Seis rehenes fueron descubiertos muertos el sábado 31 durante una operación del Ministerio de Defensa de Israel (FDI) en unos túneles debajo de Rafah, una ciudad en la Franja de Gaza. Las FDI creen que fueron asesinados poco antes de que los soldados israelíes llegaran al lugar. Una de ellos, Eden. En los medios se han publicado fotografías suyas de antes de ser capturada por Hamás y de días previos a que fuera cruelmente asesinada por disparos en la cabeza. Era una joven de 23 años (cumplió 24 en cautiverio) que asistió al festival de música Nova con amigos. Bonita, esbelta, morena, parecía feliz con su apariencia y su aspecto saludable. Duele en el alma ver sus últimas imágenes tras las vejaciones, maltratos, torturas y falta de comida a la que esos monstruos la sometieron. A ella y a tantos otros, no cabe duda. He seguido con parecida angustia el fatal desenlace de otra mujer, Carmel Gat, de 40 años, y sus otros compañeros asesinados: Hersh Goldberg-Polin, de 23 años, Ori Danino, de 25, Alex Lobanov, de 32, de 40 y Almog Sarusi, de 27. Pero Eden me llegó muy al corazón porque en mi familia hay ahora una tercera generación de jovencitas cercanas a su edad, y conozco la forma valiente, ingenua y confiada con la que miran al mundo. Eden, que vivía en un Israel donde el peligro acecha desde la cuna, asistía a conciertos, festivales y encuentros por la creación de dos estados con el convencimiento de que el amor y la voluntad eran lo único necesario para tender esos puentes. El Supernova, Sukkot Gathering (nombre completo del Nova), era precisamente un evento anual que promovía desde 2001 un intento de unir a las diversas culturas de la región mediterránea a través de la música, la danza y el arte. Como dice su proclama “con el objetivo de ser un faro de esperanza, de paz en medio del complicado contexto del conflicto israelí-palestino”.
Pero para este tango tan peligroso, hacen falta dos. Y, al otro lado de la valla, acechaban el odio, el rencor, el empecinamiento y la corrupción. Y en esa fotografía suya demacrada, con un rostro que ni siquiera ella hubiera reconocido en el caso de haberse podido mirar en un espejo (espero que no), las moradas ojeras le ocupaban media cara. Nada extraño: después de 300 días de cautiverio, según los médicos forenses que revisaron su cadáver, pesaba 36 kgs. Como una niña de 9 años. Aunque en Israel su foto estaba en cada calle, el feminismo internacional no salió en tromba como cuando las víctimas femeninas pertenecen a sus colectivos “mascota” (que diría Thomas Sowell). Una vez más, cuando la víctima es israelí, se callan. Los grupos feministas tienen solidaridad selectiva, en perfecta consonancia, seguramente, con el dinero y la agenda de muchos de sus donantes de izquierda, generalmente antisemitas. El feminismo responde, siempre y cuando ellas no sean judías, israelíes o de derechas.
Hace unos días, Yasmine Mohammed, autora de “Sin velo: Cómo el progresismo legítima al islam radical,” colgaba en su “X” un video en el que una chica cuyo estilo y aspecto me recordó mucho al de Eden, se grababa a sí misma mientras huía de un energúmeno con ropas de estilo musulmán que la seguía por la calle. El sujeto la increpaba porque su forma libre de vestir (tan parecida a la de la infeliz israelí) le parecía ofensiva. Cuidado, no era en un país árabe; era en Alemania. Pero también sucede habitualmente en Francia, Reino Unido, Suecia, Finlandia o Bélgica. Tipos muy parecidos a los que destrozaron a Eden y que, al final, le descerrajaron unos tiros en la cabeza. Mi admirada Ayaan Hirsi Alí entró en los comentarios diciendo que “las autoridades europeas permiten que esta misoginia continúe en sus calles” y vilipendian a todo aquel que la califica de “extrema derecha”. Cierto. Yo no veo al feminismo suficientemente concernido por ese acoso y esa presión. Quizá por esa absurda polarización que tan desamparadas deja a nuestras jóvenes y tiernas japiflauers. La lucha de Israel ahora mismo tiene que ver también con los derechos de las mujeres, ¡y no se dan cuenta!