En 2015 iba yo en un autobús hacia A Coruña para asistir a un mitin de Mariano Rajoy cuando, de pronto, alguien recibió una llamada y nos comunicó a todos los periodistas que al candidato del PP le habían propinado un puñetazo mientras daba un paseo por Pontevedra. Del golpe, sus gafas saltaron por los aires y se rompieron. El agresor se aproximó a él aprovechando que los ciudadanos le saludaban durante aquella campaña electoral. Nos pareció bastante escandaloso que eso llegara a ocurrir. Cuando coincidimos con él vimos su magulladura y a algunos realmente nos asustó un poco pensar en lo que un día podía suceder a pesar de toda la seguridad del mundo.
El caso no se parece en nada al de Paiporta. Ni el momento ni el lugar son comparables. Pero sí hay una cuestión similar de fondo: la violencia. Como decía Isaac Asimov no es conveniente que nos acostumbremos a ella porque “una población insensible es una población peligrosa”. Es lógico el enfado de los valencianos. De hecho, compartimos su indignación y rabia por la falta de ayuda. Pero todos sabemos que con un linchamiento no se resuelven las cosas. Aquí no funciona la ley de la selva.
Por eso, muchos nos quedamos petrificados al observar que la visita de los Reyes, junto a Pedro Sánchez y el presidente de la Comunidad Valenciana, se desarrollaba bajo una lluvia de proyectiles de barro y todo tipo de objetos. Al jefe del Ejecutivo le tuvieron que evacuar entre insultos y abucheos. Felipe VI decidió seguir y las caras de doña Letizia expresaban muy bien la tensión.
Había que hacer acto de presencia y no se arredraron. Aunque cabe preguntarse si era necesario. Ninguna autoridad se calzó las botas de agua tras las riadas. Sí, llegaron tarde. ¿Pero qué habría ocurrido si Sánchez se hubiese puesto a limpiar con una pala o si el monarca se hubiera pasado por allí un mes después con las aceras ya bien limpias.? Les habrían tildado de oportunistas y demagogos. Nunca se sabe cómo acertar y menos en una catástrofe humana.
Está claro que el trabajo de los voluntarios no puede ensombrecerse por una turba incendiaria, pero con lo de este domingo hay motivos para estar preocupados. Creo que los políticos se lo tienen que hacer mirar. Llevan tiempo danzando sobre el cable de un equilibrista. Hay una pérdida de confianza en las instituciones y se echan en falta gestores con prestigio.
La confrontación a la que nos tienen acostumbrados va aumentando la desafección ciudadana. Al final, lo ocurrido también es producto de su desconexión con la realidad. Es cierto que hay discursos del odio que despiertan el enfrentamiento, pero no es sólo eso. Si quieren salvaguardar el Estado de Derecho, deberían aparcar batallas dialécticas, en las que van elevando el tono cada vez más, en un Parlamento que parece un patio de colegio. Nosotros sólo pedimos soluciones y no parece que nos escuchen. En los pueblos desamparados piden efectivos, no que vayan a hacerse la foto. Va hirviendo el caldo de cultivo, mientras ellos se dedican a dar muchas ruedas de prensa.
En una tragedia como la que se ha vivido no hay bandos. Lo olvidan quienes celebran que se haya increpado al Rey y también los que aplaudieron la marcha del presidente del Gobierno. En estos casos, simplemente la inacción se paga cara. Ahora llegarán los homenajes, los discursos emotivos y las compensaciones económicas, pero lo más importante es cerrar las heridas. Es necesario para evitar que el mensaje de furia se contagie y se vaya extendiendo porque lamentablemente muchos jóvenes se preguntan ahora mismo a quién votarán en las próximas elecciones. Se plantean si nuestros representantes son todos unos incompetentes. “¿Qué hago? ¿Elijo al que no sabe hacer nada o a los que no hacen nada?”. Eso lo he escuchado en mi casa.