Opinión

El furor

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la candidata socialista a las elecciones europeas, Teresa Ribera, intervienen en un acto de la campaña en Sevilla.
María Dabán
Actualizado: h
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Lo del furor me ha sonado siempre a esa escultura de Leone Leoni y Pompeo Leoni (padre e hijo), que representa a Carlos V erigiéndose victorioso sobre un enemigo derrotado y encadenado a sus pies. La obra está en el Museo del Prado, y hay una copia en el Palacio Real que, todo sea dicho, queda muy bien. Pero en estos días hemos aprendido que, con las europeas a la vuelta de la esquina, los partidos políticos viven una especie de furor que les impide votar los proyectos del Gobierno.

Al menos esa ha sido la explicación que han dado desde el PSOE a las dos derrotas parlamentarias que han sufrido esta última semana. La proposición de ley contra el proxenetismo no salió adelante, y la Ley del Suelo fue retirada por los socialistas antes de que siguiera el mismo camino. El problema es que quien no ha apoyado al Gobierno es una parte del propio Gobierno. Sumar está viendo que Pedro Sánchez quiere conseguir votos a costa de su parcela electoral, y no piensa permitirlo sin dar la batalla. Y como los socialistas no pueden elevar el tono públicamente contra Sumar y sus otros socios, han acabado echándole la culpa al PP por no tener, dicen, sentido de estado. Pero los populares, que tienen también su propio furor electoral, no piensan aceptar unos proyectos que se les presentan, además, como un auto de fe, sin posible negociación alguna.

Veo también cierta incoherencia en pedir los votos al PP si, como dice Sánchez, es uno de los partidos de ultraderecha en Europa. ¿Aquí no hay muro, entonces? En la sesión de investidura Feijóo ya advirtió al presidente del Gobierno: “cuando el independentismo le falle, cuando hasta a usted le supere la legislatura, y ocurrirá, no me busque”.

De las pocas victorias electorales que se podrá apuntar Sánchez en estos meses será la de la Ley de Amnistía. Esta semana saldrá adelante con el cierre de filas de todos sus socios parlamentarios. Habrá que ver si esto tiene un coste en las urnas para el PSOE, o si el votante de izquierdas ha asimilado que lo importante, lo importante, es parar al tándem PP-Vox.

Vivimos pues, en la época del furor, y de las conclusiones simples. Algo está mal si lo hace el otro, y bien si lo hacen los míos. Y si no que se lo digan al alcalde de Pamplona, Joseba Asirón, que también ha tenido su furor converso hace unas semanas. Su partido se oponía con uñas y dientes a que cortaran un centenar de árboles para hacer un carril bici en una parte de la ciudad, al entender que era “un despropósito económico, técnico y medioambiental”, pero hace unos días fue el alcalde quien ordenó talar esos árboles, y nada se ha sabido de esos militantes abertzales que, en otras ocasiones se encadenaban al Palacio de Navarra, o hacían acampadas para denunciar la barbarie medioambiental de los gobiernos de derechas.

A mi madre le dio por ser activista pasados los 80 años. En la plaza de Peralta, mi pueblo, iban a talar unos plátanos que llevaban décadas allí, y mi madre y otra amiga de su edad se plantaron en el Ayuntamiento para protestar y decir que estaban dispuestas a encadenarse a los árboles. Con la guasa habitual de la ribera de Navarra, en el consistorio acabaron llamándolas “las Thyssen”, aunque la baronesa tuvo más éxito que ellas, porque los árboles se talaron. El furor de mi progenitora no acabó en victoria, no fue como el de Carlos V.