítulo nuevo e imprevisible en la Historia del mundo, porque a ver qué pasa con el quilombo terrible de Oriente Próximo, y con el de Ucrania, y con Rusia, con la UE, con China, y con la OTAN, etcétera. En X, la red de Elon Musk, apoyo incondicional del presidente electo y personaje clave en la campaña, Giorgia Meloni expresaba sus “más sinceras felicitaciones” y vaticinaba el fortalecimiento de “un vínculo estratégico”; Ursula von der Leyen: “La UE y EEUU son más que simples aliados”; Javier Milei: “Felicitaciones por su formidable victoria electoral”; Zelenski, cauto: “Aprecio el compromiso de Trump con el principio de la paz mediante la fortaleza en asuntos internacionales”; Netanyahu, exultante: “¡Enhorabuena por el retorno más grande de la Historia!”; Sánchez, cordial y escocido: “Trabajaremos en nuestras relaciones bilaterales estratégicas y en una fuerte asociación transatlántica”.
El 13 de julio, un zumbado que respondía al nombre de Thomas Matthew Crooks intentó asesinar a Trump mientras celebraba un mitin en Pensilvania. El republicano fue herido en la oreja por una bala que salió escupida de un fusil semiautomático AR-15. La fotografía del momento, ipso facto, se convirtió en un icono que opacó toda la morralla –condenas, salidas de tiesto, etcétera– que el candidato arrastraba. En la madrugada de este miércoles, con un deje mesiánico, el presidente electo lo recordaba en su discurso: “Muchos me dijeron que Dios me salvó la vida por una razón y eso fue devolver a EEUU a la grandeza. El desafío no es fácil, pero voy a dar toda mi energía y espíritu a esto, porque este trabajo que me dieron es el más importante del mundo”. Inmediatamente, me acordé de las palabras de mi Tocayo recogidas en Mateo, 7, 15: “Y guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, mas por dentro son lobos rapaces”. Qué interesante pinta todo.
Y cuánto lo siento por Cuca Gamarra.