La Constitución cumple 46 años y algunos dicen que ha envejecido mal. Yo creo, sin embargo, que lo ha hecho con bastante dignidad y que todos aquellos que la critican son los primeros que se muestran dispuestos a incumplirla y a hacer saltar por los aires el pacto al que se llegó en 1978.
Hace algunos años asistir a los actos del Día de la Constitución constituía toda una fiesta, y por el Palacio del Congreso veías pasar a personajes de lo más variopinto, como Juanito Navarro o Sara Montiel. La gente charlaba alegremente, se comían canapés, se bebía un vinito español y, a otra cosa. Todo el mundo era consciente de lo que se festejaba: el gran pacto constitucional alcanzado después de décadas de dictadura. Ahora, sin embargo, las celebraciones de este día se han convertido en fuente de amargura y de rechazo para gran cantidad de grupos y de presidentes de comunidades autónomas que no son conscientes de que, si pueden ejercer su libertad y su derecho a la crítica, es gracias a los esfuerzos de esos enemigos irreconciliables que acabaron reconciliándose y elaborando un texto que sirviera para todos los españoles.
Un año más, ERC, Junts, PNV, BNG, Vox y Parte de Podemos y Sumar han confirmado que no acudirán al Congreso. El ridículo llega a tal punto que, algunos de los portavoces de estos grupos, entran al recinto de la Cámara Baja, dicen que están en contra de la Constitución por uno u otro motivo, y se van a tomar el aperitivo, que ya es hora. Otros, sin embargo, se cogen el puente directamente, que tres días en vísperas de Navidad dan para mucho.
El desprecio de estos grupos hacia determinados actos, son, además, inversamente proporcionales al respeto que los demás estamos obligados a tener hacia lo que ellos consideran “sus” símbolos, y “sus” instituciones.
Con bastante frecuencia, el problema en una democracia es darla por sentada, pensar que va a durar siempre, aunque no se cuide. Recuerdo un día que coincidí en un tren con una persona a la que su trabajo le había llevado a Bosnia nada más acabar la guerra. El país estaba destrozado, me contaba, y la gente no entendía cómo habían pasado de llevarse bien con sus vecinos y vivir con tranquilidad a odiarse con saña y a matarse sin más.
A veces la democracia peligra también por las cosas más nimias. En Corea del Sur ha saltado el escándalo esta semana cuando se ha sabido que un pastor (religioso, no de ovejas) regaló a la primera dama un bolso de Dior valorado en 2.400 euros. En las grabaciones publicadas por la prensa se escucha además a ella decir: “¿Por qué sigues trayendo estas cosas? Por favor, no necesitas hacer esto”. Las leyes del país prohíben a los funcionarios y consortes de los altos cargos aceptar este tipo de dádivas y esto ha acabado por ser la gota que ha colmado el vaso del estallido social contra el presidente. Y el episodio por poco acaba en un golpe de estado.
El Washington Post adoptó en 2017 un lema que dice “La democracia muere en la oscuridad”. A veces, es labor de todos, de los políticos los primeros, no dejar que se apague esa luz que la mantiene viva. Feliz Día de la Constitución.