Opinión

El gran jefe

Papa Francisco - Internacional
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Es sorprendente cómo la noticia de la muerte de Bergoglio ha ocupado todo el espacio informativo de todas las cadenas de televisión y medios de todo el mundo, fuese cual fuese su ideología.

¿Qué tiene que ver una sola persona con un gazatí, con un canadiense, un americano del norte o del sur, o un subsahariano? ¿Qué tienen en común los habitantes de este mundo? Este hombre ha tenido que acercarse a algún elemento común a los habitantes del orbe: ¡El corazón! Una persona en pleno siglo XXI ha suscitado interés por esto. Qué sorpresa.

Desde aquí se puede entender entonces por qué la Iglesia se llama católica, universal, y qué rol juega en este mundo. Aquí está su gran virtud, pero también su gran responsabilidad.

Y así, a comienzos de este siglo, una barquilla -timoneada por un anciano- ha atravesado el proceloso mar del mundo inclinándose frágilmente a uno y otro lado, surcando las grandes olas y movimientos del momento. Los lados entre los que ha virado esta barquilla no son los surcos que genera la derecha o la izquierda -como muchos falsamente miran y analizan-. Basta leer una de las mejores biografías que sigue habiendo hoy sobre él: el gran reformador de Austen Ivereigh para caer en la cuenta de esto. Es mucho más profundo y hay mucho, muchísimo más, en juego. Los lados sobre los que se inclina esta barca en el curso de la historia son todo un clásico de la vida de las personas: el egoísmo o el servicio.

Es en esta histórica lucha comunitaria e individual, histórica y a la vez presente, donde se ha enmarcado plenamente el programa de este Papa. Su claridad de visión, entendimiento y sencillez no pueden, sino remitir a lo divino, a un don de los cielos.

Dostoievski decía que lo verdaderamente difícil de los evangelios es reconocerlos en el momento presente. Es como si tuviéramos un vendaje y no fuéramos capaces de ver dónde está hoy la pasión y la muerte, donde están personajes como Pilatos, como Caifás o donde están hoy María Magdalena o los discípulos. Y el Papa, con su recorrido vital, nos ha mostrado un cachito de esa mirada.

Estoy de acuerdo con Javier Cercas y su famoso libro ‘El loco de Dios en el fin del mundo’ cuando dice que este Papa ha sido un Papa poderoso. Dicen que no ha habido Papa en la historia que haya nombrado tantos cardenales -casi el 80% de los actuales-. Además, ha puesto firmes -sin mirar para otro lado- a grandes grupos de intereses y conveniencias dentro de la Iglesia que han vivido muchas veces fuera de los muros del servicio para vivir en los muros del ego: desde la curia romana hasta la última pequeña cofradía cuyos jefes llevan años y años acoplados en los puestos de responsabilidad y en el cestillo, mientras reflexionan cómo ser santos en vida.

Qué confusión vivimos en este mundo con los egos. Hacen pasar dentro de las organizaciones como bueno, algo que todo el mundo sabe que no es sino puro egoísmo, interés y connivencia. Frente a esto, este Papa no se ha callado ni ha mirado para otro lado, -que es lo más cómodo que existe- sino que ha ejercido el poder para desterrar a los poderosos afincados en su propio yo y ha empezado a dejar espacio a la Iglesia en salida, abierta al mundo, y ha propiciado espacios de encuentro más que a la ocupación hegemónica de los mismos.

Todo el mundo mira esta barquichuela de la Iglesia maravillado y, a la vez, temeroso de ver si gana el ego, clericalismo y abuso de poder, o el servicio al mundo y la apertura de par en par a la realidad al que más sufre.

El director del Osservatore Romano, Andrea Monda, decía hace poco que una vaca nunca podrá perder su bovinidad mientras que una persona, en cambio, podría perder su humanidad en cualquier momento, basta que gire la cabeza hacia otro lado mientras una persona sufre.

Ahora solo nos queda mirar, intrigados, si esta barca canija dentro de este complejo mundo tirará por lo humano y el afecto o por el poder y la hegemonía. No hay peor mal en la Iglesia que el hecho de haber separado verdad y afecto, verdad y amistad. Nadie pareció darse cuenta de que Dios eligió justo el método de la amistad para anunciar su existencia y su mensaje. Dios se hizo carne, dice el credo, y habitó entre nosotros. Vivió con doce amigos -los discípulos- y afrontó lo que le sucedía en el mundo de su tiempo. Nos enseñó a mirar con ojos abiertos de par en par la realidad frente a los intereses y conveniencias de su tiempo.

No sabemos quién será el próximo Papa. Pudiera ser asiático y ser el segundo Papa asiático después del primero de los Papas, Pedro. Es precioso el libro de ‘La historia olvidada del cristianismo’ de Philip Jenkins que nos recuerda que la iglesia católica fue fundamental y predominantemente oriental y no occidental durante el primer milenio de cristianismo.

Lo que sí sabemos -o debiéramos saber- es que, sea cual sea el que venga, el único camino que va a tener que recorrer la Iglesia es la vuelta a la autenticidad, a lo humano, a casar de nuevo la Verdad y lo humano -como hizo Cristo- y poner en el centro a la persona y no la ideología o el proyecto. La Verdad tiene un canal de comunicación privilegiado: la amistad.

Y, como nos ha estado mostrando continuamente este poderoso Papa, el servicio al prójimo es el gran camino a recorrer. Menos “yo” y más “el de al lado”. Algo de profeta tenía este Papa porque se empieza a entrever, ya que todo espacio dentro de la Iglesia que no pase por aquí desaparecerá sin remedio, como ya se ve en las iglesias vacías de los ritos o en los grupos donde casi hay más gente con cargos que fieles sufrientes de a pie. Frente a esto, la iglesia en salida y de la caridad del gran jefe, Papa Francisco. Gracias, jefe. Dios le bendiga. DEP. Se lo merece.

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