Esta semana con tanto evento que anticipa la Navidad, tanta celebración de empresa, de amigos del colegio, de la universidad; esta semana de los libros del año, de las lecturas obligadas, de las listas de regalos, las recetas de cocina, los décimos de la lotería; esta semana de luces navideñas, de frío intenso, de atascos, parkings completos y de controles de alcoholemia.
Esta semana, también tuve la suerte de que una amiga me invitara a la ópera, al Teatro Real para ver María Estuarda. La última escena me pareció de gran belleza dramática: María, vestida de rojo, con su dignidad de reina, se despide para entregarse al destino final.
Dos días después, leo en el periódico, con retraso, la noticia del fallecimiento de la gran actriz Marisa Paredes. Nuestra mente asocia ideas, recuerdos, imágenes y, a menudo, esas asociaciones son misteriosas, imposibles de prever. Marisa Paredes y su rojo inconfundible regresaron a mi memoria. Marisa vestía el rojo drama como ninguna otra actriz en las películas de Almodóvar con las que yo me hice mayor.
Esos trajes que parecían diseñados para encarnar su elegancia y su pasión. Ella tenía la capacidad de transformarlos en una declaración, en un símbolo. Marisa Paredes y Pedro Almodóvar no fueron solo actriz y director, fueron cómplices en la creación de un universo único, ese que Almodóvar ha tejido a lo largo de décadas y que encontró en Marisa a una de sus intérpretes más sublimes. Su colaboración no fue una simple coincidencia de talentos, fue una alquimia perfecta donde ambos encontraron un espacio para explorar la intensidad de las emociones humanas, el drama en su estado más puro y la complejidad de los personajes femeninos. Mujeres que esperan una llamada que nunca llega, que luchan con sus miedos y que a veces se desmoronan.
Ella daba vida a esos personajes femeninos que eran mujeres apasionadas, mujeres rotas, mujeres que, como Leo Macías o Huma Rojo, nos mostraban todas las caras de la condición humana. Marisa interpretaba esos personajes de forma única. Su colaboración con Pedro Almodóvar marcó un antes y un después en el cine español. Almodóvar sabía que en Marisa tenía una intérprete que podía ir al límite sin perder la verdad.
Hoy, mientras el frío de diciembre nos invita al recogimiento y las Navidades a planes familiares y caseros, siento que el mejor homenaje que podemos hacerle a esta gran dama del cine y el teatro es volver a ver sus películas. Yo empezaré por Tacones lejanos donde Marisa dio vida a Becky del Páramo, una cantante de boleros con una relación tormentosa con su hija. La escena en la que Marisa canta Piensa en mí, con aquello guantes rojos es inolvidable. Aunque fuera un playback con la voz de Luz Casal, su interpretación me parece tan impactante que cada gesto, cada mirada, penetra en nosotros para emocionarnos. Ella nos enseñó que el arte no es solo un oficio, es una forma de vivir. Y le doy las gracias.