Opinión

El consentimiento inconsciente

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Esta semana hemos aprobado en el pleno del Congreso la toma en consideración de una Proposición de Ley que pretende desarrollar ciertos aspectos de la conocida como Ley del Solo Sí es Sí, es decir, la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual, LOGILS. Con motivo del debate parlamentario, las formaciones de derechas han vuelto a poner en tela de juicio las bondades de esta ley.

Si bien es cierto que necesitó de algunos ajustes para evitar indeseadas rebajas de penas, no hay duda de que la ley ha marcado un antes y un después con arreglo al consentimiento. El consentimiento en el centro no es un mantra, es un cambio de paradigma.

El terrible caso Pélicot en Francia nos ayuda a comprender de qué manera en España, y a raíz de esta nueva legislación, no solamente hemos evolucionado hacia una mayor protección de las mujeres víctimas de violencia sexual, sino que, como sociedad, nos hemos dado cuenta de que, si el consentimiento no es explícito y claro, sencillamente no hay consentimiento.

Gisèle Pélicot es una mujer que ha decidido dar la cara en el juicio porque no tiene que ser ella la que deba avergonzarse, sino sus agresores. La mayoría sentimos estupor ante la increíble argucia defensiva de los violadores diciendo que creían que estaba de acuerdo en que la violaran. Inconsciente, pero de acuerdo. Y ella se está viendo obligada a negarlo. En Francia, la víctima se revictimiza cuando se ve señalada, cuestionada y es obligada a probar que no le parecía bien que la dejaran inconsciente y luego la violaran, una y otra vez, una y otra vez, decenas de hombres y durante al menos una década. En España, a raíz de la Ley del Solo Sí es Sí, la ley ampara a la víctima. El “Yo sí te creo” se hizo ley.

La mayor parte de la ciudadanía de este país comprendió que el beso de Luis Rubiales a Jennifer Hermoso no debió nunca producirse porque no hubo consentimiento alguno por parte de la futbolista y porque la situación se producía con desigualdad de rango laboral, una agresión de un superior a una empleada. O que en el caso Alves tampoco existió consentimiento en todo momento, a pesar de que ella entrara en el baño con el futbolista.

Leyes como esta, que protege a las víctimas de violencia sexual, o la que desde hace veinte años hace lo propio con las de maltrato por parte de parejas o exparejas, son de capital importancia en tanto en cuanto nos cambian la mirada social y son civilizatorias. Estas leyes nos hacen avanzar hacia una mayor defensa de los derechos humanos, en este caso de los derechos humanos de más de la mitad de la sociedad.

Aun así, y al hilo de casos como el que se juzga en Francia, debemos preguntarnos en qué caverna impregnada de machismo deben vivir unos individuos que deciden dejar inconsciente a una mujer, ofrecerla en plataformas a otros hombres para que la violen, violarla, observar con regocijo cómo lo hacen y encima grabarlo y comparto. Y voy mas allá: ¿en qué sociedad nos estamos convirtiendo para que esto no solo ocurra, sino que a los violadores les parezca lo más normal? Nos lo debemos preguntar porque la normalización de estos actos repugnantes se está extendiendo a todas las capas de la sociedad, en todas las edades y ámbitos. Hay demasiados casos protagonizados por menores.

La sospecha se cierne sobre el acceso indiscriminado a una pornografía en la que prácticas como de la que fue víctima Gisèle Pélicot son lo más ofrecido y más visto, también por niños de corta edad. La mujer como objeto, nunca como sujeto del placer. Por eso da igual que consienta o no, porque los objetos son inertes y no sienten.

La violencia contra las mujeres la ejercen hombres aparentemente normales, que tienen su vida normal y a veces hasta parecen amables y empáticos. La ejercen con distinta intensidad, con unas consecuencias más graves y evidentes o menos, pero siempre, y en todas sus manifestaciones, hunde sus raíces en la creencia de que nosotras les pertenecemos, de que estamos a su servicio y para su placer, porque no somos iguales, sino inferiores. Solo así se explica que crean, o que nos hagan creer que piensan, que consentimos ser violadas cuando estamos inconscientes.

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