Opinión

De los comienzos y los finales

Joe Biden - Internacional
María Dabán
Actualizado: h
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En política hay que saber llegar y hay que saber irse y, curiosamente, esto último es lo más complicado. Es difícil decirle a una persona que está en la cúspide del poder que dé un paso atrás, que deje que sea otro quien tome el testigo porque supuestamente será mejor que él. Joe Biden lo ha hecho porque su situación era ya insostenible. En 2020 fue el candidato más idóneo para derrotar a Donald Trump, pero ahora ya no lo era. Su deterioro físico y neurológico quedó patente sobre todo en el debate con el candidato republicano, pero sus apariciones posteriores no hacían pensar que el presidente sólo había tenido un mal día. En las últimas semanas confundió a Zelenski con Putin, se refirió a Kamala Harris como “vicepresidente Trump”, y se olvidó del nombre de su secretario de Defensa, Lloyd Austin, al que se refirió en una entrevista como “el tipo negro”.

En su partido eran cada vez más las voces que le pedían que se apartara de la carrera presidencial, y se sucedían las llamadas entre los pesos pesados del partido a espaldas de su líder para forzar su retirada. Como dijo en cierta ocasión la senadora demócrata Elizabeth Warren, “si no formas parte de la mesa, puede que formes parte del menú”. Y Biden, era ya el menú.

En la época de las redes, de lo inmediato, todo se sabe y todo se ve, y lo que se veía también es a un presidente que apenas podía subir las escalerillas del avión presidencial. Algunos han dicho que, en la época actual, Roosevelt, que llevaba once años en silla de ruedas a causa de la poliomielitis cuando se postuló para la presidencia, no hubiera llegado a la Casa Blanca. Nunca lo sabremos.

Joaquín Balaguer fue un ejemplo de líder que no supo irse. Ocupó la presidencia de la República Dominicana en siete ocasiones distintas. A los 92 años se presentó por última vez al cargo. Llevaba ya 12 años ciego y casi inválido, y murió a los 95 sin completar su último mandato. Leyenda o realidad, se cuenta que, cuando era ya muy mayor, un diplomático quiso regalarle una tortuga de esas que viven más de cien años, y su respuesta fue: lo malo es que estos animalitos cuando se mueren da mucha pena.

Balaguer nunca se retiró, quizá porque sentía que su pueblo lo apoyaba ciegamente. Un 75 por ciento de los dominicanos atribuía a su líder poderes sobrenaturales. Y esto es lo mismo que le atribuyen sus seguidores a Donald Trump. La congresista Marjorie Taylor Green llegó a asegurar sin ningún pudor en una entrevista que, poco antes del atentado contra el líder republicano, vio cómo un ángel bajaba en forma de bandera americana para salvarle. Muy loco todo, pero real. Trump está acentuando el carácter mesiánico de su misión y asegura que Dios le salvó porque está de su lado. Lo que puede que no haya pensado es que quizá Dios le salvó para hacerle ver cómo perdía frente a una mujer de orígenes afroamericanos e indios, además.

Nunca he tenido poder, pero, a juzgar por los hechos, debe de ser muy adictivo. Algunos políticos dicen que, a lo que más cuesta acostumbrarse cuando se retiran es a que el teléfono ya no suene, a que su opinión ya no cuente. George Bush padre bromeaba con ello y aseguraba que se enteró de que había dejado de ser presidente porque empezó a perder al golf.

Gordon Brown, dijo en una ocasión que el final de los Primeros Ministros en Reino Unido es siempre el mismo: o saben irse a tiempo, o fracasan. Quizá ese sea el destino de todos los líderes del mundo, aunque no lo sepan.