Hace unos días hablé con una auxiliar de residencia sobre cuidados. Me contó que en su centro llevan tiempo aplicando un modelo más humano en el que priorizan los gustos de las personas a las que atienden. A veces, con un beso, un guiño o un saludo logran generar un vínculo que, al final, resulta de lo más eficaz para mejorar la calidad de vida de los mayores. Se sientan con ellos a conocer su historia, sus intereses y aficiones. Indagan en su pasado para mejorar su futuro. El objetivo es salvaguardar su autonomía y dignidad.
Todos querremos que nos traten de esta forma cuando llegue el momento. Buscaremos consideración y respeto. A mí, desde luego, no me haría gracia terminar aparcada en el rincón de una sala común viendo la tele sin parar.
Según los datos del Instituto Nacional de Estadística, de cara a 2033 habrá más de 12,3 millones ancianos, el 25% del total de la población. Esas cifras traerán consigo una serie de repercusiones y nuestros servicios deben ir preparándose para afrontar el envejecimiento de la sociedad. Además, mucha gente deseará permanecer en sus casas y habrá que realizar bastantes adaptaciones para conseguirlo. Si algo nos enseñó la covid es que el sistema debe cambiar.
Hablamos de un cuidado sanitario, pero también está el de la señora que acompaña a su marido, el de la amiga que ayuda a otra cuando lo necesita y el de la vecina que le sube la compra al del cuarto. Pongo varios ejemplos femeninos porque, salvo excepciones, en la mayoría de los casos son las mujeres las que se ocupan de todo. La atención y el cariño son los ingredientes principales. De eso y abnegación sabemos mucho nosotras.
En este tipo de relaciones, el que los proporciona sabe bien lo que es el sacrificio, la renuncia… Se desvive sin pedir nada a cambio. Padece una fatiga física y mental que suele compensar con el pensamiento de hacer lo correcto, de sentirse un ancla para alguien vulnerable. Hay que modular hasta las palabras y el tono de voz empleado para no herir sensibilidades o ser incorrectos.
Por otro lado, el que los recibe suele ser consciente de los esfuerzos y, a cambio, expresa su ternura y gratitud. En ocasiones, con vergüenza por sentir que abusa de la confianza del otro. También con desconsuelo por no estar a la altura o no responder con algún detalle. Aunque también hay otro patrón, el de los egoístas, aquellos que aprovechan para absorber la energía del que tienen cerca sin corresponder a los gestos de amor.
Porque cuidar es proteger, defender y, en suma, querer. Al menos, es lo que entiendo yo por ello. Aunque debo pecar de exagerada porque en mi familia siempre me descubro dando más de lo que recibo. Soy la enfermera, la psicóloga, la cocinera, la profesora, la Lara Croft (ya quisiera) que encuentra todos los tesoros ocultos y, por supuesto, el saco de boxeo que recibe todos los golpes. No me quejo. Ni me reivindico. Sólo constato que una madre vela por los suyos desde que nacen.
A mí ya no me sale hacerlo de otra forma. Pero tengo presente que el cuidado se ejerce estando presente y que conviene establecer ciertos límites para que sea un ejercicio sano. Primero, este tipo de entrega sólo se hace por quien lo merece. Segundo, si caes enfermo y no recibes la misma dedicación que alguna vez ofreciste, ya no la debes esperar nunca. Y, tercero, hay que pensar en el autocuidado. No dejarse arrastrar y priorizar.
Además, deben imperar la empatía, la generosidad y la bondad. Todo esto rezuma Un año y tres meses, el libro de poemas que Luis García Montero escribió a raíz de la pérdida de su mujer, Almudena Grandes. Sus versos desprenden un profundo desgarro, pero también nos dejan la enseñanza de que hay que valorar los momentos que compartimos: “La ropa sucia deja de oler mal porque ya se ha mezclado con todo lo que somos y sentimos. Son cosas de la vida, suburbios del presente, domicilios de amor que se habitan lo mismo que un recuerdo. Y nada quise más que tus cuidados”. Es una suerte extender la mano y recibir una caricia.