Con sólo la palabra de un hombre (también vale para mujeres, pero parece haber menos noticias) ese puede ser mujer a efectos registrales. Esta situación ha causado tensión entre distintos colectivos dentro del feminismo. ¿Cómo llegamos hasta aquí?
El feminismo radical o radfem tiene sus inicios en la tercera ola del movimiento feminista, alrededor de finales de los años 60 en Estados Unidos. Justo cuando en Europa se desarrollaba algo llamado “feminismo de la diferencia” con quienes las teóricas norteamericanas compartieron algunas ideas.
Esta corriente del movimiento feminista exponía que la norma sexo-género (en cuanto asigna a las personas un rol y unos rasgos naturales por el mero hecho de haber nacido con pene o con vagina) produce relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres. O sea que, mientras a quien tiene pene, por ejemplo, se le identifica como superior y pensante, apto para el espacio público, a quien tiene vagina se le califica como inferior, sentimental y relegada a la privacidad. Eso era su tesis.
El advenimiento de lo queer
Un total disparate que solo se explica por fraguarse en ámbitos intelectuales totalmente alejados de la ciencia, especialmente de la biología. Pero muy útil porque con la idea de género las feministas radicales dieron con un origen para su opresión social, pues a través de esa categoría impuesta supuestamente por el «patriarcado» se define lo que una mujer puede o no pue de ser.
Todo apoyado en pura especulación, sin basarse en nada en lo que intervengan los datos objetivos. A partir de este razonamiento, el objetivo de las radfem fue no sólo desmantelar los sistemas patriarcales sino la abolición de una idea de género que ya confundían con la de sexo. Ah, pero el feminismo radical no pudo prever las derivadas de una filosofía así y no pudo evitar que adviniera lo queer con su lectura literal.
De esto surge un transfeminismo y un movimiento queer que proclama que la opresión, la violencia y la desigualdad que surge de la norma sexo-género sólo tendrá fin acabando con la dicotomía hombre-mujer, que es la que permite la opresión en primer lugar.
Pero, claro, la causa feminista se viene abajo si las personas subordinan el sexo al género y pueden andar moviéndose en lo que ahora es un simple espectro, especialmente algunos hombres que se aprovechan del asunto de forma grotesca (pero legal). Lo único bueno es que, aunque apoyado en muchos razonamientos no comprobados, este feminismo es el que “está poniendo la cara a diario para que se la partan en las redes sociales y en los medios de comunicación”, como dicen Pérez y Errasti en su libro Nadie nace en un cuerpo equivocado. Como ya no hay nada material ni objetivo, no hay problema para legislar la “identidad de género”, pues es una “vivencia interna e individual”.
El sexo es biológico y binario
Como deben de saber por los medios, Trump ordenará que se admitan sólo “dos sexos”. Y yo puedo tener muchas discrepancias con Trump, pero esto es un paso hacia la realidad que espero que tenga un efecto de arrastre en el resto del mundo WEIRD (western, educated, industrialized, rich and democratic).
Porque el, no un espectro, y no es un concepto intercambiable por género. No es un constructo, como algunos dicen. Hay dos sexos que vienen dictados por los cromosomas y la exposición prenatal a las hormonas como causa primordial. Trump firmará dos órdenes ejecutivas que reconocerán sólo al sexo femenino y al masculino para documentos oficiales como los pasaportes. ¿Cómo afectará eso a las personas que se consideran de un sexo distinto al que señalan todas las células de su cuerpo? No olvidemos que es gente que sufrió y puede sufrir estigma y discriminación.
Pero ninguna sociedad sobrevive sin criterios claros sobre la verdad y la realidad. Como dice Colin Wright, “la verdad y la compasión no están necesariamente en un conflicto de suma cero entre sí, y al prestar atención al contexto, creo que podemos maximizar ambas”. Yo también creo que es así.