Opinión

Dejar huella

María Jesús Güemes
Actualizado: h
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Ahí está Riley Andersen, la protagonista, debatiéndose en un mar de emociones. De pronto, una de ellas le dice al resto: “Tal vez eso pasa cuando creces, sientes menos alegría”. Toma bomba. La verdad es que no sé si la película está hecha para los niños o para nosotros porque hay mil mensajes de esos que te dan un pellizquito en el corazón.

Además, en esta entrega aparece Ansiedad, que a todos nos suena un poco. Qué bien nos habría venido conocerla así, como un monigote naranja, para manejarla mejor en determinadas situaciones.

Pero no hago más spoiler. Para descubrir esta historia, lo mejor es irse a ver Inside out 2. Ayuda a que los más pequeños puedan identificar mucho de lo que sienten y padecen. También para que sus padres les comprendan.

Desde luego, yo debo tener algún poder de hipersensibilidad porque en este tipo de producciones suelo cazar muchas frases al vuelo. Algunas las tengo apuntadas. “El hoy es un regalo”, sueltan sin venir a cuento en Kung Fu Panda, como si el oso fuera el mismísimo Paulo Coelho. En Shrek dicen que “no importa todo lo que la gente diga de ti, lo que importa es lo que tú crees que eres”. No sé yo si se inspiraron buceando en manuales de autoayuda.

Eso sí, hay sentencias que te dejan fulminado y fragmentos visuales que no olvidas nunca. Por ejemplo, el arranque de Up donde aparecen un chico y una chica que juegan a ser exploradores, se hacen mayores, se enamoran, se casan, reforman su hogar de madera, ponen sus butacones y ahorran para hacer el viaje de sus sueños: ir a las Cataratas del Paraíso.

Carl y Ellie quieren una gran aventura y mientras tanto va transcurriendo la suya, la de estar juntos, con sus tragedias y contratiempos. Cuando la mujer, ya mayor, fallece, él decide combatir la desolación emprendiendo la ruta que tenían pendiente. Todo eso se relata en tan sólo unos minutos, pero como leí hace tiempo en redes sociales, “duele toda la vida”.

A mí, desde luego, me impresionó. Pero si alguien le preguntara a mi hija, ella destacaría al perro obsesionado con la ardilla y, por supuesto, los globos de colores que elevan la mansión al cielo. Hay edades en las que no se comprende tanto encaje de bolillos.

Aunque también tengo la sensación de que la mirada infantil va desapareciendo cada vez más pronto. No sé si es fruto de las nuevas tecnologías o del ritmo acelerado que nos contagiamos. He realizado un estudio nada científico y mi conclusión es que los ojos pierden la inocencia y dejan de soñar mucho antes que todo es posible. Es fácil ir almacenando posos al comprender de qué va este mundo.

Por eso, de mayores, está muy bien aligerar. Volver a los dibujos, a las batallas de superhéroes y a las carcajadas que provocan los animales que hablan. Es una de las cosas que he hecho durante estos últimos días en los que, como muchas otras madres, he tenido que conciliar vida laboral y familiar. Lo hacemos siempre, pero ahora es más complicado porque no hay colegio y algunos campamentos todavía no han arrancado. De modo que van con nosotras como un pin a la oficina, a la compra, a cualquier recado… Somos tan equilibristas que los del circo deberían temernos como competencia.

Sin embargo, se otea ya que llega la calma. Un periodo en el que resulta sano aburrirse. Toca volver a los veranos de cuando éramos niños con las bicicletas, el parchís, los helados, las excursiones, las fiestas de los pueblos, los espetos, las palas, la piscina del barrio, las siestas con la persiana bajada… Cada uno tendrá su recuerdo, pero todos compartimos aquellas jornadas pegajosas en las que el tiempo transcurría con una lentitud infinita.

Las podemos rememorar junto a los nuestros. La educación no está en las pantallas. Hay que dejar huella o, al menos, intentarlo. Tratar de que no sean como las pisadas en la playa, que se hunden en la arena, pero se borran en cuanto llega la ola de agua.

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