Hay pocas cosas que yo tengo tan claras como la importancia de que las niñas y las mujeres habiten el universo STEM, el espacio de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. Llevamos solamente una década llamando la atención cada 11 de febrero sobre este desafío. Yo empecé un poco antes. A los quince años intuí una vocación científica; a los dieciocho, ya le había puesto nombre: quería ser ingeniera. Y lo conseguí, al lado de un pequeñísimo grupo de mujeres, en la Escuela de Ingeniería de Oviedo de los años 90.
Como profesional -en las empresas en las que he trabajado- y como política -especialmente en los últimos años de eurodiputada en el Parlamento Europeo– no he dejado de participar en actos, de elaborar informes y de escribir artículos sobre este asunto. No hay que darle muchas vueltas: según datos de la UNESCO, solo el 33% de las personas dedicadas a la investigación en el mundo son mujeres. Es peor la estadística en un sector de vanguardia tan trascendental como la Inteligencia Artificial: el 22%. Es España, la presencia de mujeres en el ámbito STEM en la universidad es del 34%, pese a ser mayoría -57%- en los estudios de grado, según la Fundación CYD.
Tengo muy clara, ya digo, la necesidad de equilibrar estas cifras combatiendo estereotipos, difundiendo modelos a seguir y afianzando la seguridad de niñas y jóvenes. Porque el talento no tiene género, pero hay demasiadas ocasiones en las que las oportunidades sí lo tienen. La causa STEM es una causa justa, y además es necesaria e inteligente.
Así que no tengo ninguna duda, y me parece que es evidente que tampoco soy sospechosa de menospreciar el desafío. Por eso me siento autorizada a alertar de un riesgo que me inquieta: creo que no debemos convertir la imprescindible promoción de la ciencia entre niñas y mujeres en una especie de primera división del conocimiento que margine otras disciplinas, sobre todo las humanidades. No podemos caer en el error de transmitir un mensaje que diga: las chicas que valen, a STEM; el resto, a letras. Como si las disciplinas de humanidades, o las de los cuidados médicos y sociales, o las artísticas, fueran irrelevantes. Como si una profesora o una enfermera o doctora valieran menos en comparación con una ingeniera o una programadora.
Y la etapa apasionante en la que estamos de Inteligencia Artificial pone al descubierto precisamente lo peligroso que sería deslizarnos por esa tentación de establecer primeras y segundas divisiones. Si algo nos enseña la IA es que las habilidades más técnicas y mecánicas son las más fáciles de automatizar, es decir, en las que es más sencillo prescindir del sujeto humano.
Que el mundo necesita más, muchas más mujeres en ciencia, tecnología e ingeniería está clarísimo. Pero también en la sanidad, la justicia, la enseñanza, la filosofía, la historia, la literatura, el arte y el periodismo. Que la tarea de divulgación STEM debe ser infatigable en todos los niveles sociales y educativos es innegable; pero que eso no se puede hacer a costa de sacrificar o despreciar las humanidades también debería serlo. Y no olvidemos que las mentes detrás de los grandes avances en la historia –y solo voy a mencionar a Ada Lovelace, la primera programadora de la historia, y a Brittany Wenger, la mujer que desarrolló una inteligencia artificial para diagnosticar el cáncer de mama— han sido más fértiles cuando se entrecruzaban la ciencia y las humanidades.
Así que, además de facilitar y estimular el encuentro de la niña y la mujer con la ciencia, deberíamos ir más allá y reivindicar la convergencia entre la niña y la libertad. La libertad de explorar, de conocer. De elegir sin presiones sobre si es mejor una opción de física que una de filosofía; si tiene que ser ingeniera antes que médica o enfermera. El poder -el poder que da el conocimiento- no está en una disciplina. Está en la competencia y en el saber de todas ellas.
La niña y la ciencia: ¡claro! Pero eso es una etapa. La meta es otra. La meta es la niña y el saber, la niña y la creatividad. La mujer y la libertad. Libertad para ser científica y escritora, ingeniera e historiadora, programadora y dibujante. Libertad para elegir, para complementar, para deshacer fronteras, para pensar, para crear, para cambiar.
Por eso digo mujer, digo conocimiento, digo libertad.