Opinión

De qué trata exactamente la vida

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Hace tres veranos quise llevar a mi novio a una cala recóndita en Cabo de Gata. Según una web llamada Wikiloc, estaba a veinte minutos de nuestra ubicación. Una de la tarde, sol justiciero, desierto, chicharras, y polvo. La cosa se prolongó a unos noventa minutos de insoportable calor antes de llegar a esa cala donde se nos prometía calma y naturaleza viva. Atravesando oquedades y desniveles llegamos a un pequeño tramo en forma de uve donde había, de repente, un montón de ropa de abrigo abandonada. Nos extrañó, y seguimos hacia delante. Otro montón de ropa de abrigo. Y otro. Y otro más. Veíamos el mar, pero también mucha basura en forma de palos, latas, hierros, cuerdas, y boyas. Destacaban en todo esto unos flotadores hechos de cuerda sintética y botellas vacías de agua y detergente. Cada montaña de ropa estaba compuesta de abrigo, pantalón, calcetines, y de una funda impermeable para el móvil. Algunos conjuntos eran de ropa de niño pequeño. También había bolsas de galletas y bricks individuales de zumo de naranja, amén de algún amuleto protector. Las pocas dudas que teníamos quedaron despejadas al encontrar una enorme nevera portátil llena de basura. Habíamos llegado a la cala paradisíaca, pero en ella no había otra cosa que despojos. Era a donde llegaban las pateras. Había un pequeño espacio de playa, pero no quisimos quedarnos. No era el sitio para pasar unas horas de ocio al sol. El lugar emanaba solemnidad y, por qué no decirlo, algo de peligro. Tuvimos suerte de no cruzarnos con un cadáver o incluso con alguien poco amigable. Jamás en mi vida me había sentido tan consciente de mi lugar en el mundo. No solo todo adquirió una nueva perspectiva, sino que además sentí una gran culpa por formar parte del mundo privilegiado que le cierra el paso al mundo oprimido. A quienes hubieran dejado aquellas cosas allí les esperaba una larga caminata hasta la carretera más cercana (A nuestros noventa minutos habría que añadir los cuarenta o cincuenta minutos a pie hasta la carretera, más los kilómetros correspondientes a la civilización).

El paseo provocó una discusión de pareja cuyo origen nunca fue aclarado del todo. Según mi novio, él me advirtió claramente de que Wikiloc no era ninguna fuente oficial. Yo juro que jamás escuché eso de su boca.

El día pasó y las vacaciones también. El recuerdo nunca se fue. Cada vez que leo o escucho hablar sobre la inmigración ilegal me vienen a la mente los montones de ropa y las fundas impermeables. Me vienen a la cabeza cuando allí en Cabo de Gata veo a mujeres cubiertas de pies a cabeza con su marido e hijos caminando delante de ellas, ufanos y con ropa fresca y transpirable. Y, por qué no decirlo, me vienen a la cabeza cuando veo a esos hombres mirarme de forma intimidatoria porque yo sí voy en pantalón corto.

Hace una semana vi, en Tirso de Molina, cómo un indigente (extranjero, probablemente venido en una de esas pateras) le gritaba a unas farmacéuticas en una conversación cuyo contexto me faltaba. Él, con un bol de arroz frío, gritaba entre lágrimas en un español imperfecto “¿Qué más me da? No tengo nada que perder”. Estaba tirado en un colchón en el suelo.

A unos metros de él un barrendero le hacía la peineta “Me tiene harto este gilipollas. Que se vuelva a su puto país, que no se ni cuál es. A África o a donde sea. No da más que problemas”. Por la conversación que mantuvo con la quiosquera me enteré de que este hombre vivía allí mismo, que no quería ir al alberge (no le culpo, a tenor de las experiencias que me han relatado al respecto), y claramente estaba perdiendo el juicio. Ese día estaba yo en un momento vital muy bajo. Me senté en el banco, no sé muy bien a qué, pensando en cómo he desperdiciado mi vida persiguiendo cosas que no valen nada. A pocos metros de mi, un desconocido gritaba perdiendo su vínculo con la cordura y con nuestro mundo. ¿De qué va todo esto? ¿Se trata de un equilibrio entre realidad y expectativas, o se trata solo de suerte? No he conocido a ningún rico que tenga esta sensación de derrota, de no poder hacer nada. Siempre parece que vayan a triunfar. Los que no tienen nada parece que no tengan ya miedo a nada que no sea físico (el frío, el dolor, el hambre) .

Hay algo que se me ha quedado en la cabeza que no sé verbalizar. ¿Qué puertas le vas a poner a la desesperación?